La segunda oportunidad en la tierra se está abriendo para el pueblo colombiano. Un proyecto de izquierda democrática y nacionalista ha ganado en segunda vuelta la Presidencia de la República de Colombia.
El candidato de la izquierda, no solo es el primer político por fuera de las élites en obtener ese cargo, sino el primer presidente electo en haber sido integrante de una guerrilla de aquel país. Así, parece romperse el maleficio que cayó por siglos sobre Colombia, desde que los primeros conquistadores penetraron en sus ríos, en sus sabanas, en sus páramos y sus selvas. La misma república que fundó el libertador venezolano Simón Bolívar en 1919, en cuya capital Bogotá sufrió el ultimo atentando a su vida que marcó el declive de su trayectoria política, pero a cuyos habitantes les dedicó una última proclama antes de fallecer de camino al exilio en 1830:
“Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía…. Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro á otra gloria que a la consolidación de Colombia; todos deben trabajar por el bien inestimable de la unión: …el pueblo… los ministros de los santuarios…. los militares empleando sus espadas en defensa de las garantías sociales.”
En América Latina las palabras son siempre premonitorias, tuvieron que pasar casi 150 años para que la espada de Simón Bolívar, volviera a ser desenvainada como un símbolo de las luchas por la justicia y la libertad de los pueblos de América. La madrugada del 17 enero de 1974 un comando del desconocido Movimiento 19 de abril (M-19) irrumpió en el museo Quinta de Bolívar, antigua casa del Libertador, para robar su espada y darse a conocer ante la opinión publica colombiana con su primera proclama que reivindicó la herencia bolivariana:
“…la lucha de Bolívar continua, Bolívar no ha muerto.”
“Su espada rompe las telarañas del museo y se lanza a los combates del presente. Pasa a nuestras manos, a las manos del pueblo en armas. Y apunta ahora contra los explotadores del pueblo. Contra los amos nacionales y extranjeros. Contra ellos, los que la encerraron en museos, enmoheciéndola. Los que deformaron la idea del
Libertador. Los que nos llamarán subversivos, apátridas, aventureros, bandoleros. Y es que para ellos este reencuentro de Bolívar con su pueblo es un ultraje, un crimen. Y es que para ellos su espada libertadora en nuestras manos es un peligro…”
Esta primera acción militar del M-19 se constituyó en un símbolo para la izquierda colombiana, por 17 años lograron mantener el resguardo de la espalda, a pesar de la feroz persecución hacia sus militantes, aumentando el prestigio de esta guerrilla urbana. Para ocultarla en plena capital, uno de sus guardianes fue el poeta León de Grieff quien antes de fallecer en 1976 se la regresó a los militantes del M-19, para continuar un intrincado periplo que llevó la espada, a ser resguardada en Cuba, y durante los procesos de negociación en su embajada en Panamá; por lo que la espada también estuvo simbólicamente presente durante la última invasión norteamericana de diciembre de 1989.
La humillación para el gobierno colombiano que significó esta recuperación realizada por los fundadores del M-19, se ahondó con su llamada “Operación Ballena Azul”, un cuidadoso operativo para irrumpir en un cuartel militar en pleno Bogotá, gracias a un túnel que cavaron desde una casa enfrente del llamado Cantón Norte, por el que lograron extraer antes del primero de enero de 1979, más de 5 mil armas, incluyendo el rifle que había pertenecido al cura Camilo Torres Restrepo.
Éstas fueron las acciones militares que ellos mismos llamaron “golpes de opinión”, mismos que encantaron a jóvenes como el futuro presidente Gustavo Petro, para que se sumaran a sus filas adoptando el alias de Aureliano, en honor al coronel Aureliano Buendía, héroe “de mil batallas perdidas” y personaje de Gabriel García Márquez. Sus labores de propaganda y auxilio, dirigidas a los más pobres y afligidos les ganaron grandes simpatías entre la población. No fueron pocos sus militantes que cayeron en la cárcel para ser torturados, -como le sucedió al propio Petro-; o fueron aniquilados en enfrentamientos con las fuerzas armadas.
La estrella del M-19, quien mantuvo siempre la espada de Bolívar como su emblema, comenzó a apagarse luego del fallido operativo en noviembre de 1985 para tomar el Palacio de Justicia, en plena plaza central de Bogotá, al lado del Congreso y la casa presidencial. Esa acción armada que buscaba abrir un proceso de negociación desencadenó una brutal respuesta ordenada por el presidente Belisario Betancourt, respaldada por los sectores más duros del ejército y la oligarquía que nunca fueron propensos a negociar con los guerrilleros. Los mandos del ejército y la policía no dudaron en utilizar tanques y armamento pesado para “retomar” el Palacio de Justicia de manos del M-19, con un saldo de más de 100 muertos y desaparecidos, incluidos personas que fueron “rescatadas” para ser ejecutadas en los cuarteles militares. Casi todo el comando del M-19, 11 magistrados de la Corte Suprema, más de 30 funcionarios y empleados de la Corte, así como policías y soldados, fueron los saldos, que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos llegó a considerar una masacre, bajo responsabilidad tanto del M-19 como del ejército colombiano y el gobierno de Betancourt.
La opinión pública a la que el M-19 se dirigía con sus acciones y un largo proceso de negociación lograron que se alcanzara la firma de la paz en 1990 con el gobierno de Virgilio Barco, que dio paso a la desmovilización de todos sus militantes, la entrega de las armas y su incorporación plena a la vida civil como partido político.
Esta determinación por la paz fue expresada por su comandante máximo Carlos Pizarro Leóngomez en su última orden que dirigió a sus tropas: “Por Colombia, por la paz, dejad las armas” “¡Oficiales de Bolívar, rompan filas!”; apenas un mes después, siendo el candidato de la Alianza Democrática M-19 a la presidencia de la república, Pizarro fue ejecutado en un avión en pleno vuelo por un agente del narcotráfico en contubernio con agentes estatales.
De esta historia colectiva y sus dolores profundos, proviene el primer presidente electo de la izquierda colombiana. El proceso de negociación de la paz, la redacción de la Constitución Política de 1991, y la incorporación a la Cámara de Representantes y el Congreso de la Republica de los antiguos guerrilleros fue la escuela política que Gustavo Petro atravesó. Su organización a pesar de terminar despareciendo, fue la semilla para fundar el Polo Democrático, y más tarde el Movimiento Colombia Humana que llevaron a Petro a ser senador de oposición, y luego alcalde de la ciudad de Bogotá, cargo del que terminó siendo destituido por la animadversión que el poderoso expresidente Álvaro Uribe siempre le ha profesado, por ser denunciados sus vínculos con el paramilitarismo.
Dos campañas presidenciales y varias amenazas a su vida terminaron de templar el carácter de un político que no supo rendirse. En su tercer intento, su triunfo en segunda vuelta abre un nuevo tiempo de esperanza, junto a su vicepresidenta Francia Márquez, la primera mujer afrocolombiana en ocupar ese cargo. Son pocas las ocasiones en que el adjetivo de histórico se ajusta plenamente al momento que describe; con el resultado de esta elección presidencial, la espada de Bolívar convertida en los ideales del Libertador en contra de la tiranía, retomada por la insurgencia como lucha en contra de toda explotación, hoy vuelve a empuñarse como proyecto de justicia social para el sufrido pueblo colombiano.
Parafraseado al propio Jorge Eliecer Gaitán, parece que está llegando el momento en que el pueblo dejó de ser una multitud anónima de siervos. (Con la colaboración de David Toriz).
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