La DFS infiltró a espías en Avándaro: el festival que el gobierno quiso controlar

Documentos oficiales revelan que agentes jóvenes de la Dirección Federal de Seguridad asistieron días antes y durante el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, registrando nombres, actividades y hasta supuestos excesos de los asistentes.

Tres días antes de Avándaro, agentes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) se infiltraron entre los estudiantes que planeaban asistir al festival de rock en Valle de Bravo. Según una investigación de Laura Sánchez Ley para Milenio, los policías jóvenes se mezclaron con universitarios de cabello largo y mezclilla deslavada, registrando movimientos, nombres de asistentes e incluso el certamen de Señorita Simpatía en la preparatoria.

El 11 de septiembre de 1971, más de 150 mil jóvenes llegaron al evento, organizado por Eduardo López Negrete y Justino Compeán, inicialmente pensado como carrera automovilística. La DFS describió el festival con términos alarmantes: “aquelarre psicodélico”, consumo masivo de drogas, topless, amor libre y un supuesto 70% de asistentes intoxicados.

Los reportes exageraban la realidad. Periodistas como Jorge Meléndez recuerdan que la mayoría eran familias que asistían a escuchar rock y que la presencia de drogas era minoritaria. La narrativa oficial estigmatizó a los jóvenes, prohibiendo publicar la crónica verdadera y reforzando la visión de Echeverría sobre una juventud “desbordada e inmoral”.

Los documentos detallan la logística del festival: escenario central para 12 bandas, 200 elementos de seguridad, 150 mil cocacolas, 240 mil cervezas, 170 mil sándwiches y 100 mil cajetillas de cigarros. Todo esto evidencia la planificación profesional del evento, que buscaba combinar música y automovilismo con fines comerciales, sin intención política.

Los informes posteriores describen con exageración desórdenes, consumo excesivo de alcohol y drogas, y actos inmorales, mientras medios sensacionalistas publicaron titulares como: “Infierno en Avándaro: encueramiento, mariguaniza y depravación”. Para Meléndez, fueron estrategias del gobierno para repudiar la cultura juvenil tras la masacre de 1968.

Avándaro no solo fue un festival de música; se convirtió en símbolo de resistencia cultural y juvenil. A pesar de la censura, despertó interés en el rock y la libertad de expresión, demostrando que la narrativa oficial no siempre coincide con la realidad de los hechos.

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