El feminismo más radical, las infancias LGTBI, el ambientalismo ramplón y la “progresía mediática” son las representaciones más comunes de lo que se conoce como cultura woke, o al menos así se ha entendido en muchos países occidentales, pero, ¿de dónde surge y por qué no ha permeado tanto en México?
La palabra “woke” es el pasado de “wake”, que en inglés significa despertar. El uso de la palabra woke surgió dentro de la comunidad negra de Estados Unidos y originalmente quería decir estar alerta a la injusticia racial, sin embargo, su uso y exportación se ha tergiversado de tal manera que, a día de hoy, puede ser usado como un insulto o como sinónimo de una ideología radical.
Muchos países han importado la ideología de Estados Unidos porque es una manera en que el imperio mantiene su poder hegemónico, además del dólar y las armas. Películas de Hollywood, el inglés como lenguaje vehicular en el mundo, costumbres y tradiciones como Halloween, día de gracias, Santa Claus son solo algunos de los ejemplos más comunes, y claro, no podía faltar el adoctrinamiento en lo político.
La cultura woke ha sido, durante mucho tiempo, la forma de diferenciación del partido demócrata en Estados Unidos para contrarrestar las ideas conservadoras del partido republicano, ello porque, en lo económico y político, no parece haber mucha diferencia entre sus posturas liberales, belicistas, imperiales y anticomunistas. Si el partido demócrata se ha asociado con una supuesta izquierda progresista por el uso de la ideología woke, luego entonces, las izquierdas europeas y latinoamericanas han adoptado, de alguna forma, su uso como bandera política para atraer adeptos, pero esto no ha sido igual en todos los países.
En Europa, la ideología woke ha fracasado estrepitosamente porque logró colarse en el ideario político de agendas de izquierda que, en su afán de no ser asociadas con un supuesto comunismo o socialismo, la adoptaron como una especie de modernización de la lucha por la igualdad de oportunidades. En España, por ejemplo, se creó el Ministerio de Igualdad, cuyo propósito era defender los derechos de las mujeres, no la falta de oportunidades entre pobres y ricos. El resultado fue que la ultraderecha representada por Vox y parte del PP (FRENA y el PAN, respectivamente en México) arrasaron en las elecciones locales más recientes.
En México, el presidente López Obrador no ha comprado ni adoptado la cultura woke en ninguna de sus formas. Entiende que la madre de todas las luchas es la desigualdad y la exclusión social, y que enfocar todos los recursos a ello no solo contribuye más y mejor a desarrollar el país, sino que le traerá mejores réditos políticos.
Por otro lado, pareciera ser que, de forma muy paradójica, la oposición (carente de un proyecto de nación, humillada por las constantes derrotas electorales y abrumada por la falta de ideas) se propone adoptar la cultura woke como parte de su ideario político, y por eso los falsos ambientalistas se oponen a proyectos de desarrollo tan importantes como el tren maya; muchas feministas de ocasión concentran su lucha en Palacio Nacional y lejos de las comunidades indígenas, donde tendría algún sentido; comunicadores e intelectuales “progresistas y buena ondita” han quedado exhibidos como vulgares chayoteros y cada día son más irrelevantes sus tertulias de odio anti-AMLO, sus programas de expertos donde todos opinan lo mismo en contra de la 4T; y sus redes sociales infladas por granjas de bots.
México debe concentrar sus esfuerzos y su lucha en reconquistar derechos para los trabajadores, acabar con la exclusión social, el clasismo y el racismo; desarrollar un sistema de salud de primer nivel, consolidar un sistema de educación gratuita y de calidad para todos, y muy importante: acabar con la corrupción en todas sus formas, lo demás son distracciones.
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