Kenia y la traición de Morena

A continuación quiero leerles unas frases. Ahí les van: “Dicen que Claudia Sheinbaum es una corcholata, yo diría que más bien es una fichita”.Otra frase: “El narco es pueblo, dice AMLO… eso dice el presidente, mientras les llaman narco presidente a AMLO y narco candidata a Claudia. Urge que se vayan”.Otra: “La señora Sheinbaum debe pedir licencia y dejar de dañar a los capitalinos”.Otra más: “La señora Sheinbaum insiste en irse en una campaña ilegal por todo el país”.“Señores embajadores, les pido de la manera más atenta que no mientan como AMLO ni como la corcholata”.Otra: “Es la primera vez en la historia que tenemos a una mujer como presidenta como para permitir que un machista le diga quiénes van a ser sus colaboradores”.Y la última: “Sin duda lo que más impera en el gobierno encabezado por la señora Sheinbaum es la corrupción”.

Esas son palabras que han salido de la boca de la diputada plurinominal del PRIAN Kenia López Rabadán. No estaría hablando de alguien tan despreciable de no ser por el hecho de que ahora no solo es diputada plurinominal con fuero, sino que también es la presidenta de la Cámara de Diputados y, a su vez, representante del Congreso de la Unión por todo un año. A diferencia de lo ocurrido hace una semana con Alejandro Moreno, que generó indignación por las acciones de los priistas, aquí la indignación no es causada por algo que haya hecho Kenia o el PAN, sino por algo que generó, acordó y pactó Morena. Concretamente Ricardo Monreal Ávila, el eterno Judas que tiene los labios secos de tanto besar mejillas.

La conducta pusilánime de Kenia López la pone a la altura de su partido: una caterva de racistas y clasistas incompetentes que se la pasan hablando de democracia, pero no pueden ganar una sola elección y jamás llegarían a ocupar puestos como los que hoy ostentan de no ser por las plurinominales. Su componente conservador la ha llevado a participar en los peores espacios del debate público; no por nada tiene una silla garantizada en la mesa de Atypical TV ni fue gratuito que fuese la vocera oficial de la campaña presidencial de la candidata del PAN, Xóchitl Gálvez. No hay nada en su historial político que acredite una razón de peso para nombrarla representante de los mexicanos en el Poder Legislativo. Sin embargo, ya lo es.

Su preparación es nula y su conocimiento ínfimo, como lo demostró en un debate con el entonces diputado Hamlet Almaguer al asegurar que le era imposible leer un texto de 250 páginas en dos días. No tiene talante democrático: es una censuradora profesional, y puedo confirmarlo por experiencia propia cuando la congresista decidió bloquearme de sus redes sociales, violando mi derecho constitucional de acceso a la información. La demandé y gané el proceso; tuvo que desbloquearme de X —antes Twitter— y ahora debe leer mis comentarios en cualquier red social. Es intolerante a la crítica. Ya ni hablemos de su capacidad para el debate político: gritar no es un argumento, romper tímpanos no es un argumento, repetir un guion no es un argumento, no dejar hablar tampoco es un argumento. Y sin embargo, esos son los recursos que ha utilizado la señora Rabadán en el Senado y ahora en la Cámara de Diputados.

Pero incluso si dejamos todo eso de lado, si ignoráramos el fracaso político que es Kenia López Rabadán —como lo fueron sus “Contra mañaneras” de las que ya nadie se acuerda—, incluso olvidando todo eso, hay algo imperdonable que no es digno de alguien que porta la investidura de senador, y mucho menos de alguien que presidirá el Congreso mexicano: las frases que citaba al principio de este texto. Nadie que acusa con la ligereza de una pluma a una presidenta de ser narcotraficante debería representar a los mexicanos. Kenia será ese caso. ¿Quién lo permitió? ¿Quién lo acordó? Ricardo Monreal.

Por ley es cierto que la presidencia de la Cámara de Diputados tiene que ser rotativa; es decir, Morena no puede controlar los tres años la mesa directiva. La ley establece que en cada uno de los tres años de la legislatura deberá cambiar la presidencia según la votación obtenida por los partidos: el primer lugar la ocupa el primer año, el segundo lugar el segundo año y así sucesivamente. Al PAN le tocaba la presidencia, sí, pero a Morena le correspondía decidir qué panista iba a encabezar la mesa. No estaba obligado a elegir entre los cuatro perfiles que propuso el PAN —que, francamente, eran todos nauseabundos—. Si entre Margarita Zavala y Germán Martínez había que elegir, mejor desaparezcan el Congreso. Morena no tenía que escoger entre los candidatos del PAN; podía designar a cualquier panista del pleno y nombrarlo presidente o presidenta. Sin embargo, por la operatividad política de un capricho, el dedo de Monreal apuntó a Kenia López Rabadán.

La ley estipula que los representantes de los poderes de la Unión, como a partir de hoy lo es Kenia, tienen que ser invitados a los eventos oficiales de la federación. Es decir, en teoría, en los próximos eventos la presidenta Sheinbaum tendrá que compartir escena, pódium y fotografías con la persona que la insultó, calumnió y difamó, gracias al zacatecano que promete reiteradamente su retiro.

Y aún hay más. Ya ni hablemos de cómo Monreal defendió a su amigo Alejandro Moreno para que pudiera hablar en San Lázaro; ese es otro “pescadito” pendiente. En los hechos hubo traición. Todos los diputados de Morena que votaron para que Kenia López Rabadán fuese la presidenta de la Cámara de Diputados traicionaron a sus electores. Solo hubo cuatro que votaron en contra: a ellos, mis felicitaciones.

No podemos decepcionarnos de Alito porque conocemos a Alito. No podemos decepcionarnos de Kenia porque conocemos a Kenia. Incluso no podemos decepcionarnos de Monreal porque conocemos a Monreal. De lo que sí podemos decepcionarnos es de que estas cosas sigan ocurriendo… y nadie parezca interesado en detenerlas.

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