Cubana revela el terror que padecen migrantes en cárcel de Trump.
El sueño americano se ha transformado en una pesadilla de detención y deportación bajo el yugo de una política antimigrante.
LA ODISEA DE SAILY
La historia de Saily Vázquez, migrante cubana, es una crónica desgarradora, entre las miles de travesías desesperadas que cruzan las fronteras en busca de un mejor futuro.
Lo que inició el 23 de septiembre de 2023 como un viaje de 10 meses desde Cuba con la esperanza de acogerse a la Ley de Ajuste Cubano, terminó transformándose en una lucha por la supervivencia ante las durísimas políticas migratorias de Estados Unidos.
Con solo 800 dólares y una mochila, Saily se embarcó en una odisea que la llevó a atravesar Centroamérica y México, pagando a “coyotes” y enfrentando una constante zozobra.
Ahora, en Miami, su destino pende de un hilo, sujeto a la voluntad del gobierno de Donald Trump, un presidente abiertamente antimigrante.

LA TRAVESÍA: UN LABERINTO DE RIESGOS Y PAGOS
Saily y su esposo salieron de Cuba en avión hacia República Dominicana, para luego volar a Nicaragua, donde un “coyote” los esperaba.
La ruta, que fue una combinación de caminatas extenuantes y autobuses que operan de forma irregular, los llevó por Honduras y Guatemala, pagando sobornos en cada frontera.
“Nos llevaron en autobús por unas montañas que yo no había visto en mi vida”, relata a ReporterosMx Saily con la voz quebrada por el miedo y el cansancio.
Ya en México, en Tapachula, Chiapas, la pareja se encontró con otra dura realidad: para llegar a la Ciudad de México, donde esperaban aplicar al programa CBP One, debían desembolsar mil 200 dólares por persona.
Como no contaban con ese dinero, decidieron arriesgarse y continuar su camino vía terrestre.
Sin embargo, el viaje de 18 horas hasta la capital mexicana se convirtió en una auténtica pesadilla. Saily nos asegura que tuvieron que pasar por 32 retenes policiales.
Y en cada uno de ellos, la extorsión era la norma. Les exigían, de acuerdo con Saily, entre 100 y 200 pesos para evitar que los bajaran del autobús.
“Si no pagabas, te bajaban del autobús a mitad de carretera”, recuerda Saily. La mujer de origen cubano estima que, en ese trayecto, gastaron más de “dos mil pesos por cada uno” en sobornos.
Al llegar a la Ciudad de México, la pareja fue trasladada a una casa en Chalco, en el Estado de México, donde permanecieron encerrados durante tres meses junto a otras 30 personas, y donde, además, estuvieron obligadas a pagar un alquiler de 4 mil pesos mensuales cada uno.
Desde luego, la incertidumbre y el miedo los siguió a todas partes como una sombra siniestra.
No obstante, y a pesar de haber padecido experiencias durísimas, incluyendo la detención de Saily en un Centro de Detención en Texas, la mujer se niega a renunciar a su sueño, al que le ha apostado su vida y, hasta el momento, más de 10 mil dólares.
EL SUEÑO AMERICANO EN LA CUERDA FLOJA
En julio de 2024, Saily finalmente consiguió una cita para presentarse en la garita de Ciudad Juárez.
Cruzó el puente internacional pagando solo cinco pesos mexicanos. Acto continuo fue entregada a la policía estadounidense, sin imaginar el calvario que le esperaba.
Fue llevada a un campamento, luego a una “mazmorra” y, finalmente, a un centro de detención en Texas, donde pasó 40 días incomunicada.
Sus familiares y un abogado de migración lograron su libertad provisional, enviándola a Miami con un brazalete de monitoreo.
Desde finales de 2024, Saily ha vivido con un brazalete electrónico, esperando la indulgencia de la ley estadounidense.
Sin embargo, el panorama se ha oscurecido con la reelección de Donald Trump y sus políticas antimigrantes.
El programa CBP One, bajo el cual Saily y otros 919 mil migrantes lograron cruzar a Estados Unidos, fue abolido por orden ejecutiva de Trump a finales de enero de 2025.
Desde entonces, cientos de miles de migrantes, en su mayoría venezolanos, centroamericanos, cubanos y mexicanos, han sido repatriados a sus países de origen o recluidos en centros de detención.
El próximo 13 de agosto, Saily debe comparecer ante las autoridades migratorias para solicitar su residencia, una posibilidad remota a menos que pueda demostrar que su vida corre peligro en Cuba, algo que, si bien es cierto para gran parte de la población cubana (cerca del 90% vive por debajo del umbral de pobreza), no es una realidad exclusiva de Saily ni una justificación fácilmente aceptada por las autoridades migratorias.
Saily no sabe si será deportada nuevamente a Cuba. Pero de lo que sí está segura es que, si eso ocurre, “volverá a intentarlo en algunos años”.
La detención de Saily en Texas y el uso del brazalete de monitoreo son tácticas que buscan ejercer control absoluto sobre los cuerpos de los migrantes, despojándolos de su libertad y dignidad.
Estas acciones no solo ignoran las causas estructurales de la migración, sino que exacerban el sufrimiento humano, empujando a los migrantes a rutas más peligrosas y a caer aún más en manos de la criminalidad organizada.
Sin duda, la historia de Saily es un llamado urgente a rehumanizar el debate migratorio y a que los gobiernos busquen y ofrezcan soluciones que aborden las raíces de la migración y la desigualdad global.

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