No han sido pocas las ocasiones en que nos ha tocado presenciar los arrebatos carnales entre prestigiosos representantes populares de la actual transformación y deleznables enemigos del pueblo, desde un abrazo cariñoso del que nos percatamos mientras miramos el canal del Congreso, hasta una boda digna de monarcas a la que nuestros correligionarios convidan a la más pestilente realeza opositora.
Incluso se forman uniones entre representantes de las más opuestas ideologías. Se casan y brindan una romántica boda en otro país con todos los gastos pagados para los más altos funcionarios del actual gabinete, así como para productores teatrales nivel mascabrothers.
Nos ha tocado ver a los más queridos encargados del marketing político actual y a jóvenes representantes de la transformación, en bodas de cuestionables políticos/comentócratas de Televisa.
Durante las décadas en que hemos seguido la trayectoria política del presidente Andrés Manuel López Obrador, jamás lo vimos en ninguna portada de la revista Hola, Quién o Caras, y mucho menos mezclándose entre los engominados asistentes a una boda de la élite.
En el universo que conforma este movimiento de transformación nacional, hay todo tipo de opiniones sobre este tema, los hay muy “open mind” que consideran que cada quien, mientras cumpla con su chamba tiene derecho a convivir amistosamente con quien le plazca. Existimos otros de opiniones mas estrictas, quienes consideramos que ese tipo de “trivialidades” pueden llegar a tener consecuencias de diferentes magnitudes.
¿Cómo es posible que un servidor público cuya función consiste en llevar a cabo las acciones que concretan el bienestar de la gente según los principios ideológicos de nuestro movimiento, pueda entrelazar sus sentimientos con alguien no solo opuesto en valores y principios, sino que además su carrera política se basa en ejecutar acciones diametralmente opuestas?
La consecuencia más leve de esto es que se ganan el repudio de la militancia que cree en la consistencia ideológica, como es mi caso. Quizás pudieran llegar a tener una llamada de atención del ejecutivo, o en el peor de los casos la pérdida definitiva de su puesto de alto nivel, que estaría justificada. ¿Cómo podemos confiar en un funcionario políticamente incongruente, que no aplica las mínimas normas morales en sus propias relaciones interpersonales? ¿Nos puede representar alguien que saliendo del congreso se guarda la ideología en su portafolios como si fuera una faceta de su empleo y no una parte integral de quien es como persona?
Después de los excelentes prospectos para la continuidad del proyecto en el 2024, ¿hay relevo?
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