¿Qué tan distinto era el mundo hace un cuarto de siglo? Llegamos al año 2000, el último del siglo XX, con mucho miedo a un cero, y finalmente no pasó nada. Aquel miedo tenía nombre: el efecto Y2K: dado que muchos sistemas informáticos representaban las fechas con dos dígitos para el año, cundió el temor de que, al llegar el sábado 1° de enero de 2000, muchos sistemas interpretarían el “00” como 1900 en lugar de 2000 u otros despropósitos, lo que habría de provocar fallos críticos en bancos, servicios públicos y redes de transporte… A la mera hora, no pasó nada. Si bien el dichoso efecto Y2K no colapsó la dimensión digital de la Humanidad, sí que mostró a las claras que tecnología no mata ansiedades, más bien al contrario.
Aunque no hay cifras oficiales de la Organización Mundial de Salud (OMS) para el año 2000, se estima que alrededor de un 2% de la población global padecía trastornos de ansiedad —trastornos mentales, del comportamiento o del neurodesarrollo caracterizados por miedo o ansiedad excesivos que persisten durante un período prolongado, son desproporcionados respecto al contexto y provocan un deterioro significativo en el funcionamiento de la gente—. Estudios independientes calculaban que en 2015 los trastornos de ansiedad afectaban al 2.5% de las personas en todo el orbe. Según la OMS, hace veinticinco años, el 4% de la población total del mundo padecía depresión —un trastorno mental común que implica un estado de ánimo deprimido o una pérdida de placer o interés en actividades durante largos períodos de tiempo—. A la fecha, el mismo organismo de Naciones Unidas estima que ha habido un aumento de un punto porcentual, tanto en la ansiedad como en la depresión. Y quizá de 4 a 5% no suene mucho, pero considere usted que la población mundial, a lo largo del último cuarto de siglo, aumentó de 6,145 millones a 8,185 millones, es decir, ¡33%! Luego entonces el contingente de seres humanos en depresión pasó de 210 millones de hombres y mujeres a más de 410 millones. Ese volumen de gente ya no se aprecia menor, ¿cierto? Estamos hablando de todos los hombres y mujeres que habitamos México… ¡triplicados!
En el año 2000 la globalización era entendida como el feliz puerto de destino al que toda la humanidad estaba llegando, con el acelerador a fondo y con unas ganas locas de generar riqueza y sobre todo de consumir sin medida. Impulsado por la digitalización, internet y el inicio de la expansión vertiginosa de la telefonía móvil, el acercamiento de culturas —o su disolución en el mainstream occidental— y la expansión de las economías neoliberales —en realidad la aceleración bestial de la polarización de los recursos— se veía como un sino inevitable. La velocidad con que todo se movía en la llamada “súper carretera de la información” todavía inspiraba optimismo. Con todo, la burbuja de las punto-com estallaba, revelando que los viejos y conocidos riesgos del destrampe capitalista no se iban a controlar por obra y magia de los microchips, sino más bien al contrario. Geopolíticamente, Estados Unidos mantenía la ilusa ilusión de permanecer por los siglos de los siglos como la única superpotencia tras la Guerra Fría. En Europa, el euro comenzaba a circular, y la integración continental parecía una ruta que nadie abandonaría.
Hace veinticinco años, el mundo vio la llegada de los teléfonos con cámara, que revolucionaron la forma de capturar momentos cotidianos, y el auge de internet como herramienta de comunicación y acceso a información personal. La pandemia de exhibicionismo/voyerismo comenzó a propagarse, a meterse en las habitaciones, los baños, las mesas, la intimidad de todas y todos: tan sólo trece años después, la palabra selfie fue elegida como Palabra del Año por el Oxford English Dictionary: el rostro de una persona posando para sí misma y retratada por sí misma, se convirtió en un fiel icono del hiper individualismo.
El ánimo social colectivo apuntaba más hacia una renovada fe en el progreso. Avances científicos como el Proyecto Genoma Humano atizaban la esperanza. Mucha gente celebraba el nuevo milenio con fiestas globales, pero cierta sensación difusa de que el futuro sería más complejo de lo imaginado comenzaba a permear, a sentirse en el aire… El cambio climático preocupaba más bien poco y a pocos, era algo que el gran público percibía distante y no había aún sentido en carne propia.
Justo en el año 2000, Jimmy Wales y Larry Sanger lanzan Nupedia, una enciclopedia en línea con artículos revisados por expertos. Un año después nace Wikipedia, y con ella el espejismo de la universalización de la sabiduría empieza a propagarse a la velocidad de la luz.
Según datos de la Unión Internacional de Telecomunicaciones y el Banco Mundial, en el año 2000, aproximadamente 6.7% de la población mundial tenía acceso a Internet. Eso equivalía a unos 413 millones de usuarios —la enorme mayoría de ellos habitantes de países desarrollados— de un total de 6,100 millones de personas en el planeta. En términos relativos, pues, muy poca gente estaba conectada a la red. Con todo, no recuerdo que nadie se quejara. La falta de información, la desinformación o la mala información no eran tema. Desde entonces, el acceso a Internet ha crecido exponencialmente: para 2015, el 43% de la población mundial estaba conectada —3.2 mil millones de usuarios—. En 2025, se estima que el 68% de la población mundial tiene acceso a Internet, lo que equivale a 5.560 millones de personas.
Es innegable, pues, que hoy día muchísimas más personas que antes pueden estar informadas. Nunca antes a lo largo de toda la historia de la humanidad tanta gente estuvo en contacto con tanta gente, claro, no en términos absolutos, pero tampoco en términos proporcionales. Nunca habíamos estado tan comunicados. ¿Con qué resultado? Medite usted un momento en lo siguiente: en el año 2000 ni la desinformación ni mucho menos las fake news eran preocupaciones globales. Vale recordar que el término fake news comenzó a popularizarse a nivel mundial en 2016, especialmente durante la campaña electoral para la presidencia de Estados Unidos: irónicamente, la palabra se popularizó cuando Donald Trump utilizó este término para referirse a noticias que consideraba negativas o falsas sobre su persona y sus acciones. Resulta pues que uno de los mayores generadores de noticias falsas fue quien popularizó el vocablo. Y agregue usted esto otro: ¿sabe usted cuál es el principal riesgo a corto plazo al que se enfrenta el mundo en 2025, según el Foro Económico Mundial? Pues según leo en su The Global Risks Report 2025, publicado a principios de año, no es ni el cambio climático ni la guerra arancelaria ni la guerra a bombazos y misiles ni una nueva pandemia… El principal riesgo al que hoy por hoy nos enfrentamos globalmente según los casi mil expertos consultados por el Foro es ni más ni menos que la misinformation, es decir, la información falsa o incorrecta difundida sin intención de engañar, y la disinformation, o sea la información falsa difundida a propósito, con la intención de manipular o engañar. La conclusión me parece evidente: es imposible tomarle el pelo a alguien con el cual no haya manera de comunicarse. Hace años, quizá más de veinticinco, había una campaña de publicidad de Teléfonos de México cuyo slogan era Hablando se entiende la gente, y es cierto, tan cierto como que hablando se engaña a la gente…

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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