Frijol de muerto

Opinión de Diana Espejel

El diálogo es muy complicado, sobre todo cuando las expresiones culturales y sus prácticas te son ajenas. Mi madre nació en los Valles centrales de Oaxaca; quienes conocen, saben que todo es una fiesta. Algo similar pasa con la muerte, digamos que el duelo comienza por la negación del suceso hasta el momento en que se queda la casa vacía. El día de muertos nos permite tener la idea de compartir de nuevo con nuestros difuntos, por lo que resulta menos agobiante la muerte. La cultura que compartimos nos permite sentir que aún son parte de nosotros y el mundo comienza a conocerla gracias a 007 Spectre de 2015 o Coco de 2017. Los extranjeros que ha tenido la oportunidad de vivirlo se asombran de lo mágica que parece la algarabía de la gente.  

Algo similar me ocurrió y me sentí como extranjera en la tierra de mi madre, me topé con nuestra multiculturalidad. Visité un lugar de la Sierra Juárez, ya escribiré con más detalle al respecto; por lo pronto quiero centrarme en el tema. Cuando llegamos avisaron a la familia que era mi anfitriona, que uno de los habitantes había muerto y que estaban invitados a acompañar a la familia. El comentario fue que como había velorio, se esperaba que hubiera frijol de muerto; ¿qué era eso? Pregunté. Resulta que hay una forma especial de preparar los frijoles y que el platillo era exquisito y muy particular, sólo se consume en los velorios. 

Asistí con la comitiva. En cuanto llegamos nos recibieron con café, un pedazo de pan típico del lugar, un plato de frijoles, tortillas, queso fresco y chiles en vinagre para cenar. En cuanto vieron el plato, mis acompañantes me dijeron que ese no era el frijol que habíamos platicado. El difunto era un músico, así que, sus compañeros de la banda se la pasaron tocando buena parte de la noche. Lo interesante es que era música alegre, de fiesta, sin embargo, en su interpretación había un dejo de nostalgia, las notas anunciaban su duelo. En un descanso, ellos también cenaron. 

La siguiente noche, había un ambiente festivo, al puro estilo oaxaqueño. Cenamos mole negro con pollo tradicional del lugar, chocolate de agua y pan de yema, un manjar. La banda acompañó los rezos del rosario y al terminar tocaron por casi dos horas seguidas, pura música alegre y sí, de pronto los amigos del señor se quebraron un poco por la tristeza que los embargaba. Afuera había una fiesta, platicas, risas, casi cien personas llegaron a dar el pésame a la familia y todos cenaron. Unos llegaban, otros se iban y así transcurrió la noche que finalizó con el anuncio del rosario en la mañana para después ir al entierro. 

El día siguiente comenzó con el rezo, acompañado de la banda, después el desayuno en donde por fin probé el frijol de muerto. No les podría explicar a qué sabe, créanme que es delicioso, una combinación de hierbas que adornan al frijol y la textura del molido es inigualable. No tan espeso como el que se usa de base para la tlayuda, pero tampoco tan líquido como en las enfrijoladas, un punto intermedio. Y de nuevo la banda interpretando sus mejores piezas, toda una pachanga, dirían por ahí. Uno se siente verdaderamente espiado cuando entra al lugar todos los días, porque enseguida te aborda una persona que te ve sentado sin comida y como por arte de magia te sirven de todo. No falta el mezcal que se reparte por todos lados a quien lo pide. 

Sólo hubo algo que rompió mi percepción de que estábamos en un festejo, el momento de la despedida. La banda se silenció, sus integrantes pasaron a dar el último adiós al cuerpo. La nieta, que toca el bombo, no paró nunca de llorar, se puso su instrumento y caminó tocando sin que el llanto encontrara alivio. El féretro salió de la casa, al tiempo que unas mujeres repartieron todas las flores que llenaban la habitación, se hizo una procesión de la casa al panteón. La banda tocó durante todo el trayecto y hasta que el cuerpo quedó cubierto de flores. La gente se despidió de la familia y ellos invitaron a los asistentes a la comida.

¿El menú? Mole negro con pollo, ahora sí, el que se consume regularmente en Oaxaca. Lo que más me impactó fue que al terminar la comida nos despedimos de los dolientes ya con más serenidad. El trago amargo de todo el ritual había sido consumido por las actividades que vinieron después. Me llama la atención que el frijol de muerto sea algo tan especial que el lugar entero lo espera. Un platillo que no se prepara en ninguna otra ocasión y que no tienes ni idea de qué forma se elabora porque no lo has probado antes. Es hermoso que podamos tener rituales tan particulares, porque eso nos permite tramitar nuestro duelo de una mejor manera. Considero que conocer nuestro país es una experiencia rica en todos los sentidos porque puedes percibir la majestuosidad de nuestras culturas sin cambiar de nacionalidad, ¿te ha sucedido? 

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