Ningún imperio ha sobrevivido a lo largo de la historia, porque, después de todo, no hay mal que dure 100 años. En la era antigua, desde las grandes civilizaciones mesoamericanas, pasando por las grandes dinastías asiáticas, los califatos árabes y hasta el imperio romano, todos cayeron, dejando un caos inicial que fue el principio de un nuevo orden aprovechado por nuevas potencias.
Estados Unidos no es la excepción, y para beneplácito de muchos, caerá. En tiempos modernos, el imperio español dominó los mares en el siglo XIV, luego lo hizo Portugal, con quien se dividió el mundo; pero a la caída de ambos, vinieron los holandeses, y una vez que terminó su dominio, dieron paso al segundo imperio más sangriento y violento de la historia: el inglés. Cuando Estados Unidos y sus aliados ganaron la segunda guerra mundial, impusieron su nuevo orden, que vino a reafirmarse en la guerra fría con la Unión Soviética; pero ahí no acaba la historia, afortunadamente.
No está claro si habrá un claro vencedor antagónico al dólar, al capitalismo salvaje y al protestantismo blanco anglosajón que hoy domina el mundo; o si, por el contrario, habrá un mundo multipolar post capitalista, cuyos equilibrios se repartan en diferentes latitudes geográficas; pero, lo que es un hecho, es que ya hay señales de que el mundo unipolar no lo será más.
Decadencia en valores y fracaso de su propio modelo económico, incapaces de derrotar a los rusos, sobrepasados por los chinos, provocando guerras en Medio Oriente, perdiendo influencia en África y sometiendo a Europa, los estadounidenses muestran signos de decadencia como imperio, pero hay un problema con ello: cuando caiga, lo hará con toda la violencia posible, y es que Estados Unidos y sus gobernantes serían capaces de cargarse a civilizaciones completas si eso los acerca a una victoria global pírrica.
La historia muestra que, en su decadencia, un imperio es capaz de lo que sea, y Estados Unidos todavía tiene mucho poder, armas y control sobre el sistema económico y financiero con el que castigan e invaden países sin miramiento alguno. El problema es que tienen cada vez menos credibilidad y obediencia perenne de otros gobiernos, incluso los aliados, y lo saben.
Antes, eran menos obvios y trataban de tener cierta congruencia a partir de una falsa superioridad moral rubricada en sus instituciones y propagada en sus poderosos medios. Ahora, son descarados e incongruentes, y hasta el ciudadano de a pie más desinformado se da cuenta que cometen grandes atrocidades no en nombre de la democracia o un supuesto orden, sino para mantener el poder sobre los demás.
Un imperio depredador tan violento como el estadounidense se mantiene apoyado en guerras y sometimiento, nunca con grandeza cultural o valores, a diferencia de otros imperios como el griego, que cayó ante el romano, pero el primero perduró en el tiempo por sus grandes pensadores y aportaciones a la humanidad.
En un futuro, a Estados Unidos se le recordará más como la versión con esteroides del imperio británico, que como los que dieron gloria civilizatoria a partir de su modelo. Se sabrá que mataron a diestra y siniestra y provocaron el sufrimiento de millones solo por imponer su mundo basado en reglas, y que no permitían la disidencia, porque se sabían temerosos de un despertar moral y cultural que los superara.
A los mortales de hoy no nos alcanzará la vida para ver el desplome del peor imperio de la historia, pero nuestros descendientes, en algún punto, lo harán, y será épico.
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