ESE HOMBRE

Reescribe la historia de México sin saber que la ha reescrito ya. Lo hizo liderando a todos los que lo apoyamos en una odisea que parecía imposible: sacar a los poderosos —a los hombres y mujeres del dinero y a los gobernantes corruptos— de las decisiones nacionales, es decir, “separar el poder económico del poder político”, y emprender un nuevo camino en el que los pobres siempre tengan la prioridad. 

Llegó caminando más de mil kilómetros con el Éxodo por la Democracia, una caravana en la que se protestaba por un fraude electoral en Tabasco. Luego apareció con un tajo en la cabeza, derramando sangre en la camisa, pero con altivez, determinación y con la dignidad de luchar por las causas más justas. Gobernó la Ciudad de México y después el país de manera intachable. Para eso tuvo que sortear fraudes electorales, guerras sucias, mentiras y calumnias. Su discurso ante el desafuero fue preclaro: “No estás solo”, le dijo la gente, le dijimos todos. Luego vino la traición, el robo de la presidencia, el fraude, el presidente espurio que bañó en sangre al país y que trajo dolor y corrupción…

Se fue regalándonos un libro, con el que para colmo nos da las gracias cuando nosotros somos los que tendríamos que agradecerle a él. Ahora, un año después nos ofrece otro libro en el que busca escribir de nuevo una historia que nos han vendido toda la vida. Su relevo, la presidenta Claudia Sheinbaum ha dicho: “Un hombre con esa voluntad y con ese pensamiento es invencible”.

Como de la nada apareció. Siempre luchando. Primero, en Tabasco, su tierra natal. Él le dio un nuevo rumbo a la política pues estaba convencido de algo que llevó siempre como bandera: “Por el bien de todos, primero los pobres”. Esta convicción política se convirtió en el humanismo mexicano y culminó, luego de una presidencia exitosa, con un dato digno de Ripley: 13 millones 400 mil mexicanos salieron de la pobreza y se redujo la desigualdad del 35 al 16 por ciento.

Él tuvo que luchar por años contra una megaestructura conformada por partidos políticos anquilosados, empresarios convertidos en delincuentes de cuello blanco, medios de comunicación cooptados por la mano sucia del dinero, así como ataques subrepticios y descarados de la derecha internacional.

Con tenacidad, sobrevivió a todos los embates porque “solo el pueblo puede salvar al pueblo”, solía decir. Él tenía un proyecto de nación, un proyecto alternativo para transformar la República. Él tenía una profunda idea de la democracia. Parece lejos, pero hace apenas una década él y un grupo de hombres y mujeres convencidos de que un México mejor sí era posible registraba un nuevo partido llamado Morena. La idea era impulsar la cuarta transformación de la vida pública nacional.

Pongamos que hablamos de su grandeza. En su libro más reciente, Andrés Manuel busca reivindicar la vigencia de las civilizaciones antiguas, sometidas y negadas, pese a que son las que han favorecido nuestras cualidades, las características de los mexicanos, nuestros valores morales y espirituales.

La revolución de las conciencias ha sido el hito por medio del cual pudo transformarse el país. Sin embargo, hay personas que, lamentablemente, no alcanzan a ver la dimensión de la obra de Andrés Manuel López Obrador, el pedazo de presidente que tuvimos. El hombre que un día caminó más de mil kilómetros y que tiempo después nos ayudó a recuperarnos como país, esto es, a recuperar la dignidad del pueblo de México.

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