Vivimos en una era en la que los medios de comunicación y la propaganda juegan un papel crucial en la formación de nuestras opiniones, creencias y comportamientos. Ya sea a través de la televisión, las redes sociales, la radio o los periódicos, las imágenes, los mensajes y las narrativas que nos llegan constantemente moldean nuestra visión del mundo de maneras que a menudo no somos conscientes.
La propaganda, en su forma más simple, busca persuadir a las masas para que adopten una postura, ya sea política, social o económica, que favorezca a ciertos intereses. Sin embargo, no debemos pensar en ella solo como una herramienta de manipulación en contextos dictatoriales o autoritarios; en las sociedades democráticas, la propaganda también se manifiesta en las campañas publicitarias, las noticias sesgadas y hasta en las narrativas que las empresas crean alrededor de sus productos.
En los últimos días, con la crisis diplomática que México ha vivido con Estados Unidos debido a la imposición de aranceles y la extorsión económica, vemos un claro ejemplo de la fuerza mediática y la manipulación de la información. Esta situación no solo afecta las relaciones diplomáticas, sino también las percepciones que el público tiene de los hechos que ocurren, dependiendo del filtro informativo a través del cual se presenten.
Si somos objetivos, aunque la imposición de aranceles también podría ser vista como una oportunidad de desarrollo para nuestro país, también trae consigo una serie de riesgos económicos (como lo escribí en mi espacio del lunes). Esto nos recuerda la importancia de la diplomacia y la necesidad de llegar a acuerdos con otros países, especialmente cuando las relaciones económicas entre dos naciones son tan interdependientes. La información sobre estos temas debe ser manejada con responsabilidad para que los ciudadanos comprendan no solo los riesgos, sino también las potenciales ventajas.
Es en este contexto que podemos observar cómo se manejó la información sobre el acuerdo alcanzado por la Presidenta Claudia Sheinbaum con su homólogo estadounidense. El logro de retrasar la imposición de aranceles fue presentado como un éxito diplomático, aunque algunos opositores a la 4T, como machistas, fascistas y comunicadores pagados, intentaron crear una narrativa de derrota, entreguismo y subordinación.
Mientras tanto, medios de comunicación y expertos nacionales e internacionales objetivos mostraron el accionar de Claudia Sheinbaum de manera positiva, destacando su capacidad para negociar en un entorno tan complejo. Sin embargo, en el campo de la comunicación política, los mercenarios de la palabra, aquellos que defienden intereses personales o de grupos, intentan manipular la opinión pública a su favor. Pronto se les olvidó que la Reforma Energética en el sexenio de Enrique Peña Nieto entregó el petróleo mexicano a intereses extranjeros; pasaron por alto pasajes bochornosos como el famoso “Comes y te vas” de Vicente Fox y acusaron a la administración de López Obrador y Sheinbaum de un supuesto “narco gobierno”, a pesar de que el único secretario de Seguridad Federal detenido ha sido el calderonista Genaro García Luna.
El poder de la propaganda en la política es, sin duda, una herramienta que no solo moldea las narrativas, sino que también influye directamente en las decisiones de los votantes, los consumidores y los ciudadanos. Los medios de comunicación se convierten en los vehículos a través de los cuales se construyen realidades, se difunden miedos y se refuerzan ideologías. Los mensajes que recibimos, ya sea en forma de noticias, publicidad o incluso debates, impactan nuestras elecciones cotidianas de maneras profundas y muchas veces invisibles.
Es por ello que debemos cuestionar lo que consumimos. Al hacerlo, no solo ejercemos nuestro derecho a la información, sino que también protegemos nuestra capacidad de pensamiento crítico. Vivimos rodeados de una gran cantidad de mensajes que, si no somos cuidadosos, pueden determinar cómo vemos el mundo y, lo más peligroso, cómo actuamos en consecuencia. La responsabilidad recae no solo en los emisores de estos mensajes, sino también en cada uno de nosotros, como receptores conscientes de la información.
El futuro de la democracia y de una sociedad verdaderamente libre depende de nuestra habilidad para distinguir entre lo que es una narrativa construida para manipular y lo que es un análisis profundo basado en la verdad. Por eso, la próxima vez que veas un titular sensacionalista en Reforma o una propaganda que apela a tus emociones más básicas en Latinus, haz una pausa, reflexiona y pregúntate: ¿quién está detrás de este mensaje y qué quieren que piense o haga? El control de la información es el control del poder, y cada uno de nosotros tiene el deber de no dejarse atrapar por las redes invisibles de la manipulación.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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