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El Titanic y la señora Dresser

junio 16, 2022
Opinión de Germán Castro

Opinión de Germán Castro

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No es noticia que, desde hace ya mucho tiempo, la capacidad de análisis objetivo de la doctora Denise Dresser naufragó en las aguas casi a punto de ebullir del inmenso océano que la oposición —es sólo un decir— se ha inventado en la bien cebada ciénega de sus prejuicios, fobias bobas, porfiados odios e intereses inconfesables.

La profesora (del ITAM) Denise Dresser, un día sí y a la media hora va de nuevo, no duda en oprobiar su sólida y bilingüe formación académica en el Colegio de México y la Universidad de Princeton. Una pena. Carente de argumentos y razones para vituperar sin medida ni clemencia a quien, para ella y para otras tantas ofuscadas personas, es el factótum de absolutamente todos los males pretéritos, presentes y por venir de México, el presidente López Obrador —but of course!—, tiene años que ha optado por prescindir del juicio racional de las cosas, para mejor tirarse incólume a la chacota, el improperio y el pastelazo.

La también columnista (del Reforma) usa cuanto foro, micrófono, página o pantalla puede para denostar al gobierno de la 4T, pero sobre todo a quienes lo apoyan. La argucia más socorrida es simple: los pobres mortales que están de acuerdo y respaldan a AMLO son ignorantes, o mensos, o fanáticos, o vendidos, o todas las combinaciones posibles, ignorantes y fanáticos, mensos y vendidos, fanáticos e ignorantes, en fin… No importa que todos esos hombres y todas esas mujeres conformen la enorme mayoría… O sí importa, justo porque son eso: la mayoría y no la gente distinguida; son la masa, la raza, la bola…, la mayoría ingenua y sonsa, desinformada, maleducada y susceptible de ser engañada por populistas como el malvado aludido y causante de todas las calamidades nacionales. Nada cool.

Hace un par de días, la también panelista (de Televisa) lanzó a la tuitósfera un mensaje que ejemplifica impecablemente lo dicho hasta aquí. No espere usted una reflexión demasiada elaborada y aburrida. No. La doctora tuiteó un meme. Ella nada más presentó el dichoso meme con una solitaria palabrita de tres letras: “Así”, el adverbio de modo que también el señorito Claudio Equis suele teclear para, en forma ladina, tirar la piedra e ipso facto esconder la mano.

El meme muestra una escena clavada en lo más recóndito del imaginario occidental desde hace varias décadas, y más incluso desde que se estrenó la película de James Cameron que narra el evento (1997): el hundimiento del Titanic. En medio del frío, la noche y el mar, la proa del buque ya está rendida bajo el agua, la popa ridículamente en el aire, con las hélices de fuera; la embarcación en picada a unos 45 grados respecto a la superficie helada del mar. La estampa anuncia la inminencia de la catástrofe que todos sabemos que está a unos instantes de suceder: a las 2:18 am el barco se partirá por la mitad. El pavor, muerte, la tragedia… El texto, dos líneas. Arriba, en el cielo: “MÉXICO ES COMO EL TITANIC”. Abajo, en la espantosa masa de agua, “PERO CON LOS PASAJEROS APLAUDIENDO”.

Pues sí, para la señora Dresser la mayoría de los ciudadanos y de las ciudadanas de este país somos unos idiotas, y ella una lumbrera.… ¡Extrañas formas que tiene la politóloga de granjearse simpatías!

Y ya metidos en esto, me voy a permitir usufructuar la alegoría del malogrado Titanic. La estratificación por clases de los pasajeros en efecto recuerda la terrible polarización socioeconómica y el clasismo que hay en México, hoy y desde siempre.

En cuanto a la travesía y el infortunio, me parece que sí, ciertamente, así navegaba nuestro país hasta hace muy poco: mientras que los más acaudalados vivían en desenfrenada bacanal, el capitán del barco dormía, la tripulación nada más andaba pajareando, y todos nos dirigíamos directamente a un descomunal iceberg, al fatal siniestro.

Hace apenas unos días, en una mañanera, el presidente dijo que en 2018 afortunadamente cambiamos de rumbo a tiempo. Concuerdo: las elecciones de julio de aquel año no fueron otra cosa que un golpe de timón. Se evitó la catástrofe, una hecatombe del todo previsible, y eso incluso sin considerar la pandemia, ese inconmensurable iceberg que surgió de la nada en 2019.

El conjunto de políticas públicas echadas a andar por el gobierno electo democráticamente hace casi cuatro años, cuyo eje incuestionable es el axioma “por el bien de todos, primero los pobres”, evitó el colapso del país. Así que sí, yo aplaudo, aplaudo al movimiento de regeneración nacional, aplaudo porque la nave va.

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Tags: columnaDenise DresserGermán Castroopinión
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