Mientras presume valores y moral pública, Acción Nacional reduce el acoso sexual y psicológico a una simple “falta ordinaria” y protege a uno de los suyos.
Una vez más, el Partido Acción Nacional (PAN) demuestra que su discurso de ética y defensa de las mujeres se queda en los spots, luego de que su Comisión de Justicia calificara como “falta leve ordinaria” una denuncia por violencia política en razón de género, pese a que quedaron acreditados actos reiterados de hostigamiento sexual y psicológico.
La resolución favoreció al ex diputado panista Jacobo Manfredo Bonilla Cedillo, señalado por una ex militante por comentarios, insinuaciones y tocamientos, conductas que el propio órgano partidista terminó reconociendo… aunque decidió restarles gravedad, como si se tratara de una travesura y no de un caso de acoso.
Tras casi un año de retrasos, el PAN primero declaró inexistente la falta. Sólo cuando el Tribunal Electoral de la Ciudad de México les enmendó la plana —por un análisis “fragmentado, incongruente y sin perspectiva de género”—, Acción Nacional aceptó que sí hubo violencia, pero castigó con una disculpa pública, un cursito de género y la promesa de no molestar más a la víctima, dejando intactos los derechos partidistas del agresor. Castigo ejemplar… para un club de amigos.

El cinismo es mayor si se recuerda que Bonilla fue vinculado a proceso penal en 2024, luego de que la Fiscalía capitalina acreditara que sus actos orillaron a la víctima a renunciar a su militancia y truncaron su carrera política. Aun así, dentro del PAN eso no ameritó sanción seria. Entre panistas, el acoso parece ser un “detalle menor”.
La víctima tenía 21 años, estaba en condición de subordinación política y emocional, y fue captada por Bonilla para integrarse a su “estructura”. Lo que siguió fueron meses de insinuaciones y comentarios de connotación sexual. Para el PAN, eso no rompe trayectorias ni vulnera derechos: apenas despeina la conciencia partidista.
Así, Acción Nacional confirma que su compromiso con las mujeres dura lo que dura el discurso, y que cuando el agresor es de casa, la justicia interna se vuelve indulgente, lenta y convenientemente miope.
Con información de La Jornada.

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