Lo ocurrido en Venezuela ha acaparado por completo la conversación en redes sociales y noticieros mexicanos e internacionales. Sin embargo, en México y gran parte del mundo, el discurso se ha reducido a dos bandos: derecha e izquierda, evidenciando un problema de análisis y conocimiento.
Se han presentado argumentos tan endebles que solo muestran el desconocimiento histórico y social de la región. No es de extrañarse, ya que, al menos en la política mexicana, la derecha carece de un argumento sólido para justificar su clasismo y la pérdida de privilegios; por lo tanto, recurre a conflictos externos para desprestigiar al gobierno actual.
Es claro que existe una grave crisis humanitaria, económica y política en Venezuela. De hecho, en este limitado análisis político, he encontrado a personajes de izquierda en México preguntarse si es necesario defender a Nicolás Maduro.
La respuesta es: no. Es cierto que en el hermano país latinoamericano no hubo un proceso electoral democrático; sin embargo, tampoco hubo un fraude electoral como lo ha difundido la derecha. Incluso algunos luchadores sociales han preferido guardar silencio para no hacerle el juego a una derecha rapaz.
Empecemos por el principio: históricamente, Venezuela ha sido víctima de la sobreexplotación de la derecha. Antes de la llegada de Hugo Chávez, los empresarios gozaban de inmunidad, controlaban todo y sobreexplotaban tanto los recursos humanos como los naturales.
La irrupción de Chávez y su “socialismo del siglo XXI” representó una lucha constante contra el capitalismo que, según el líder venezolano, explotaba a los más pobres y favorecía a las élites. Chávez prometía una revolución que pusiera los recursos del país en manos del pueblo, lejos de las garras de intereses extranjeros, una idea que guarda similitudes con el discurso de Andrés Manuel López Obrador en México.
En esta lucha, Chávez buscaba eliminar las influencias extranjeras y el sometimiento político y económico, principalmente de Estados Unidos. Privilegiaba el nacionalismo y proponía un futuro donde Venezuela fuese gobernada por y para los venezolanos.
No es sorprendente que este discurso generara el rechazo de empresarios y potencias imperialistas como Estados Unidos y Europa, quienes emprendieron campañas de desprestigio contra Chávez. Sin embargo, su labor política y social logró mejorar la calidad de vida de algunos sectores, especialmente los más pobres. Por ello, sus ideales no solo definieron la política interna venezolana, sino también su proyección internacional como líder de la resistencia frente a las grandes potencias colonizadoras.
Para sus seguidores, el legado de Chávez representa la base de la libertad y la justicia social en América Latina, y defenderlo se ha convertido en una misión histórica. No obstante, Maduro no es Chávez, y no necesariamente el fin justifica los medios.
Aunque en el sistema electoral venezolano es difícil que ocurra un fraude como lo asegura la derecha, no es un secreto que el proceso reciente fue irregular. El acoso contra la oposición y la inhabilitación de Corina Machado para competir por la presidencia solo alimentaron el discurso de ilegitimidad. Sin embargo, basta observar quiénes respaldan a esta oposición venezolana para entender su verdadera naturaleza.
Es irónico que personajes como los panistas Vicente Fox, el espurio Felipe Calderón, la corrupta Margarita Zavala o el farsante Ciro Gómez Leyva se muestren preocupados por Venezuela. En el ámbito internacional, países como Estados Unidos que, al no poder explotar los recursos venezolanos, emitieron una orden de aprehensión contra Maduro, o Israel un estado genocida que se atreve a criticar a otros, no contribuyen a la paz ni a la democracia, sino que fomentan una guerra civil e invasión.
Lo más sensato para Venezuela sería anular las elecciones y convocar un nuevo proceso electoral limpio y justo. Esa sería la solución más pacífica y viable. Defender a Maduro es perpetuar violaciones a los derechos humanos, mientras que respaldar a la derecha rapaz de Corina Machado significa abrir la puerta al capitalismo voraz que históricamente ha saqueado a América Latina.
El futuro de Venezuela no debe decidirse entre dos extremos fallidos. Debe construirse desde un verdadero compromiso con su gente, su soberanía y su dignidad. América Latina merece líderes que, en lugar de replicar viejos errores, tengan el valor de proponer un camino que haga de la justicia social y la libertad más que simples banderas de campaña.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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