He escrito varias veces sobre lo terrible que resulta tener que hacer uso de los servicios del Seguro Social; largos tiempos de espera en salas abarrotadas de enfermos; meses de desesperación para poder recibir la atención de un especialista quién además es frío, prepotente y poco eficiente; citas con especialistas espaciadas hasta por un año; todo siempre en espacios descuidados, sucios y abarrotados de personas enferma. Puede molestar a Zoe Robledo y a la misma Claudia Sheinbaum, pero los servicios del IMSS cada vez son peores.
Pongamos un caso como ejemplo: un hombre pensionado se presenta a su clínica con mucha tos, fiebre, dolor de cabeza y debilidad. Él pide atención de su médico familiar, pero le explican que no hay espacio en la agenda del día y eso se entiende, cada consultorio atiende a más personas de las que sería lógico. Le sugieren que vaya a Urgencias, que ahí lo atenderán. El enfermo sigue la instrucción, pero al llegar, no hay nadie en la ventanilla ni en la puerta. Con paciencia y temblor producto de la fiebre y la enfermedad, busca dónde sentarse, pero la sala está repleta, así que decide tocar la puerta.
Después de unos minutos aparece una mujer que trata de ser cordial, pero la gente en la sala se acerca a la ventanilla al mismo tiempo, nuestro enfermo vuelve a tocar la puerta y la mujer, vestida como enfermera, voltea hacia él con fuego en la mirada, le dice a los que están frente a la ventanilla, que conforme haya información se las va a dar, y pregunta si hay alguien más enfermo, el de la puerta dice con voz casi inaudible por la misma enfermedad, “si, yo”.
Ella le abre la puerta y le ofrece una silla, en un extremo de la sala de Urgencias hay algunos empleados platicando y ríen intentando hacerlo en silencio. Otra persona le pide el carnet al recién llegado, un médico lo ve y se acerca y lo empieza a examinar, es un médico amable, de unos 40 años, limpio y sonriente. Al terminar de examinar a nuestro paciente, le pide que pase con una enfermera, ésta lo conduce a una cama dónde ella espera al médico.
Le dicen que le van a poner una vaporización y oxígeno para ayudar a descongestionar sus pulmones, la tos del hombre no cesa y con ella las flemas, siente mucho dolor al toser y se lo dice al médico que le dice “es normal, ahorita se va a sentir mejor”. Sin preguntar más, le ponen una bolsa de suero con algún medicamento que detiene momentáneamente la tos. Ahí lo tienen casi tres horas, sin poder siquiera avisar a su familia. Finalmente, la fiebre ha cedido y lo envían de regreso a su casa y le sugieren pedir cita con su médico familiar, agregan 4 pastillas de analgésico y lo despachan.
Cuatro horas más tarde, el enfermo está en su casa ardiendo en fiebre y con el mismo cuadro con el que llegó a la clínica horas antes, ya no quiere ir a la clínica porque va a resultar lo mismo, la cita con su médico familiar es para dentro de 15 días y eso porque la asistente “le hizo un espacio”.
Su derecho constitucional a la salud ha sido violentado una vez más y no tiene forma de quejarse o de exigir que lo atiendan correctamente. Así, decide ir a la consulta privada, aunque tenga que pagar por todo. Cuando llega encuentra una sala de espera amplia y limpia, hay pocos pacientes a esa hora. Quince minutos después, la asistente del médico sale por él y lo conduce al consultorio, que es modesto, pero impecable y cálido, además de estar muy bien iluminado.
El médico privado lo revisa con sumo cuidado, paso a paso va dándose cuenta de la condición de su paciente, no tiene prisa y va anotando en su computadora cada respuesta y signo que el paciente presenta, todo lo que escribe es visto y leído simultáneamente por el paciente, hace una historia clínica lo más pormenorizada posible y vuelve a auscultar a su paciente en tanto este tose con demasiada fuerza y frecuencia.
El médico privado lo tranquiliza y le da una receta para que la surta lo más pronto posible, le hace saber que, desde la primera toma y aplicación de una nebulización en casa, empezará a sentirse mejor y bajará la frecuencia de la tos y la fiebre.
Nuestro paciente tiene que pagar la consulta, pero el médico se da cuenta de su condición y le dice, “esta vez, va por mi cuenta, Él lo va a equilibrar todo” mientras señala un crucifijo que tiene en una pared.
El paciente termina gastando más de dos mil pesos en medicamentos y se va a su casa a tomar las medicinas y aplicarse la nebulización. Cerca de las 6 pm, el médico que lo atendió, lo llama para preguntar cómo sigue, el paciente ya no tiene fiebre, pero la tos persiste, solo que ahora si arroja flemas y mejora. El médico lo conforta en la llamada y le dice que estará al pendiente.
Las llamadas entre el médico privado y el paciente se realizan dos veces al día y así le da seguimiento el doctor, sin cobrar un solo peso. Paulatinamente el paciente se mejora, la fiebre ya no está y la tos se hace menos frecuente.
Se llega el día de su consulta y ahí, el paciente le cuenta todo a su médico familiar, quien le dice que el tratamiento que le dieron es el correcto y que lo siga hasta el final, no puede darle más medicinas porque ya tiene las que necesita. Sin embargo, le da una hoja para que le programen rayos x y otra para el laboratorio, en la siguiente cita, que será un mes después, le dará el pase para el especialista. Solo Dios sabe cuándo será.
Este no es un caso hipotético, lo he visto demasiado cercano. La atención del IMSS es cada vez más inaceptable. El empleo formal ha crecido en el país, pero los servicios de salud del IMSS cada vez son peores en todas partes y no parece que haya voluntad de mejorarlos en ningún ámbito. ¿Hasta cuándo?
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Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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