Vengo llegando al edificio, no hay ningún lugar para estacionar el coche, habrá que meterlo al estacionamiento público y pagar. La entrada principal, a pesar de ser muy grande está custodiada por un guardia que exige ver documentos para dejar pasar. “Son instrucciones de arriba”, declara apenado.
Toda el área de la banqueta está sucia, hay basura y mucho polvo, además hay mucha gente esperando. Camino por la acera y me encuentro con un enorme charco de aguas negras que está muy apestoso y se aprecia infecto, está justo frente a la entrada de uno de los estacionamientos de uso privado que tiene el edificio, una porción de la orilla ya muestra que el agua se ha evaporado, así que hay polvo de toda clase de suciedad; para evadirlo habría que caminar por el arroyo vehicular con la posibilidad de ser arrollado por una combi, un taxi o algún otro vehículo o por encima del citado polvo. El tráfico es intenso.
En el camino a la entrada, encuentro una parada para el transporte, la gente no se sienta ahí y ni siquiera se acerca, de lejos no entiendo la razón, porque incluso tiene sombra y el sol cae a plomo. Conforme me acerco, mi nariz me dice la razón; el olor a orines es peor que el de una piquera de mala muerte. Ya voy preparado para lo peor.
Toda la gente tiene expresiones de disgusto, de enojo, de preocupación; no hay una sonrisa, tampoco hay niños o niñas, solo hay polvo, mucho calor y un espacio muy estrecho para caminar. A través de la reja de tubos verdes del edificio, se puede ver una especie de jardín con framboyanes, todavía sin flores, una ceiba joven con sus verdes brillantes y algo de pasto sin podar con basura.
Por fin llego a la entrada principal, el guardia abrió la puerta un poco más de lo habitual. Rebelde como soy desde niño, solo digo “buenas tardes” y paso como Pedro por su casa, él no acierta a decir nada, solo me mira y cuando ya di tres o cuatro pasos oigo su “buenas tardes”. Volteo, levanto la mano en señal de saludo, sonrío bajo el cubrebocas y sigo mi camino. Ya voy de mal humor.
El paso por la entrada está al rayo del sol y tiene una escalera de peldaños bajos y muy largos, está hecho para contener el agua cuando llueve mucho y para que no sea tan difícil de usar para personas, que como yo, tienen algún problema en sus rodillas o espalda. A un costado tiene una rampa para sillas de ruedas, larguísima por cierto. Yo subo y bajo rápido; las caminatas matinales me han dado más energía e hicieron que mi presión volviera a su nivel normal. En la parte alta de la escalera se puede ver el jardín con los framboyanes, la ceiba y el pasto sin podar y la basura.
Por fin entro al edificio, el aire acondicionado hace que uno sienta que entró a un buen lugar, pero desde que entro, percibo que el edificio está ladeado, como que una parte del mismo se hundió más que lo demás, el piso está en claro declive hacia un lado y hasta tiene algunas cuarteaduras provocadas por esos asentamientos, apuesto a que son vicios de la construcción. Después de todo, se trata de un edificio construido por los gobiernos neoliberales, junto al lecho de un cuerpo de agua cuyos volúmenes varían mucho durante el año y se sabe que éste, como los terrenos circundantes, se inundaban año con año en el tiempo de lluvias. El propio edificio se inundó en el año de la gran inundación.
Dentro del edificio, además de los declives en el piso de cada nivel, se ven las huellas del abandono producto de la corrupción y de la política neoliberal de privatizarlo todo: vidrios mohosos por fuera y por dentro, en ventanales grandes y preciosos.
El edificio está construido dejando un patio central con árboles, pero al que el público no puede acceder, igual se ve tan descuidado como el mismo local. Los muros exteriores, en los que se aprecian grandes piezas de concreto que podrían ser decorativas aunque tal vez sean parte de la estructura pesada de ese lugar, se adivina el intento de aplicar pintura o impermeabilizante sin buenos resultados. Las manchas de moho ya lo invaden haciendo que el lugar sea lúgubre.
Por dentro, los muros están cubiertos con lo que suena como tabla roca con un recubrimiento decorativo que parece hecho de algún polímero lavable, pero que nunca han sido lavados. En algunos tramos se pueden apreciar los parches de triplay, tabla roca o incluso pintura de un color muy diferente al original.
En los niveles superiores, el piso es de mosaico rosa que en sus días buenos tendría que haberse visto muy bien, pero actualmente es opaco y está quebrado por los asentamientos. En algunos puntos, hay piezas cuyas uniones ya presentan una separación visible, está muy sucio y lleno de chicles pegados (¿Por qué despreciamos tanto lo que es de todos?). Los acabados del zoclo están rotos por donde quiera, el plafón del techo está roto por la humedad y por los espacios donde está roto, descubro que los tubos del aire acondicionado están herrumbrados.
He visto puertas que no cierran por acción de un terremoto que causó fallas en los muros, en este edificio abundan y no parece haber voluntad de repararlas. El edificio está deteriorado por lo que parecen años de abandono e indolencia para repararlo y darle el mantenimiento necesario.
Un edificio tan deteriorado y en parcial abandono, es un hospital del IMSS y es el más puro ejemplo de lo que el neoliberalismo hizo con los servicios de salud para los trabajadores y con todo México; ellos abandonaron al país para quedarse con todos sus recursos y justificar las privatizaciones y terminar con todas las instituciones creadas a partir de la Revolución Mexicana, tan prostituida por los regímenes priístas de la mayor parte del Siglo XX.
Desde la llegada al Gobierno de la República del Presidente Andrés Manuel López Obrador, los hospitales han ido mejorando paulatinamente, está claro que la pandemia de COVID-19, evitó que este rescate llegara antes. Estos beneficios no han llegado a Tabasco, la esperanza de los trabajadores, trabajadoras y de todos los tabasqueños, chicos y grandes, es que los Hospitales Generales de Zona, las Unidades de Medicina Familiar del IMSS y los de la Secretaría de Salud, crezcan y sean restaurados y se llenen de suficientes médicos y especialistas, medicinas, insumos y equipos para que la atención sea la que merecemos quienes habitamos estos humedales tan hermosos y vitales.
Las trabajadoras y trabajadores de salud de Tabasco y de todo el país, merecen mejorar sus salarios y sus condiciones laborales y se les debe permitir hablar sobre todas las carencias que padecen, porque de otro modo cualquier diagnóstico estará plagado de errores, hoy parecen estar amenazados si se les ocurre informar sobre la situación tan precaria en la que tienen que trabajar y por la que tienen que pasar todos los pacientes.
Se adivina que sigue habiendo corrupción entre la alta burocracia del IMSS y de la Secretaría de Salud del Estado de Tabasco porque los médicos siguen escaseando al igual que las medicinas, los pagos a algunos proveedores de preparados, los insumos para pruebas de laboratorio y para cirugías, además de que el personal de enfermería, trabajo social, intendencia y demás es siempre insuficiente y se sigue subcontratando.
Estas afirmaciones las obtengo de los testimonios vivos de las personas que tuvieron el valor de platicar conmigo, pero a quienes prometí mantener en el anonimato, tanto de su área de trabajo, como de la clínica y hospital en el que laboran. Solamente diré con claridad que es personal de varias UMF del IMSS, de varios Centros de Salud de la SS de Tabasco, del HGZ Núm. 46 Dr. Bartolomé Reynés Berezaluce; del Hospital Juan Graham Casasús; del Hospital General de Subzona en Tenosique, Tabasco; HGZ en Cárdenas, Tabasco y en el Hospital de Alta Especialidad Gustavo A. Rovirosa Pérez.
Ésta no será la última entrega respecto de los pésimos servicios de salud que, además de nuestras enfermedades, tenemos que padecer los habitantes del Edén del Sureste; Tabasco.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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