El daño de la infodemia

Opinión de Magda García

“Querer informarse sin esfuerzo es una ilusión que tiene que ver con el mito publicitario más que con la movilización cívica. Informarse cansa y a este precio el ciudadano adquiere el derecho de participar inteligentemente en la vida democrática.”

Ignacio Ramonet

¡2 de octubre no se olvida! Era la consigna que escuchaba año con año en las escuelas públicas, aludiendo a una matanza estudiantil de la que realmente aquellos jóvenes pregoneros poco sabían; era, más bien, un pretexto para “matar” las clases, decían los maestros, quienes tampoco estaban tan informados del tema. Peor aún, escuché durante años a diferentes personas referirse a los estudiantes acaecidos en Tlatelolco como un grupo de “golpeadores”, “revoltosos”, “haraganes”; sí, como aquellos que ahora justificaban su inasistencia a clases.

¿Quién podría culparlos de tales afirmaciones? Si antes no se tenían redes sociales y la única verdad difundida y por tanto, aceptada, era la de una sola televisora, controlada por el mismo gobierno; además, los expedientes de tan nefastos eventos se reservaron por décadas. Los “comunicadores”, hicieron bien su trabajo, impusieron una imagen a la sociedad sobre las “revueltas” de aquella época. Nunca se difundió, por ejemplo, que murieron personas de todas las edades, que no se tiene conteo de los asesinatos (algunos investigadores afirman que esa tarde fueron acribilladas más de 500 personas); que fue un crimen de estado. Como ya es costumbre, el gobierno le apostó al olvido, y funcionó.

Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla, diría Napoleón Bonaparte. Jamás pudimos imaginar que enfrentaríamos una situación similar aquella “Noche de Iguala”, en septiembre 26 de 2014, ¿Cómo tolerar que se hayan desaparecido jóvenes estudiantes? De nueva cuenta, los “comunicadores”, “mercenarios de la información” cumplieron con su trabajo, desinformar. Se insinuó que los jóvenes de Ayotzinapa estaban coludidos con el crimen organizado, y como en la “guerra de Calderón”, eso justificaba los delitos. Fue indignante e inverosímil cuando uno de estos seudo periodistas se atrevió a declarar que los padres de los jóvenes estudiantes debían ofrecer disculpas al fiscal por dudar de la “verdad histórica”.

En un México donde las personas leen en promedio dos libros al año (promedio, es decir, hay gente que no lee en absoluto), lamentablemente muchos aún basan su criterio en las ideas que les dicta el monstruo que habita en todos los hogares, la televisión; o en los medios que han emergido de ésta. Todos ellos se encargaron de ensuciar la imagen de los estudiantes. De nueva cuenta escuché a tanta gente decir: “ellos se lo buscaron”, con la estulticia que pervive en la ignorancia, pero sobre todo en la indolencia de la gravedad que significa que te desaparezcan un hijo.

Esta semana, la Comisión para la verdad y acceso a la justicia en el caso Ayotzinapa, comandada por Alejandro Encinas publicó el último reporte dónde reconocen que la Noche de Iguala fue un crimen de estado, y que no existió complicidad de los jóvenes estudiantes con el crimen.

Lejos de difundir la esencia de esta información y limpiar el lodo que arrojaron sobre los estudiantes, los medios mencionados han tratado el tema como poco relevante. En el momento de los hechos, la infodemia perjudicó a los jóvenes y a sus familias, provocó que menos personas se solidarizaran con el caso. Fue un daño que nadie se preocupa por reparar.

Las familias y la memoria de los jóvenes de Ayotzinapa merecen una disculpa de cada uno de quienes se atrevieron a difamarles. Estamos esperando.

“Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante.”

Ryzard Kapuscinski

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