Continuamente me torturo respondiendo a algunas amistades queridas y uno que otrx desconocidx en las redes que no tienen reparo en utilizar los argumentos más clasistas y racistas para despotricar contra quienes concordamos con la 4T.
Apenas tuve una discusión con una muy querida amiga a causa de un twitt que compartió, sin reflexionar en todo el contenido clasista que llevaba inscrito. El twitt provenía de un perfil llamado @LaRanaAzulada. Basta revisar las últimas publicaciones de este perfil para darse cuenta de que se trata de alguien que no sólo es clasista y racista, sino que también es abiertamente misógino, homófobo y tránsfobo.
Pero, al no contar con suficiente espacio para analizar este perfil, regreso al twitt que originó mi reacción de alerta y les comparto mi análisis sobre el mismo. Esto lo hago porque estoy convencido que no se trata de un simple chiste o, como decimos en el norte, “mera carrilla”, sino que se trata de la expresión de un profundo clasismo que existe en nuestra sociedad y que, además, explica gran parte del pensamiento opositor a la transformación que se está llevando a cabo en el país.
El twitt era el siguiente:
Empezaré por analizar el mecanismo más básico que aquí se expresa: el esencialismo. Como he señalado en las columnas anteriores, tanto el racismo, como el sexismo y, en este caso, el clasismo, se caracterizan por asignar cualidades “esenciales” a ciertos grupos sociales.
Estas cualidades son percibidas y aplicadas como si se tratara de algo inherentemente natural a esos grupos. El problema con este tipo de esencialismos es que suelen provocar discriminación y exclusión a grupos históricamente marginados -mujeres, indígenas, pobres, por ejemplo-.
Ya he hablado anteriormente sobre el racismo y seguramente habrá oportunidad de hablar sobre el sexismo, pero, en cuanto al clasismo se refiere, se trata de un mecanismo de diferenciación social que provoca discriminación y exclusión hacia los sectores -o clases- sociales más desfavorecidos económica y culturalmente.
Aunque normalmente el clasismo se asocia con el poder económico, lo cierto es que este tipo de esencialismo también valora los títulos académicos, el tipo de consumo y prácticas culturales, el tipo de alimentación, el tipo de vestimenta, los comportamientos sociales, entre otras cosas.
Así, las clases altas, es decir, las élites económicas y culturales, así como las y los aspiracionistas que los admiran, suelen atribuirse, como cosa natural a su grupo, la posesión de títulos universitarios de las “mejores” escuelas, un consumo de arte -particularmente de música- de “buen gusto”, una alimentación “selecta”, “exquisita”, una manera de vestir “vanguardista” y un tipo de comportamiento “refinado”. Por otro lado, las clases bajas -no sólo económica, sino culturalmente-, han sido construidas, en el imaginario dominante, como grupos de personas “incultas”, con poca educación, con gustos culturales, alimentación, vestimenta y comportamientos, “poco refinados”, de “mal gusto”, “ordinarios”, “rudimentarios”, “arrabaleros”, y un gran etcétera.
Hay un tipo de mujer y un tipo de hombre que ha causado un amplio escozor en el pensamiento clasista. Se trata de personas que no pertenecen a las clases privilegiadas económica ni culturalmente, que no son reconocidas como consumidores de un arte “refinado”, que no hablan como ellos, y, sobre todo, que no piensan como ellos, pero que, aun así, han podido acceder a cierto nivel de estudios y conocimiento y se han incorporado a las discusiones públicas, debatiendo las ideas más rancias y conservadoras del país.
Se trata de la figura de la “chaira” y el “chairo”. Al hacer uso gallardo de razonamientos bien fundamentados, la “chaira” y el “chairo” suelen ser difíciles de sobajar con argumentos que apelen a una falta de preparación o poca cultura, de ahí que el clasista conservador opte por tratar de descalificarlo por medio de sus filiaciones políticas, su consumo cultural, su apariencia o la manera en que se comporta. Su conflicto con la “chaira” y el “chairo” es apasionado pues encuentra en esta figura un contrincante que le responde, que le contradice. Desde la perspectiva del clasista y del aspiracionista, el “chairo” y la “chaira” representan un tipo de persona que no se queda en “su lugar”, es decir, en su posición de sometimiento y servilismo.
Dicho esto, y volviendo al twitt que ha motivado este análisis, queda claro que, en la lógica del y la clasista, la “chaira” y el “chairo” sean personas que huelen mal y, al ser “poco limpios”, tengan liendres y, desde luego, piojos. No extraña, pues, que en la mente de la clase privilegiada y de la clase aspiracionista, Silvio Rodríguez atraiga a “chairas” y “chairos” como público, porque, en la lógica simplista y clasista, esta cantante también es un “chairo”. O ¿de qué otra manera se le podría llamar a un cantautor de apariencia y comportamientos sencillos, que compone música y versos vibrantes, por medio de los cuales denuncia y se opone a la desigualdad y a la opresión?
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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