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Inicio » El bello arte de no llamar a las cosas por su nombre [Parte 1]

El bello arte de no llamar a las cosas por su nombre [Parte 1]

julio 8, 2024
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Es muy complejo y apasionante el mundo de la semántica, esa subcategoría de la gramática que estudia los significados. Si nos ponemos a reflexionar un poco al respecto, habrá que empezar diciendo que el significado lo construimos los hablantes con el uso mismo de la lengua. Queda descartada la hipótesis, muy popular entre ciertos sectores de la población, de que primero se publican las reglas por parte de la Real Academia y luego debemos salir a acatarlas.

Sin embargo, muchas veces se analiza la lengua circunscribiendo sus fenómenos solamente al ámbito de la cotidianidad, lo cual, aún más en esta era digital, resulta ser un enfoque cuanto menos limitado. Incluso, en el área de la lingüística, las únicas parcelas donde tangencialmente entran en juego los medios masivos de comunicación son el análisis del discurso y la semiótica. Por ello, hay que empezar por decir que las categorías de la ciencia política que se manejaban hasta hace unos años en México no provenían propiamente de fuentes académicas, sino de los propios medios corporativos, que a su vez fueron instruidos por el PRI hegemónico y el PAN, que durante dos sexenios le cuidó el changarro.

El PRI, antes PNR, fundado formalmente en 1929 tomando al partido Bolchevique como modelo y enarbolando la bandera de la revolución mexicana (lo que sea que eso signifique a estas alturas).  Debido a su raigambre y a ideólogos de la altura de Madero y los hermanos Flores Magón, así como a las caudillescas figuras de Villa y Zapata, el PRI se definió desde sus inicios como una importante fuerza de izquierda, equiparable en prominencia con lo que para Sudamérica fue en su momento la gesta libertadora de Simón Bolívar. Justo antes de fundarse, pero con la estructura ya definida, el PNR evidenció los mismos vicios del partido que le sirvió de modelo. Durante los años 20 se gestó el Maximato. Calles detentó el poder incluso haciendo mártir al llamado último caudillo de la revolución, por lo que, el asesinato de Obregón en julio de 1928, ejecutado por la ultraderecha, pero, según diversas fuentes, planeado por el propio Calles; le sirvió bastante bien para evidenciar a los grupos de extrema derecha que poco a poco iban tomando fuerza en el bajío y occidente del país, y que, después de la guerra cristera en 1929, fundaron movimientos como el sinarquismo, el yunque y los tecos. Sin embargo, el daño estaba hecho, y, por increíble que parezca, el PRI dejó claro que la izquierda era el camino y que la derecha era intransigente y hasta asesina si no nos andábamos con cuidado.

Pero si el PNR quería distinguirse inequívocamente como una fuerza de izquierda que privilegiara el Estado benefactor, para ello llega mi general Lázaro Cárdenas en 1934, que funda instituciones que aún día siguen siendo esenciales, como el IMSS y el IPN. Implementa una genuina educación socialista que se refleja en los libros de texto de su época, donde las situaciones irreales se cambiaron por escenarios rurales en que los hijos de padres obreros y campesinos podían perfectamente ligar su realidad inmediata con el aprendizaje de las escuelas públicas. La puntilla para los grupos ultraconservadores fue la gloriosa expropiación petrolera en marzo de 1938.

Dolidos por no haber logrado realmente nada en la guerra cristera y ofendidos por el despojo del energético más preciado de la región, los grupos ultraconservadores fundan el PAN en 1938, integrado por “próceres” simpatizantes de Hitler como Manuel Gómez Morín, Efraín Gómez Huerta o Luis Calderón Vega (padre del más célebre consumidor de Bacardí), quienes ponían de manifiesto su ideario a través de la revista La Reacción; el panfleto pro nazi mexicano que nadie pidió. La figura de Cárdenas y el comunismo a nivel internaciona, así como la defensa de la religión católica y otras banderas menos halagüeñas, como la eugenesia, fueron los motores para aglutinar a los sectores conservadores en torno de un partido que previamente funcionaba como la asociación civil llamada Acción Católica, pero que, con el paso de las décadas y las pifias del PRI en lo que a congruencia se refiere, los harían afianzar la noción de que su principal bandera era la “democracia”.

Entra Manuel Ávila Camacho en 1940 y tiene la desgracia de verse obligado al mandato del Washington en plena Segunda Guerra Mundial. Ya desde 1938, el partido se llamaba PRM (Partido de la Revolución Mexicana), pero este nombre perdió toda significación cuando, por mandato del Roosevelt menos popular de la historia de los Estados Unidos, tuvo que cuadrarse y abandonar toda intención de ser un modelo de Estado benefactor para simplemente pasar a ser una nación aliada, pero con estatus de honorífica. No solo hubo que mandar a la guerra a tirar bombas y a hacer labores de reconocimiento al célebre Escuadrón 201, sino que las políticas de educación, economía y diplomacia, se tuvieron que ceñir a lo que la nación del norte dispusiera. Incluso, ante la despoblación de los puestos de trabajo, se creó el programa Bracero en 1942, que permitió la entrada de miles de trabajadores mexicanos para contribuir con labores productivas en territorio estadounidense, lo cual, a su vez a nivel de la cultura popular creó todo un imaginario que se ve reflejado en la música de Eulalio González, mejor conocido como El Piporro, quien, hasta su muerte en 2003, siguió rememorando la gesta de quienes cruzaron el Río Bravo para ponerse en contacto con la cultura anglosajona en aras de mejorar el porvenir de sus familias.

Por esta semana aquí le dejamos. En la próxima entrega explicarmos el contexto dentro del cual el PRIAN, que hasta donde hemos analizado, no existe como tal, abolió, en aras de un discurso anodino y muy cómodo para los poderes fácticos los conceptos de izquierda y derecha. Hasta entonces, feliz semana. Cada vez está más cerca la toma de posesión de Claudia Sheinbaum y el último grito de independencia de Andrés Manuel López Obrador, con las respectivas lágrimas que ambos eventos conllevan.

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Tags: columnaMiguel MartínopiniónPRIAN
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