Esta semana la empezamos con la noticia del rompimiento de relaciones de Perú con nuestro país, consecuencia inmediata del asilo político en la embajada mexicana a la exministra Betssy Chávez. Sin embargo, la respuesta tan enérgica del país sudamericano no solo fue per se, sino que responde al protagonismo que ha generado nuestro país en la política latinoamericana desde el año 2018.
México desde el sexenio pasado ha tomado nuevamente su papel de hermano mayor de la América hispanohablante, no solo como el país mas septentrional y limite con la principal potencia del mundo, sino también como protector de la soberanía regional y de los intereses del pueblo latinoamericano.
La vanguardia mexicana comenzó el primero de julio de 2018, cuando fue electo Andrés Manuel Lopez Obrador como presidente, acontecimiento que marcó el comienzo de la segunda ola de gobiernos progresistas, ya que, después de él, le siguieron Alberto Fernández en Argentina, Luis Arce en Bolivia, Pedro Castillo en Perú, Gabriel Boric en Chile, Xiomara Castro en Honduras, Gustavo Petro en Colombia.
En noviembre de 2019, tras el Golpe de Estado en Bolivia que dio la derecha ayudada por los Estados Unidos contra el presidente Evo Morales, México puso un paso al frente y mandó un avión para salvar la vida tanto del presidente legitimo como de otros funcionarios de aquel gobierno, entre ellos el presidente próximo pasado del país
Ya para el 2020, con la pandemia, mientras los imperios compraban vacunas para tres veces su población y los gobiernos de derecha se quedaban con los brazos cruzados (como Iván Duque en Colombia) o eran sencillamente negacionistas (como Jair Bolsonaro en Brasil), México junto con la Argentina de Fernández creaban vacunas juntos, sin olvidar que nuestro país donó ya para 2021 más de un millón de dosis a Paraguay, Belice, Bolivia, Guatemala, El Salvador y Honduras.
En el año 2022, después de que en Perú el congreso diera un golpe de estado contra el maestro Rural Pedro Castillo, México se mantuvo firme y no reconoció a la presidenta espuria y represora Dina Boluarte, marcando una línea clara en la región para que otros gobiernos hicieran lo mismo. De hecho, durante este acontecimiento, policías de aquel país rodearon la embajada mexicana para que el presidente legítimo del Perú no pudiera pedir asilo político.
En el mes de abril del año pasado, en el marco de la persecución política que comenzó el presidente Lenín Moreno y que siguió Daniel Noboa en contra de los correrístas en Ecuador, México dio asilo político en su embajada al exvicepresidente Jorge Glas. Sin embargo, y ya con los precedentes que marcó nuestro país en otras naciones sudamericano al proteger a lideres populares y democráticamente electos, así como a perseguidos políticos, el presidente Noboa decidió entrar por la fuerza a la embajada, golpear diplomáticos mexicanos y sacar arrastrando a Glas.
Sin olvidar que también durante este periodo México ha impulsado mecanismos de cooperación y diálogo regional que habían quedado en el olvido, como la reactivación de la CELAC y su papel como plataforma de integración sin la tutela de Washington, además de fortalecer lazos con países caribeños y centroamericanos mediante programas sociales como Sembrando Vida, adaptados a las necesidades locales.
Asimismo, México ha mantenido una posición firme frente a los bloqueos y sanciones unilaterales impuestas a naciones hermanas como Cuba y Venezuela, defendiendo el principio de no intervención y la autodeterminación de los pueblos, y recordando a la comunidad internacional que América Latina no debe ser patio trasero de nadie.
Es precisamente por todo esto que Perú decidió romper relaciones diplomáticas con México: no por un simple acto de asilo, sino por el temor profundo que hoy tiene la derecha latinoamericana ante el liderazgo moral y político que nuestro país ha recuperado en la región.
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