POR: EDUARDO BLANCO
La Selección Mexicana ha recorrido un camino empedrado desde el desastre de Qatar 2022 hasta la antesala del Mundial 2026, muchos proyectos con nombres rimbombantes, pocas certezas dentro de la cancha y una retórica institucional que promete futuro mientras entrega resultados desastrosos.
Si la palabra evolución significara únicamente “anunciar proyectos cada enero”, entonces la Selección Mexicana sería el ejemplo perfecto. Tras el papelón en Qatar 2022, la FMF decidió que la mejor forma de enmendar el ridículo era pedir perdón, presentar un nuevo plan llamado “Evolución 2030 por el futbol mexicano que queremos”.
Desde el 31 de enero de 2023, con Yon de Luisa al frente, surgió un Comité de dueños y la llegada de Rodrigo Ares de Parga como director ejecutivo de Selecciones, pieza clave en esta historia que promete mucho y demuestra poco. Desde entonces, la estructura del futbol mexicano parece diseñada por arquitectos sin lápiz: muchos planos, nulas columnas.
Al equipo se le han pegado parches técnicos como Diego Cocca y Jaime Lozano, ambos recibidos con esperanza y despedidos con desilusión. Hoy, bajo Javier Aguirre un nombre que en otros tiempos significaba orden, coraje y algo de ilusión, la realidad es otra totalmente distinta: no hay liderazgo, no hay referentes, no hay hambre. México juega sin esencia, sin garra y sin rumbo, como si la camiseta ya no pesara ni en la maleta.
Las estadísticas maquillan, pero no engañan: sí, México ganó la Copa Oro y la Nations League este año. Dos medallas que deberían saber a orgullo, pero que en el contexto actual saben a recompensa inmerecida. El “gigante de Concacaf” vive de historias antiguas. Hoy compite con la autoridad de un heredero que presume una fortuna que ya gastó.
Los amistosos previos al torneo han sido un recordatorio constante de lo que está roto: errores tácticos, poca conexión entre líneas, ausencia de figuras determinantes y un clima directivo que insiste en celebrar lo mínimo. Las declaraciones de Ivar Sisniega diciendo que este fue “un buen año deportivo” demostraron más intención de esconder el sol con un dedo que de aceptar la sombra en la que el Tri vive desde aquel invierno qatarí.
En marzo, México enfrentará a Portugal y Bélgica, dos rivales capaces de desenmascarar la realidad sin necesidad de discursos. Ese será el examen final antes del Mundial 2026: uno en el que la afición alentará, sí, pero más por nacionalismo que por orgullo futbolístico.
Porque al final, lo que ha tenido “evolución” es el vocabulario de las conferencias. Lo que ha tenido “involución” es el juego. Y lo único que permanece idéntico desde Qatar 2022 es la distancia entre la Selección que México quiere… y la Selección que México tiene.

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