Desde tiempos muy tempranos en la historia mexicana el cuerpo del conservador fue poseído por el espíritu del entreguismo y la sumisión al extranjero. La afirmación de la necesidad de ayuda externa para erradicar los problemas internos es tan vieja como la existencia de la patria misma. Lo extraño es que ellos no han aprendido nada de sus experiencias previas y siguen quedando a ojos de nosotros los contemporáneos como traidores a la nación.
Desde la independencia los conservadores han postulado la necesidad de intervención extranjera para poder contener y hacer gobernable nuestro país. Consta por ejemplo en el Plan de Iguala (redactado por la facción conservadora de los independentistas) en donde se lee en el artículo cuarto:
“4. Fernando VII, y en sus casos los de su dinastía o de otra reinante, serán los emperadores, para hallarnos con un monarca ya hecho y precaver los atentados funestos de la ambición”.
Así, aunque el país independiente, se buscaba que un monarca extranjero fuera el soberano por nuestro país, explicitándose al final de dicho artículo que cuanto menos era difícil que los mexicanos de entonces se pusieran de acuerdo para la creación de un gobierno nacional debido a la “ambición”.
Sin embargo, debido a la imposibilidad de encontrar un monarca europeo y a las presiones del bloque liberal, fue imposible que se concretara dicho artículo y se coronó a Agustín I de México como soberano del Imperio Mexicano. Este proceso histórico “concluyó” con la caída del emperador y la implementación de la primera república (después del triunfo liberal).
Más adelante y tras las pugnas dignas de un naciente país multicultural y el injerencismo extranjero (ej. guerra de reconquista española, guerra de los pasteles, guerra contra los EUA), los conservadores a la cabeza de Lucas Alamán vieron como única opción para la supervivencia de la nación mexicana el ceder la soberanía nuevamente a un europeo.
Dicho pensamiento culminó en el ofrecimiento de la Corona de México a Maximiliano de Habsburgo en 1864 mientras el ejército francés de Napoleón III invadía territorio nacional. Los conservadores hicieron esta traición debido nuevamente al pensamiento añejo sobre la imposibilidad de les mexicanos para autogobernarse y supuestamente asegurar la existencia de México frente a los intereses de los Estados Unidos. Todo ello concluyó con la victoria liberal y el fusilamiento del monarca en el cerro de las campanas en 1867, esto tras una guerra intensa de los mexicanos (principalmente la “chinaca”) al mando de Benito Juárez contra el ejército francés.
Con el paso de los años, la muerte de Juárez y la creciente división dentro del propio bloque liberal, un general de nombre Porfirio Diaz dio un golpe de estado bajo la bandera de la no reelección, quien tras quitar al gobierno de Lerdo de Tejada instituyó una dictadura en la que con el lema positivista comtiano de “orden y progreso” reprimió al pueblo de México mientras los capitales europeos y norteamericanos saqueaban a la nación, nuevamente con el argumento de la necesidad de fuera para el desarrollo y orden de la nación.
Los hechos descritos concluyeron en el levantamiento del pueblo de México contra el estado de las cosas, sin olvidar el golpe de estado conservador de Victoriano Huerta con la coordinación de la embajada de los Estados Unidos para evitar que esto sucediera.
Con el paso del tiempo y los conservadores moral y políticamente derrotados, nace el “partido emanado de la revolución”, quienes en etapas tempranas nacionalizaron el sector petrolero, llevaron a cabo un reparto agrario y construyeron el actual Estado Mexicano. Sin embargo, “a toda acción, hay una reacción” y en 1937 y 1939, nace el movimiento sinarquista y el Partido Acción Nacional; organizaciones hermanas de derecha que se oponían a las reformas sociales del gobierno, simpatizaban con el risible panhispanismo franquista y por ende también con el nacionalsocialismo alemán.
El PRI con el tiempo se hizo más autoritario y represor, sin embargo, mantuvo hasta el gobierno de López Portillo un enforque benefactor en el que reconocía su papel para el desarrollo nacional, protegía empresas mexicanas y el propio estado asumía un papel central en la vida de la sociedad.
Empero, con el giro neoliberal a la derecha (1982) y la creación del PRIAN con el fraude del 88, el gobierno fue haciéndose a un lado y dando paso a los intereses particulares sobre los colectivos, de los individuos antes de la sociedad. De nuevo, el pensamiento añejo de la derecha mexicana de creer a los imperios como amigos de los mexicanos para el desarrollo o conservación de la seguridad se hizo eco con la firma del Tratado de Libre Comercio en 1994.
Vivimos poco más de 30 años bajo gobiernos de derecha, tuvimos políticos que beneficiaron a los grandes capitales internacionales para “crear empleos”, nuevamente reinó la retórica de vender la soberanía para obtener morusas a cambio.
Empero, en 2018 después de 2 fraudes electorales volvió la izquierda al poder con una aplastante mayoría en ambas cámaras gracias al voto de los ciudadanos. El enfoque del gobierno volvió a cambiar hacia una posición social y nacionalista, donde el interés nacional volvió a ser prioridad para el gobierno; traiciones como el Plan Mérida o el Operativo Rápido y Furioso quedaron en el pasado.
En ese contexto, la derecha volvió a “sacar el cobre”, lanzaron una narrativa de narcoestado (cuando lo más cercano a ello lo tuvimos con el presidente Felipe Calderón y su secretario de Seguridad, Genaro García Luna) y fueron a acusarnos con el Rey de España, el secretario general de la OEA e incluso firmaron la Carta de Madrid impulsada por el partido hispanista Vox.
Tras terminar el primer sexenio de izquierda y empezar el segundo, la retórica de narcoestado fue tomando mas fuerza en la derecha mexicana, siempre con ayuda del gobierno fascista de Estados Unidos. Las principales voces de la derecha nuevamente se convirtieron en voceros de un gobierno extranjero, compraron la versión de los republicanos y su supuesta necesidad de intervenir en México para “salvarnos”.
Incluso, ahora la senadora plurinominal por el PAN, Lilly Tellez salió en el medio conservador Fox News implorando que el gobierno de su país intervenga en el nuestra para salvarnos del supuesto narcoestado.
En suma, el entreguismo conservador en México no es un fenómeno nuevo ni aislado, sino una constante histórica que, desde Iturbide hasta figuras contemporáneas como Lilly Téllez, ha buscado justificar la cesión de soberanía bajo el argumento de la incapacidad nacional para autogobernarse. Detrás de cada episodio (ya sea la invitación a monarcas extranjeros, la imposición de dictaduras bajo el cobijo del capital foráneo, o la actual narrativa de “narcoestado” promovida desde Washington) se revela la misma lógica de subordinación y desprecio por la voluntad popular.
Frente a ello, el pueblo mexicano ha demostrado una y otra vez su capacidad de resistencia y de reafirmar su derecho a un proyecto de nación propio, independiente y solidario, desnudando con ello la verdadera esencia de la derecha: un bloque históricamente dispuesto a traicionar a México en nombre de intereses ajenos.
Nota: Soy consciente de los brincos en la historicidad de los hechos y el reduccionismo, sin embargo, fueron necesarios para la comprensión de lo ocurrido al estilo de una Columna de Opinión.

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