La iglesia católica tiene más de un siglo tomando como su principal enemigo al comunismo, al centrar tanto la atención en un fantasma, le gana terreno el movimiento evangelista, tanto que hubiera convenido que llegara el comunismo. Le hubiera ido mejor.
Lo mismo suele suceder a algunos que pierden la dimensión de lo real y la fantasía, y no se dan cuenta que la trinchera deben estar en otro lado, más cerca de ellos y dentro de sus filas.
En México, según el Censo de Población y Vivienda 2020 realizado por el INEGI, se observó una disminución en el porcentaje de personas que se identifican como católicas, pasando del 82.7% en 2010 al 77.7% en 2020 y sigue la debandada, que puede llegaren esto momento en que lo católico en México no rebasa el 70 por ciento de la población; sin embargo, el comunismo continúa siendo el gran peligro para la grey católica, o el mejor instrumento para manipular a su gente.
La Iglesia católica sabe que el comunismo no es un enemigo real, es una herramienta para evitar un éxodo mayor. Así como sucede en la política el miedo es un factor determinante en el dominio de las huestes.
Históricamente el comunismo ha servido más a la derecha que a la izquierda, el ejemplo del catolicismo es muy claro.
El 2 de julio de 2018 Morena se consolidó como triunfador en alianza con el Partido Encuentro Social, organización de origen evangélico con un discurso conservador en temas de moral sexual y derechos sexuales y reproductivos, que sin embargo se ha distinguido por alianzas políticamente pragmáticas.
Lo cristianos abiertamente políticos y muy conservadores, actúan para gobernar los reinos del universo. Aquí no se trató de mostrar el infierno como la puerta del comunismo, simplemente acompañaba el recorrido hacia la lumbre, pero los católicos seguían considerando una anatema la amenaza creada por Marx y Engels.
El comunismo tiene en el discurso de los presidentes estadounidenses una manera de soportar la idea de que con dos partidos político puede sustentare no sólo sino la democracia más fuerte del mundo, cuando en realidad se trata de la dictadura de dos partidos que cada día se parecen más.
Mientras el general señala lo peligroso del distante comunismo, su imperio se desmorona con seis millones de personas protestando en las calles por medidas autoritarias y facistoides.
Los conservadores latinoamericanos al quitarse la máscara de samaritanos mostraron al monstruo de su racismo, discriminación, clasismo, misoginia, avaricia. Hicieron evidente su eterno distanciamiento de las mayorías, del pueblo, de la gente pobre que gracias a su viejo método multiplicaron hasta que llegaron a convertirse en mayoría aplastante.
Por su parte, el empresariado que vio por muchos años en el comunismo la pérdida de su dominio y dinero, usó la palabra mágica como talismán que legalizaba la explotación y justificaba el esclavismo contemporáneo. Pero su enemigo, como suele suceder, estaba dentro de su gremio, los excesos de una clase privilegiada, acostumbrada a tomar la ley por su cuenta, encontraron que debían pagar impuestos, respetar los derechos laborales de quienes los hacían cada día más ricos, pero menos poderosos y en ese desencanto, sucumbieron.
Utilizaron el comunismo, como un régimen que debía exterminarse pero lo usaban como bandera para infundir miedo.
El comunismo ha sido el gran aliado de la derecha, una abstracción histórica que sigue asustando niños y acercando a lo débiles a las religiones, pero también la utopía que impulsa a tomar la calle por asalto.

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