Categoría: José García Sánchez

  • Aprender de la victoria

    Aprender de la victoria

    Morena surge de un movimiento social, aglutina personas de todos los sectores, con ideas similares pero también divergentes. Los objetivos comunes se ponderan y se dejan al debate interno las diferencias para unificar criterios y postular ideas comunes.

    Los debates internos con el fin de encontrar más coincidencias en lo cuantitativos y profundizar en las tareas partidistas en lo cualitativo, nunca sucedió en Morena. Las leyes electorales, parecieran elaboradas para restar actividades sociales a los partidos y concentrarlas únicamente en las elecciones y los partidos, principalmente Morena, no tuvo la agudeza de advertirlo y cayó en la inercia de dedicar su cúpula, en cuerpo y alma a la tarea electoral.

    Desde luego que todo partido debe aspirar a ganar elecciones como esencia de su existencia, aunque sabemos que ahora más que nunca los hay que sólo quieren conservar el registro porque les significa una empresa electorera. Estos partidos están tanto en la derecha como en la izquierda y se vuelven la puerta de entrada para sabotajes e infiltraciones que redundan en traiciones o diferencias que ocultaron o crearon para desgastar finalmente a Morena.

    Un movimiento político vence las diferencias y se convierte en partido, pero su crecimiento inevitable, rebasado por un liderazgo que representa su propia vanguardia, les facilita la tarea de caminar baj0 la sombra del líder. Así se han pasado casi cinco años sin que aprendan del triunfo electoral lo más esencial de un partido: la unidad.

    En Morena hubo golpes de estado, protagonizado por personajes que fueron premiados por la cúpula; lo grupos chocan y ahora, ante la fragilidad que impone la división, la desbandada se anuncian en caso de que uno de los precandidatos no sea el bueno para la Presidencia. Y no precisamente del partido.

    La falta de estrategias de la oposición, su carencia de propuestas, la anulación de su voz ahogada en gritos e insultos, resultó involuntariamente, de chiripa, una estrategia.

    La oposición negándose a sí misma, y dejando a Morena como única fuerza política en el país, hizo que al partido en el poder le surgiera un tumor cancerígeno llamado disidencia interna, que todavía no se atreve a decir su nombre pero todos imaginan de quienes se trata.

    Desde luego que los integrantes de la oposición carecen de la capacidad como para crear esta situación, pero el origen y desarrollo de Morena se encaminaba hacia la separación de una parte que nunca aceptó con agrado todas sus políticas. Ahora, ven, en la figura de un precandidato que puede regresarles la fantasía que confunden con esperanza, la posibilidad de regresar, un poquito al pasado. Pero retroceso al fin y al cabo.

    Todavía la oposición no es consciente de que al negarse a participar de manera seria en política, dejó que las víboras en la cabeza de la Medusa, se destruyeran a sí mismas. Morena necesitaba de una oposición fuerte para permanecer unida, pero en este caso no había siquiera una oposición débil, simplemente no hay oposición.

    Puede decirse que la oposición dividió a Morena sin quererlo, porque al no encontrar un enemigo al frente lo encontró adentro. La tardía aparición del Instituto de Formación de Cuadros, las tareas deliberativas no sólo delos consejeros sino de los militantes, no fueron suficientes para cohesionar la militancia ni a los simpatizantes.

    Finalmente, la flojera de la oposición, la apatía de sus integrantes terminó hacer mella en Morena. La división está latente.

  • Abstencionismo, el candidato de oposición

    Abstencionismo, el candidato de oposición

    México es uno de los países donde resulta muy compleja la lectura del abstencionismo, fuerza pasiva electoral, a la que ahora quiere la oposición atribuir el triunfo en las urnas. A pesar de todo, la oposición no se ha acostumbrado a reconocer los triunfos de Morena y busca ganadores por otro lado, ahora aseguran que el abstencionismo lo consideran el gran ganador de la jornada del 4 de junio.

    El abstencionismo en México tiene su origen en la oposición por no saber canalizar la inconformidad social hacia sus colores. Ante la imposibilidad de algunos mexicanos, de verse representados por alguien, prefieren abstenerse de ejercer su derecho al sufragio.

    La descomposición y el desmembramiento de los partidos opositores conduce inevitablemente a la pasividad del abstencionismo, y desde luego a la falta de legitimidad de los ganadores, así como un desgaste inevitable a la democracia; sin embargo, el abstencionismo no es privativo de México en este tiempo. Basta ver diferentes países que superan el 60 por ciento, pero la oposición sólo ve al mundo cuando le conviene, mientras se encierra en una esfera de cristal que le impide comunicarse con el grueso de la población.

    En México el abstencionismo ha sustituido al voto de castigo ante la ausencia de una contraparte sólida, donde el voto de castigo sea eficiente y se note, pero el voto a favor de la oposición es tan gris y anodino como sus líderes y candidatos. Abstenerse fue, por algún tiempo, una manera de medir la inconformidad sin bandera ni partido. Acusaba una ausencia de protagonismo político, de presencia legislativa, de propuesta política, de proyecto administrativo, etc.

    La oposición se dedicó a evitar que Morena gobernara como ideología, acción política y único proyecto. El abstencionismo es, hasta cierto punto, provocado por los partidos satélites, porque deben llegar al mínimo de 3 por ciento de los votos emitidos, no de un porcentaje del padrón electoral, los cuales tienen en el abstencionismo a un aliado.

    La falta de personalidad política impulsa el abstencionismo. En México hay una sobrexposición de la personalidad política del presidente, una personalidad fuerte, por un lado; por el otro, una oposición sin personalidad. Es así como se señala a la oposición como responsable del alto índice de abstencionismo, aunque no deja de ser una culpa compartida.

    Porque no puede haber identificación con un color sin personalidad o con una palabra sin idea o con una persona que se diluye en la ambigüedad de su pensamiento. Es en la comunión de ideas, de necesidades, de inquietudes y de intereses donde se construyen los cimientos de la fuerza electoral de los partidos.

    Cuando el abstencionismo tenía una lectura en las elecciones mexicana se trataba de un grupo con participación pasiva; ahora sólo hay pasividad salpicada de venganza, rencor, resentimiento por causas tan diversas como dispersas.

    El abstencionista no valora su voto, para esa persona no es una herramienta política sino un innecesario trámite burocrático y al carecer de valor también carece de beneficios su emisión. Votar es para los abstencionistas la continuidad y no el cambio. Ellos o ellas no se consideran agentes de transformación sino elementos de continuidad. Decidir no es un factor histórico sino una rutina cotidiana, porque su existencia está basada en el maniqueísmo, alma de los conservadores.

    Votar a no votar es lo mismo que vivir o existir. Sólo darle a la vida el sentido de los caminos andados y no salirse de la línea del convencionalismo. Nada más confortable que la imitación, que tiene como uno de sus síntomas el abstencionismo.

    El abstencionista es conformista no aspiracionista, aunque a veces se disfrace de eso. Un disfraz al que se ha acostumbrado toda su vida, pero al fin y al cabo disfraz.

    • @Josangasa3