Categoría: Aldo San Pedro

  • Una elección para aprender, no para renunciar: claves objetivas del proceso judicial 2025

    Una elección para aprender, no para renunciar: claves objetivas del proceso judicial 2025

    En un país donde la crítica suele imponerse al análisis sereno, la elección judicial de 2025 corre el riesgo de ser recordada más por sus polémicas que por su valor institucional. El informe “Elección Judicial 2025”, elaborado por José Ramón Cossío Díaz —ministro en retiro de la Suprema Corte e integrante de El Colegio Nacional— y Jorge Alberto Medellín Pino, maestro en Ciencia Política y Derecho Constitucional, ha planteado un juicio categórico: que existió un fraude electoral estructural sustentado en patrones homogéneos de votación. Su impacto mediático ha sido notable. Pero al revisar a fondo sus premisas técnicas y sus inferencias metodológicas, se evidencia que el documento, aunque legítimo en intención, adolece de reduccionismos analíticos, juicios anticipados y un uso cuestionable de herramientas estadísticas.

    No es menor que el centro del argumento repose en una gráfica. Una imagen donde los nueve candidatos ganadores a la Suprema Corte de Justicia de la Nación muestran un patrón casi idéntico de votos en múltiples distritos. Para muchas personas, esa coincidencia visual implica de inmediato una imposición. Pero quienes hemos trabajado con datos sabemos que los gráficos no son juicios: son herramientas. Y fuera del laboratorio, el comportamiento electoral está cruzado por fenómenos sociales que la estadística por sí sola no puede explicar. La homogeneidad no es necesariamente manipulación; puede ser también efecto de afinidades comunitarias, influencia de líderes sociales, voto espejo entre regiones vecinas o tradiciones políticas arraigadas. El fraude no se presume: se prueba. Y la prueba debe ser más que una línea recta.

    Tampoco puede juzgarse este proceso sin entender su novedad. Por primera vez en la historia del país, mexicanas y mexicanos elegimos directamente a juezas, jueces, magistradas y ministros. Un salto institucional que rompió con siglos de designaciones cerradas. Pero todo modelo nuevo implica incertidumbre. La participación fue baja —13.02 % en la elección a la Corte— pero más alta que en ejercicios como la Consulta Popular de 2021. No fue una fiesta ciudadana, pero tampoco un simulacro. Fue una elección con reglas restrictivas, sin propaganda, sin partidos, sin debates, sin candidatos en espectaculares. Exigirle la emoción de una contienda presidencial habría sido una trampa analítica.

    Uno de los elementos más polémicos del informe es la denuncia del uso masivo de “acordeones”: listas impresas con los números de las candidaturas ganadoras, presuntamente repartidas en miles de casillas. Es legítimo preguntar si esas listas vulneraron la libertad del voto. Pero también es importante señalar que su sola existencia no constituye un delito. El Tribunal Electoral ha determinado que recomendar el voto no equivale a coaccionarlo, a menos que haya presión, pago o amenaza. Además, el propio informe reconoce que no se cuenta con pruebas directas —videos, testimonios acreditados, procedimientos sancionadores— que permitan acreditar una operación sistemática. El dato existe. La interpretación es discutible.

    En ese contexto normativo restrictivo, donde se prohibieron actos de campaña tradicionales, las redes informales —familias extendidas, comunidades jurídicas, estructuras gremiales o referentes institucionales— adquirieron una relevancia determinante. Muchas de las personas electas no ganaron por ser populares en redes sociales, sino por el prestigio acumulado en sus trayectorias y el reconocimiento en entornos profesionales específicos. En una elección donde la visibilidad estaba limitada por diseño, la legitimidad no siempre se mide en seguidores, sino en vínculos sociales sólidos que operan fuera del radar mediático.

    Un argumento insistente del informe es que el costo por voto fue sospechosamente bajo. Se estima que algunos perfiles obtuvieron más de 600 mil votos con apenas 1.4 millones de pesos autorizados. Pero esta comparación, tomada frente al gasto en elecciones partidistas tradicionales, ignora las condiciones regulatorias que definieron esta elección: sin propaganda masiva, sin estructuras partidistas, sin acceso a medios. Es natural que el costo por voto sea más bajo. Y asumir que “barato” es sinónimo de “fraude” revela más una sospecha ideológica que un análisis financiero riguroso. La austeridad, en democracia, no debe ser penalizada.

    Lo que el proceso sí dejó claro es que el modelo requiere ajustes. No puede repetirse una elección donde más del 60 % de la ciudadanía no pudo identificar a una sola candidatura. Es urgente rediseñar los canales de comunicación electoral para permitir, sin romper la imparcialidad judicial, un mínimo de información útil: perfiles públicos obligatorios, boletas más comprensibles, guías pedagógicas, debates moderados. Además, debe fortalecerse la fiscalización ciudadana sin criminalizar a quien participa desde lo comunitario. La vigilancia cívica debe construirse con evidencia, no con prejuicio.

    Otra reforma indispensable es la educación judicial de la ciudadanía. No podemos pedir que la gente valore su voto si no entiende el rol de un juez o una jueza. Incluir contenidos sobre el Poder Judicial en los libros de texto, desarrollar campañas de cultura jurídica y establecer plataformas permanentes de información ciudadana ayudaría a que, en futuras elecciones, la participación no sea un acto mecánico, sino una decisión consciente.

    A quienes hoy exigen la anulación del proceso, sería pertinente recordarles que la democracia no es un estado ideal, sino una construcción en marcha. Las elecciones judiciales de 2025 no fueron perfectas. Pero tampoco fueron una catástrofe. Fueron un primer intento por democratizar el Poder Judicial. Y eso, en un país con larga historia de puertas cerradas, no puede desestimarse a la ligera. Cancelar este modelo sería condenar al sistema a su vieja opacidad.

    El futuro del modelo judicial-electoral no está en manos del escándalo, sino del compromiso. México no necesita renunciar a este ejercicio, sino convertirlo en una tradición cada vez más robusta, más plural y más comprensible para su gente. Y ese camino —como toda democracia que madura— se construye con crítica informada, con reformas audaces y con confianza en que un error no invalida un principio. La elección judicial de 2025 no debe anularse: debe entenderse, corregirse y trascenderse.

  • Gaza: radiografía de una descomposición prolongada, no de una catástrofe repentina

    Gaza: radiografía de una descomposición prolongada, no de una catástrofe repentina

    Cuando se observa Gaza desde la comodidad de una pantalla, lo que parece un estallido reciente —un conflicto más en la lista de tragedias internacionales— en realidad es el punto culminante de una descomposición sostenida. No se trata de una catástrofe repentina, sino del colapso de un cuerpo colectivo sometido por décadas a asfixia social, cerco militar, hambruna estructural y abandono multilateral. El ataque del 7 de octubre de 2023 no fue la causa originaria, sino el último desencadenante de un modelo acumulativo de violencia, de esos que, si no se analizan con suficiente claridad, terminan justificando el daño como si fuera inevitable.

    La Franja de Gaza, equivalente en tamaño a poco más del doble de Iztapalapa, concentraba más de 2.2 millones de personas antes de la actual ofensiva. A pesar de su densidad poblacional, desde hace más de quince años permanece bajo un bloqueo que ha limitado el acceso a insumos básicos, alimentos, medicamentos y libertad de tránsito. La ocupación militar, el cerco económico y el aislamiento político forman parte de un sistema que ha deteriorado gradualmente las condiciones de vida de las y los gazatíes. Esta descomposición no surgió con las bombas: se sembró con el hambre, se nutrió con el silencio y floreció con la impunidad.

    El estudio satelital “Active InSAR Monitoring”, elaborado por el Netherlands Institute for Space Research y otras instituciones científicas, documenta con rigor lo que los medios no logran dimensionar. Más del 67% de las edificaciones de Gaza han sido dañadas o destruidas desde octubre de 2023. Son casi 200 mil estructuras —hospitales, escuelas, viviendas, redes sanitarias— pulverizadas en un lapso de siete meses. En ciudades como Mariúpol o Alepo, los niveles de devastación urbana fueron inferiores, incluso bajo ofensivas de años. Gaza, por contraste, ha registrado el mayor nivel de destrucción urbano conocido en un periodo tan corto desde que existe monitoreo satelital moderno.

    Mientras los edificios caen, los cuerpos también ceden. El hambre se ha convertido en un arma más efectiva que los misiles. Según la ONU y el informe IPC, el 100% de la población enfrenta inseguridad alimentaria aguda, con más de medio millón de personas en riesgo de hambruna catastrófica. Esto no sucede por falta de alimentos en el mundo, sino porque se ha restringido deliberadamente su entrada. En palabras de la OMS, lo que ocurre en Gaza es una “hambruna fabricada por el ser humano”. Las imágenes de niños y niñas con piel pegada a los huesos, y de hospitales sin capacidad para tratarlos, no son un efecto colateral: son la política exterior convertida en castigo corporal.

    Más aún, los impactos del hambre no se limitan al presente. El artículo publicado por The Washington Post expone con crudeza lo que significa para un cuerpo infantil atravesar la inanición: pérdida de conexiones neuronales, retrasos cognitivos, inmunosupresión y daño irreversible al desarrollo físico. Incluso si la guerra terminara hoy, miles de infancias ya han sido amputadas de su futuro. El informe de la European Training Foundation advierte que al menos dos generaciones quedarán marcadas por esta experiencia, sin posibilidad de reconstruir el capital humano que sostiene a cualquier sociedad.

    En paralelo, se libra una guerra silenciosa en las redes sociales. El análisis de más de 2.3 millones de publicaciones en Telegram, Reddit y Twitter revela cómo el conflicto se traduce, digitalmente, en narrativas polarizantes, manipulación emocional y saturación de contenido que oscurece los hechos. La guerra ya no solo destruye edificios y vidas: también fractura la posibilidad de entender. La desinformación y la sobreexposición emocional hacen que, con cada imagen que vemos, sintamos menos. Gaza no solo sangra: también es reinterpretada a conveniencia por quien controla el algoritmo.

    Frente a este panorama, un giro inesperado proviene de Europa. Francia, Alemania y Reino Unido, históricamente alineados con Israel, han roto filas para exigir un alto al fuego y el acceso humanitario inmediato. Macron incluso ha declarado que Francia está lista para reconocer el Estado palestino, mientras el Parlamento británico ha presionado en la misma línea. Este quiebre diplomático representa más que una postura: evidencia la fractura moral de quienes, hasta hace poco, defendían la proporcionalidad del conflicto sin mirar el saldo en vidas civiles. A veces, el silencio cómplice termina cediendo ante la realidad incontestable de los cuerpos hambrientos.

    Si quisiéramos proponer una salida real, no bastaría con enviar ayuda humanitaria: habría que repensar las estructuras que permiten que una población entera viva atrapada en 365 kilómetros cuadrados sin posibilidad de huir, resistir ni sanar. Restaurar el capital humano de Gaza implicaría una inversión internacional sin precedentes, el levantamiento del bloqueo, justicia transicional para las víctimas y una política sostenida de reconstrucción social, educativa, emocional y económica. Porque no se trata solo de quién tiene razón, sino de quién interrumpe el daño.

    Cuando el sufrimiento alcanza tal densidad que borra las diferencias entre escombros y cuerpos, entre hambre y castigo, entre infancia y silencio, ya no basta con preguntarse quién tiene la razón: urge preguntarse quién está dispuesto a interrumpir el daño. Gaza no es solo un conflicto, es una advertencia: el mundo puede acostumbrarse a ver morir a una población entera sin mover los cimientos de su diplomacia ni la brújula de su ética. Si algo debe sobrevivir entre tanta destrucción, no es una bandera ni una ideología, sino la capacidad colectiva de restaurar lo humano antes de que lo humano se vuelva irreconocible.

  • Infancia en retroceso: lo que revela UNICEF sobre el fracaso estructural del bienestar infantil

    Infancia en retroceso: lo que revela UNICEF sobre el fracaso estructural del bienestar infantil

    En tiempos de incertidumbre global, hay decisiones que podrían marcar el rumbo de una sociedad por generaciones. Una de ellas —la más decisiva— sería priorizar el bienestar de niñas y niños como el centro de toda política pública. Hoy, con más evidencia que nunca, sabemos que invertir en la infancia es una apuesta ganadora: no solo para las familias, sino para la nación entera. México tendría todo para demostrarlo. Y aunque el punto de partida sea complejo, las posibilidades de avanzar existen, son técnicas, son políticas y, sobre todo, son urgentes.

    El reciente Innocenti Report Card 19, publicado por UNICEF, ofrece una oportunidad invaluable para repensar nuestras estrategias. Aunque México se encuentra en la posición 34 entre 36 países evaluados, el informe no solo señala rezagos: también traza un mapa de ruta claro hacia un bienestar infantil posible, alcanzable y replicable. Lejos de ser una condena, este diagnóstico debería inspirarnos a construir una política nacional para la infancia que ponga en el centro lo verdaderamente transformador: la salud mental, los entornos seguros, la educación significativa, el juego, la escucha y la dignidad de cada niña y cada niño.

    Sabemos con certeza cuáles son los factores que han puesto en riesgo el desarrollo infantil en todo el mundo: la pandemia, los conflictos armados, el cambio climático, la revolución digital y los cambios demográficos. UNICEF los llama fuerzas disruptivas, y su efecto combinado explica la regresión observada en casi todos los países del informe. Sin embargo, también sabemos que estos desafíos pueden enfrentarse si se cuenta con políticas públicas eficaces, con datos actualizados, con presupuesto asignado, y con la voluntad de priorizar lo que realmente importa. México no tendría por qué resignarse a ese lugar 34: podría escalar posiciones si alinea capacidades con decisiones.

    Los países que hoy lideran el índice de bienestar infantil —como Países Bajos, Eslovenia, Dinamarca, Francia o Alemania— no lo lograron por azar. Lo hicieron mediante decisiones concretas: inversión sostenida en salud mental escolar, entornos urbanos pensados para niñas y niños, protección frente a publicidad nociva, acceso universal a internet seguro, y participación infantil efectiva en la vida pública. Cada paso se basó en evidencia. Cada avance respondió a una visión de largo plazo. Y eso es lo que podríamos adoptar como inspiración, sin copiar mecánicamente, pero sí adaptando lo que funciona.

    En México, contamos con instituciones con experiencia, profesionales capacitados, comunidades organizadas y marcos legales que reconocen los derechos de la infancia. Lo que aún falta es convertir ese potencial en política pública integral. El informe señala que muchos países ricos aún carecen de sistemas nacionales de monitoreo del bienestar infantil. México, si decidiera construir uno, podría incluso liderar en la región. Un sistema que mida no solo pobreza o escolaridad, sino también salud emocional, acceso a espacios verdes, habilidades digitales, y percepción de seguridad. Medir bien sería el primer paso para actuar mejor.

    Desde la perspectiva de la Ingeniería Política, esta sería una oportunidad para rediseñar procesos institucionales que hoy se muestran fragmentados. La arquitectura actual de la política infantil en México está dispersa entre niveles de gobierno, y eso diluye el impacto. Si logramos articular educación, salud, desarrollo social, derechos humanos y participación infantil en un mismo sistema funcional, los resultados serían inmediatos. No requerimos crear nuevas instituciones, sino hacer que las existentes cooperen con indicadores comunes, metas compartidas y presupuestos coordinados.

    Cinco medidas clave podrían iniciar esta transformación. Primero: implementar una política nacional de salud mental infantil con atención psicológica garantizada en todas las escuelas públicas, formación docente especializada y campañas públicas de prevención. Segundo: crear entornos escolares seguros y atractivos, con infraestructura digna, alimentación saludable, espacios de juego y participación comunitaria. Tercero: fortalecer la regulación sobre publicidad dirigida a menores, especialmente en plataformas digitales, para evitar la exposición temprana a contenidos que afectan su desarrollo. Cuarto: ampliar la infraestructura verde y cultural infantil con parques accesibles, centros de desarrollo comunitario y actividades extracurriculares con sentido formativo. Quinto: institucionalizar la participación infantil en el diseño, ejecución y evaluación de políticas públicas a nivel local y nacional.

    Estas cinco medidas no solo son técnicamente posibles, sino también financieramente viables. Existen recursos disponibles si se prioriza su destino con enfoque de derechos. Y lo más importante: tendrían un impacto directo y visible en la vida cotidiana de millones de niñas y niños en México. Cuando se mejora la infancia, mejora la comunidad entera. Cuando se garantiza salud mental, se reduce la violencia. Cuando se protege el juego, florece la creatividad. Cuando se escucha a la niñez, se fortalece la democracia.

    En lugar de ver el lugar 34 como un signo de derrota, podríamos verlo como un llamado a la acción. No es tarde. El bono demográfico de México, aunque cada vez más reducido, todavía nos da margen. Tenemos niñas y niños llenos de talento, con ganas de aprender, con sueños por cumplir. Lo que falta es que les demos las condiciones para crecer sin miedo, sin carencias, sin violencias cotidianas. Y eso depende, en gran medida, de la capacidad del Estado para tomarse en serio el bienestar infantil como un proyecto nacional.

    El informe de UNICEF deja claro que la mejora es posible. Que los países que toman decisiones a favor de la infancia no solo cosechan bienestar social, sino también estabilidad económica, cohesión y paz. La infancia debe dejar de ser una promesa de discurso y convertirse en una realidad de gobierno. Las instituciones mexicanas tienen la experiencia y la capacidad para lograrlo. Solo falta hacer de este tema una prioridad transversal, no un anexo sectorial.

    Elegir a la infancia como centro de la política pública sería una de las decisiones más sabias que podríamos tomar como país. Significaría dar un mensaje claro: que este México sí quiere crecer con dignidad, con empatía, con sentido de comunidad. Que no estamos condenadas ni condenados a repetir errores. Que sí es posible avanzar, cuando se hace con diagnóstico, técnica y corazón.

    Le debemos a cada niña y a cada niño al menos una certeza: que este país los quiere vivos, los quiere sanos, los quiere escuchados, y los quiere felices. Y eso, como lo dice UNICEF, no empieza con grandes discursos. Empieza con políticas públicas bien diseñadas, presupuestos bien asignados y gobiernos que se tomen en serio lo que hoy está en juego: no es solo la infancia. Es el alma futura de México.

  • Un día fuimos niños viendo viejos. Hoy somos adultos preguntándonos cuándo empezó a pasar. Analizamos La vejez en el cine, de Pedro Paunero

    Un día fuimos niños viendo viejos. Hoy somos adultos preguntándonos cuándo empezó a pasar. Analizamos La vejez en el cine, de Pedro Paunero

    Cuando éramos niñas y niños, no sabíamos lo que estábamos viendo. Frente a la pantalla, el tiempo parecía cosa de otros. Las personas mayores eran personajes lejanos: algunas sabias, otras graciosas, unas más aterradoras. No importaba si aparecían en dibujos animados o en películas de adultos. Siempre estaban ahí como si fueran una especie diferente. Nunca pensamos que, un día, podríamos ser ellas y ellos. Hoy, ya adultos, la pregunta aparece sin aviso: ¿cuándo empezó a pasar que la vejez se volvió cercana, posible… inevitable?

    En su libro La vejez en el cine, Pedro Paunero hace algo más que analizar películas. Nos invita a mirar de nuevo, no sólo la pantalla, sino lo que la pantalla ha hecho con nuestra forma de entender el paso del tiempo. El cine, dice Paunero, no cambia. Lo que cambia es lo que sentimos cuando lo volvemos a ver. Por eso, este análisis no es una lista de escenas, sino una invitación a releer lo que creímos comprender. Porque lo que parecía ajeno —la vejez— ahora nos mira de regreso.

    Desde pequeñas y pequeños, aprendimos que en las películas las personas mayores no eran centrales. Estaban para aconsejar, para regañar o para morir. No eran protagonistas, sino adornos de la historia de otros. En las caricaturas, eran brujas, abuelas dulces o viejos malhumorados. En el cine de acción, aparecían como quienes ya vivieron todo lo importante. El mensaje era claro sin decirlo: envejecer era apartarse, perder fuerza, volverse invisible.

    Uno de los temas más duros que muestra Paunero es cómo se ha retratado el cuerpo envejecido. A veces se usa para dar lástima, otras para provocar miedo. El cine de terror, por ejemplo, ha usado la vejez como símbolo de decadencia: cuerpos que ya no se mueven igual, rostros marcados por los años, voces temblorosas. En otras películas, el cuerpo viejo se vuelve tierno, pero de manera pasiva, como si sólo sirviera para cuidar o ser cuidado. En ambos casos, la vejez no es activa, ni libre. Es una etapa donde se espera… pero ya no se decide.

    Y cuando se trata de hombres, el cine suele contar una historia parecida: la de alguien que alguna vez fue fuerte, importante o valiente, pero que ahora mira hacia atrás. Son muchos los papeles de padres ausentes, jefes retirados o guerreros cansados. La nostalgia es su compañía constante. Como si envejecer fuera, para los hombres, una derrota lenta, aceptada con dignidad pero sin alegría.

    Lo más grave ocurre con las mujeres mayores. El cine ha hecho de ellas una sombra. Salvo unas pocas excepciones, la gran mayoría aparece como personajes sin historia propia: la abuela, la enfermera, la loca simpática. Nunca protagonistas, casi nunca deseadas, y mucho menos escuchadas. Paunero lo resume con datos contundentes: menos del 6% de los papeles principales en el cine comercial son de mujeres mayores de 60 años. Esto no es una casualidad. Es un reflejo claro de una cultura que castiga doble: por ser mujer y por envejecer.

    Pero algo ha comenzado a cambiar. Películas recientes han mostrado que la vejez no tiene por qué ser silencio ni sombra. Historias como Nomadland o Gloria Bell presentan a mujeres mayores que sienten, desean, deciden. No son perfectas ni dulces. Son humanas. Y al serlo, rompen con el guion que por décadas las había relegado. Estas películas no ofrecen consuelo, ofrecen libertad. Y eso, en tiempos como los que vivimos, también es una forma de hacer política.

    Porque este análisis de Paunero no se queda en la crítica. También es un acto de memoria. El autor se reconoce a sí mismo en las películas que comenta. No escribe desde afuera, sino desde la experiencia propia de alguien que también ha visto pasar los años. Esa honestidad convierte su ensayo en un espejo. Un archivo personal y colectivo, donde cada escena nos devuelve una imagen distinta de nosotres mismes. Porque envejecer no es solo una etapa: es un proceso que empieza mucho antes de que se note.

    Y es aquí donde el cine tiene una responsabilidad que no es menor. En un país como México, donde el número de personas mayores crece cada día, no basta con dar apoyos económicos o salud. También se necesita cambiar la forma en que miramos la vejez. Porque lo que no se muestra, no se respeta. Y lo que se oculta, tarde o temprano, se olvida. Si el cine puede ayudar a imaginar futuros, también puede ayudar a reconciliarnos con el paso del tiempo.

    El gobierno actual ha apostado por darle dignidad a quienes envejecen, reconociéndoles como sujetos de derechos, no como cargas. Pero ese esfuerzo institucional necesita ir acompañado de un cambio cultural. Un cambio donde la vejez se vea como parte de la vida, no como el final de ella. El cine, como espacio simbólico, puede ser un aliado si se atreve a contar otras historias. Narrativas donde las personas mayores tengan algo más que decir que un consejo antes de morir.

    Volver a ver las películas que nos marcaron es un ejercicio necesario. No para criticarlas desde la distancia, sino para entender cómo nos formaron. Y al hacerlo, también podríamos comenzar a exigir otras escenas. Imágenes que no repitan lo de siempre, sino que se abran a lo que vendrá. Porque si algo nos enseña el cine es que el futuro también se escribe con lo que decidimos ver.

    Las películas no cambian. Pero nosotras y nosotros sí. Y al cambiar, cambia también lo que esperamos de esas historias. La vejez, como plantea este análisis, no debe pensarse como el desenlace de una historia ni como el margen de una narrativa. Debe ser entendida como un espejo compartido: una superficie donde se reflejan tanto quienes ya llegaron a esa etapa como quienes —aunque no lo sepan aún— están en camino. Un espejo que no da miedo mirar si aceptamos que también nos pertenece. Porque sólo así podremos envejecer con dignidad, sin escondernos y sin ser escondidos.

  • El Proyecto Gateway: Cuando la CIA Quiso Despertar la Conciencia

    El Proyecto Gateway: Cuando la CIA Quiso Despertar la Conciencia

    En junio de 1983, mientras el mundo observaba las tensiones nucleares y los movimientos de la Guerra Fría, el Ejército de Estados Unidos entregaba un informe secreto que, décadas más tarde, seguiría desconcertando. No se trataba de misiles ni de espionaje convencional, sino de algo más audaz: un modelo operativo para expandir la conciencia humana. Bajo el nombre Analysis and Assessment of Gateway Process, la CIA evaluó un protocolo que combinaba neurociencia, física cuántica y acústica cerebral para inducir estados mentales capaces —según sus propios términos— de trascender el tiempo y el espacio. A cuarenta años de distancia, este documento sigue representando una hipótesis estratégica: que la conciencia humana podría ser, en esencia, una interfaz de lectura y escritura del universo.

    El corazón del proceso Gateway es una técnica llamada Hemi-Sync (sincronización hemisférica), que utiliza sonidos especiales para lograr que ambos hemisferios cerebrales trabajen de forma armónica. Estos tonos, conocidos como binaurales, inducen frecuencias cerebrales específicas —como las ondas alfa o theta, vinculadas con la meditación profunda— mediante la diferencia sutil entre los sonidos emitidos en cada oído. Cuando esta sincronía ocurre, la mente entra en un estado de coherencia que el informe compara con el funcionamiento de un láser: una energía altamente concentrada y ordenada, capaz de interactuar con patrones complejos del entorno. Es decir, una mente entrenada podría pasar de funcionar como una lámpara dispersa a operar como un haz coherente y poderoso.

    Pero la clave del método no está solo en el cerebro. El informe sostiene que al reducir el eco interno generado por el latido cardíaco —mediante respiración controlada y relajación profunda—, el cuerpo entero puede vibrar en una frecuencia cercana a los 7 hertz, la misma que la resonancia electromagnética natural de la Tierra, conocida como resonancia Schumann. Esta coincidencia permitiría, en teoría, que el cuerpo humano entrara en sincronía con el campo terrestre, funcionando como un oscilador coherente. Bajo estas condiciones, el cerebro no solo amplificaría su energía, sino que comenzaría a percibir información que normalmente está fuera del alcance de los sentidos.

    A partir de aquí, el documento introduce uno de sus conceptos más provocadores: que la realidad no es una secuencia de objetos sólidos, sino un holograma energético. Según el físico David Bohm y el neurocientífico Karl Pribram —citados por el informe—, la mente humana funciona como un receptor holográfico. Capta patrones de energía que ya existen en el universo y los interpreta mediante comparación con su memoria interna. Esto implica que el tiempo, el espacio y la percepción no son constantes absolutas, sino resultados de cómo nuestra conciencia sintoniza y organiza lo que percibe.

    El informe profundiza: cada onda cerebral, al oscilar, atraviesa microinstantes de reposo absoluto. En esos momentos —que la física cuántica conoce como distancia de Planck—, la energía “sale” del espacio-tiempo. Si estos instantes se vuelven suficientemente frecuentes, la conciencia podría “saltar” a otros planos. A este fenómeno lo llaman click-out. De ahí la hipótesis operativa: una conciencia altamente sincronizada podría acceder a dimensiones donde el pasado y el futuro no están separados, sino presentes en un solo patrón energético. Bajo esta lógica, percibir el futuro no sería predecirlo, sino leerlo en el holograma universal.

    El entrenamiento Gateway plantea cuatro niveles o estados mentales —denominados Focus 10, 12, 15 y 21— a los que se accede mediante audio guiado. Cada uno permite avanzar en la disociación del cuerpo y la expansión de la percepción. Por ejemplo, Focus 10 se describe como “mente despierta, cuerpo dormido”, mientras que Focus 15 permite explorar el pasado y Focus 21 acceder a proyecciones futuras. Estos no son viajes físicos, sino proyecciones mentales estructuradas, en las que la conciencia se entrena para visualizar, percibir y codificar información simbólica.

    Entre las herramientas más destacadas del método se encuentran la “caja de conversión de energía” (para liberar preocupaciones), la “barra de energía” (una visualización de luz para proyectar intención) y la técnica de patterning, que consiste en imaginar un objetivo cumplido y enviarlo al universo como una instrucción vibratoria. También se exploran el “mapa corporal viviente” (para sanar zonas específicas del cuerpo) y el “vórtice”, una imagen mental de giro energético que permite la percepción remota o remote viewing, es decir, la captación intuitiva de lugares o eventos sin contacto físico.

    Sin embargo, el aspecto más controversial es el estado extracorpóreo, o out-of-body experience. Aunque el informe no lo garantiza, describe casos donde participantes lograron “salir” de su cuerpo físico con plena conciencia, accediendo a planos no físicos de existencia. Incluso se menciona un experimento donde personas entrenadas intentaron leer, desde otra ciudad, una serie de dígitos generados por computadora. Aunque no lo lograron completamente, captaron varios números con precisión parcial. El resultado sugiere que la conciencia puede expandirse, aunque su precisión aún no es controlable.

    El informe no evade sus límites: reconoce la distorsión perceptiva, la interferencia de creencias personales y los riesgos psicológicos en individuos no preparados. También advierte sobre el uso ético de estas técnicas, que podrían —en manos equivocadas— usarse para manipulación mental o alteración de la voluntad. Por ello, recomienda formar equipos especializados, promover el autoconocimiento de cada practicante y establecer mecanismos de protección energética colectiva.

    Cuarenta años después de su redacción, el informe Gateway sigue siendo un artefacto único en los archivos desclasificados de inteligencia: una intersección entre ciencia experimental, exploración interior y potencial humano. No es un manual de nueva era, ni un proyecto abandonado. Es una hipótesis operativa elaborada por una institución estatal, que sugiere que la conciencia humana podría ser, en esencia, una interfaz de lectura y escritura del universo mismo. Si esto es así, entonces la clave no está en desarrollar nuevas máquinas, sino en aprender a calibrar la propia mente. En ese escenario, la realidad no sería un hecho, sino una frecuencia. Y la conciencia humana, un instrumento de afinación universal.

  • De los cárteles a los clics: la ONU advierte que el nuevo poder del crimen organizado está en las redes invisibles, no en las balas

    De los cárteles a los clics: la ONU advierte que el nuevo poder del crimen organizado está en las redes invisibles, no en las balas

    Mientras diversos gobiernos continúan evaluando el poder del crimen organizado a partir de métricas tradicionales como el número de armas aseguradas o hectáreas de cultivos ilícitos erradicadas, el Informe Mundial sobre las Drogas 2025 de la ONU advierte sobre un cambio estructural más complejo: el control territorial ha dejado de ser el principal indicador de riesgo. Según el informe, las organizaciones delictivas más sofisticadas ya no dependen de la ocupación física de espacios, sino de su capacidad para operar en entornos digitales mediante herramientas como plataformas cifradas, redes descentralizadas y sistemas de pago difíciles de rastrear. Esta transformación no implica solo un cambio tecnológico, sino una redefinición de las formas contemporáneas de ejercer el poder criminal.

    En ese nuevo ecosistema, las drogas ya no se mueven únicamente en cargamentos físicos, sino también en rutas algorítmicas. La comercialización, distribución y consumo adoptan mecanismos digitales que permiten a los grupos criminales mantener niveles altos de eficiencia y discreción. Las redes sociales, los canales cifrados y los mercados virtuales han desplazado a los intermediarios tradicionales. Las transacciones se realizan en minutos, a menudo sin contacto humano, y se ajustan constantemente para evadir la supervisión institucional. Esta dinámica plantea desafíos significativos para las autoridades encargadas de aplicar la ley, que enfrentan una criminalidad sin rostro, sin fronteras fijas y con alta capacidad de adaptación.

    El informe también destaca un cambio en la arquitectura operativa del crimen organizado: de estructuras jerárquicas se ha pasado a modelos horizontales y descentralizados, donde cada nodo cumple funciones específicas y autónomas. Esta fragmentación dificulta la trazabilidad de las operaciones, reduce los puntos vulnerables del sistema y debilita los marcos tradicionales de persecución judicial. Al no haber líderes visibles ni territorios definidos, las herramientas convencionales de investigación pierden efectividad. Este nuevo modelo, además, permite replicarse con rapidez en múltiples contextos, aumentando su resiliencia frente a la intervención del Estado.

    Desde una perspectiva global, el mapa del crimen también está cambiando. Europa occidental ha dejado de ser solo mercado de destino para convertirse en un nuevo foco de violencia, con puertos estratégicos sometidos a disputas entre grupos internacionales. África, por su parte, ha pasado de ser zona de tránsito a convertirse en un centro operativo del crimen digital, gracias a su conectividad informal y a la baja fiscalización financiera. En Asia, el crecimiento del mercado de opioides sintéticos y estimulantes ha motivado la instalación de laboratorios locales. Estas dinámicas han reducido la centralidad geopolítica de América Latina como eje de la criminalidad transnacional.

    México, históricamente considerado un actor clave en la lucha contra el narcotráfico, enfrenta un escenario de transición que exige nuevos enfoques. Si bien mantiene una posición relevante en términos de volumen de decomisos, detenciones y presencia operativa, el entorno actual requiere capacidades adicionales que fortalezcan la respuesta frente a modalidades criminales emergentes. El país ha comenzado a explorar medidas de cooperación internacional y uso de herramientas tecnológicas, pero persisten áreas de oportunidad en materia de inteligencia digital, análisis de redes virtuales y fiscalización financiera no bancaria. La adecuación de estas capacidades resulta esencial para mantener su relevancia en un contexto criminal cada vez más descentralizado y tecnificado.

    El Informe Mundial sobre las Drogas 2025 también advierte sobre el crecimiento del mercado de drogas sintéticas, cuyo modelo de distribución se basa en plataformas digitales, pagos invisibles y envíos sin intermediación directa. Mientras las incautaciones globales de cocaína alcanzan máximos históricos, las metanfetaminas y opioides —como el fentanilo— continúan expandiéndose, a menudo disfrazados como productos legales. Esta sofisticación representa un desafío adicional para las autoridades, pues las sustancias se diseñan para evadir la clasificación legal y se comercializan en entornos de baja visibilidad institucional. Sin mecanismos de cooperación digital y análisis forense tecnológico, este tipo de tráfico difícilmente puede ser contenido.

    Ante este panorama, la ONU propone un rediseño institucional enfocado en la anticipación. Entre las recomendaciones destaca la creación de agencias especializadas en inteligencia digital, capaces de integrar perfiles técnicos, jurídicos, financieros y diplomáticos. Este tipo de entidades permitirían detectar patrones criminales antes de que escalen, articular respuestas interinstitucionales e insertarse en redes globales de cooperación tecnológica. En el caso de México, esta estrategia podría traducirse en una instancia nacional con autonomía técnica y capacidad operativa para mapear redes ilícitas digitales, construir algoritmos de monitoreo y colaborar activamente con organismos multilaterales.

    Además de fortalecer la infraestructura tecnológica, el informe recomienda actualizar los marcos normativos e incorporar formación específica en evidencia digital, criptomonedas y delitos descentralizados dentro del sistema de justicia. Esto implicaría capacitar a policías, fiscales y personal judicial en nuevas metodologías, desarrollar herramientas nacionales de análisis forense digital con validez procesal, y generar sinergias entre instituciones públicas y centros de investigación. Se trata de una estrategia de largo plazo que requiere inversión sostenida, visión técnica y respaldo político.

    La coyuntura también exige revisar los mecanismos de cooperación internacional. El fortalecimiento de alianzas multilaterales con enfoque tecnológico se vuelve indispensable para enfrentar fenómenos criminales que operan fuera de las fronteras y que aprovechan las brechas de gobernanza digital. México, al participar en estos esfuerzos, no solo puede reforzar su capacidad de respuesta, sino también contribuir activamente a la construcción de estándares globales en materia de seguridad digital, comercio ilícito y flujos financieros alternativos.

    El Informe Mundial sobre las Drogas 2025 no debe ser interpretado únicamente como una actualización estadística, sino como una hoja de ruta para la toma de decisiones estratégicas. Las transformaciones descritas en el documento no implican una pérdida automática de capacidad estatal, sino una oportunidad para reconfigurar la arquitectura institucional en función de nuevas amenazas. La experiencia acumulada por México en materia de seguridad puede ser un punto de partida sólido si se acompaña de innovación, coordinación y un enfoque prospectivo.

    Las organizaciones criminales más peligrosas del mundo no son hoy las que ejercen violencia física, sino las que saben ocultarse entre plataformas, fragmentar sus operaciones en redes invisibles y mover recursos sin dejar rastro. Comprender esta lógica es fundamental para diseñar políticas públicas que no respondan a un pasado que ya no existe, sino a un presente que se redefine con cada línea de código. La seguridad del futuro será digital o será marginal. Y en esa ecuación, ningún Estado puede darse el lujo de quedarse atrás.

  • Rising Lion: La operación que dejó a Irán sin escudo y al mundo sin certeza

    Rising Lion: La operación que dejó a Irán sin escudo y al mundo sin certeza

    Desde el 13 de junio de 2025, el mundo observa con preocupación una guerra que ha roto todos los esquemas conocidos. Lo que comenzó como un ataque puntual de Israel contra las instalaciones nucleares de Irán se ha convertido en un conflicto de gran escala que está cambiando por completo el equilibrio militar y político en Medio Oriente. La operación, conocida como Rising Lion o “León que se levanta”, es el nombre que el gobierno israelí dio a su ofensiva militar para atacar objetivos clave dentro del territorio iraní. No es un conflicto más: es una nueva forma de hacer la guerra, que se libra sin soldados cruzando fronteras, pero con aviones, drones, misiles y ciberataques que alcanzan blancos críticos en cuestión de minutos.

    La llamada superioridad aérea que ha conseguido Israel significa que sus aviones ahora pueden volar sobre Irán sin ser detenidos. Lo lograron gracias a una estrategia muy bien planeada: primero eliminaron los radares y misiles que protegían el espacio aéreo iraní, y luego bombardearon bases militares, almacenes de misiles, instalaciones nucleares y centros de mando. Incluso infiltraron drones y comandos dentro del país muchos meses antes, lo que les permitió conocer la ubicación exacta de sus blancos y atacar con precisión. Israel movilizó más de 200 aeronaves el primer día y, hasta ahora, no ha perdido ni una sola según los reportes disponibles. Nunca antes se había visto algo así en una guerra sin ocupación territorial.

    Por su parte, Irán respondió lanzando más de 370 misiles y más de 100 drones de ataque hacia ciudades israelíes como Tel Aviv, Haifa y Rehovot. Aunque la mayoría fueron interceptados por los sistemas defensivos, algunos impactaron zonas urbanas y causaron muertes y destrucción. Las víctimas se cuentan por cientos: más de 224 personas han fallecido en Irán y al menos 24 en Israel. Pero el problema va mucho más allá de estas cifras. La guerra ha llegado también a los laboratorios científicos, las universidades y las refinerías de petróleo. La vida cotidiana, el desarrollo educativo y la economía están siendo golpeados con la misma fuerza que las bases militares.

    Uno de los elementos más afectados por esta operación ha sido el sistema de misiles de Irán. Durante años, su principal estrategia de defensa fue la amenaza de lanzar misiles si era atacado. Esa capacidad se consideraba su escudo. Sin embargo, en solo unos días, Israel destruyó al menos un tercio de los lanzadores de misiles iraníes, golpeó sus fábricas y almacenes, y eliminó a altos mandos militares responsables de coordinar la defensa del país. Entre ellos estaban dos figuras clave del IRGC, que en español se conoce como los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica. Esta organización no es solo un ejército paralelo al regular de Irán; también tiene control sobre misiles, fuerzas especiales y aliados armados en países como Irak, Siria, Líbano y Yemen. Su función va mucho más allá de lo militar: es uno de los pilares del poder político en Irán.

    Con la ofensiva aérea, Israel también destruyó bases subterráneas donde Irán escondía misiles de largo alcance, y atacó puntos estratégicos como Fordow y Natanz, instalaciones donde se desarrollaban componentes sensibles de su programa nuclear. A pesar de estos golpes, Irán todavía conserva algunos recursos, pero su capacidad para responder de manera efectiva ha quedado gravemente debilitada. Su producción de misiles no alcanza los niveles necesarios para reponer las pérdidas y sus principales aliados en la región, como Hezbollah, ya han sido golpeados anteriormente, lo que limita la posibilidad de una respuesta en varios frentes.

    Mientras tanto, Estados Unidos se ha involucrado parcialmente, apoyando a Israel con bombardeos específicos, sistemas de defensa avanzados como THAAD y la presencia de tropas en países del Golfo. Sin embargo, esta participación no está guiada por un plan político claro. Irán ha advertido que podría atacar bases estadounidenses en la región si se siente acorralado, lo que pondría en riesgo a más de 40 mil soldados estadounidenses en países como Qatar, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos. La Casa Blanca, bajo la administración Trump, intenta mantener un equilibrio: apoyar a Israel sin caer en una guerra abierta que tendría consecuencias globales.

    Uno de los aspectos más graves del conflicto es que ha comenzado a dañar sectores clave que no tienen relación directa con lo militar. El Instituto Weizmann en Israel, reconocido a nivel mundial por sus investigaciones científicas, fue alcanzado por un misil. Laboratorios enteros colapsaron, experimentos fueron interrumpidos y el trabajo de años podría perderse. En Irán, universidades como la de Teherán o Sharif suspendieron sus actividades por temor a nuevos ataques, y trasladaron sus clases a internet, a pesar de los cortes de electricidad y problemas de conexión. También han sido dañadas refinerías de petróleo, afectando tanto a Irán como a Israel, y aumentando el riesgo de una crisis energética global.

    Esta guerra no solo está dejando escombros físicos, también está provocando un retroceso educativo, científico y económico que tomará años reconstruir. La fuga de cerebros, la suspensión de investigaciones y el cierre de centros universitarios representan un daño profundo que no se repara con acuerdos militares. En lugar de proteger a sus pueblos, los gobiernos están arrasando las bases sobre las que se construye el futuro: el conocimiento, la salud, la energía y la posibilidad de una vida digna.

    Israel, a pesar de sus logros militares, enfrenta ahora un dilema estratégico: ¿qué hacer con el poder que ha ganado? Hasta ahora no ha explicado cuál es el objetivo político de esta guerra. ¿Busca que Irán abandone su programa nuclear? ¿Quiere un cambio de régimen? ¿Está esperando una negociación? Sin respuestas claras, la operación corre el riesgo de quedarse atrapada en una espiral de violencia sin salida. Ya lo han dicho expertos internacionales: destruir misiles o bases militares no garantiza la paz. Sin una estrategia de salida, el conflicto podría extenderse a otros países y durar más de lo que cualquier gobierno puede sostener.

    La comunidad internacional tiene un papel urgente que jugar. Las grandes potencias deben exigir que se detengan los ataques a la infraestructura civil y que se abra un camino hacia la negociación. De lo contrario, esta guerra dejará no solo ruinas visibles, sino también heridas profundas en los pueblos que la padecen.

    El cielo ha sido conquistado, pero el conflicto permanece sin horizonte. La pregunta ya no es qué tan alto pueden volar los cazas israelíes o cuántos misiles más tiene Irán. La verdadera pregunta es: ¿será posible construir algo valioso cuando el humo se disipe, o solo quedará un cráter más en la historia de Medio Oriente?

  • Computación cuántica en palabras claras. Así va a transformar tu vida

    Computación cuántica en palabras claras. Así va a transformar tu vida

    Durante años, el término “computación cuántica” ha habitado los laboratorios, los congresos científicos y las series de ciencia ficción. Hoy, sin embargo, se ha abierto paso hacia la esfera pública con una promesa tan poderosa como inquietante: cambiará nuestras vidas, aunque no sepamos bien cómo ni cuándo. En esta columna no encontrarás fórmulas ni tecnicismos, sino una mirada clara a un fenómeno que ya impacta la salud, la economía, la seguridad digital y el diseño de políticas públicas. En un contexto internacional que se disputa la soberanía tecnológica, México tiene ante sí una decisión crucial: quedarse mirando o entrar a tiempo a una de las revoluciones más determinantes del siglo XXI.

    Si una computadora clásica es como una fila de interruptores encendidos o apagados, la cuántica se parece más a una red de luces que pueden estar encendidas, apagadas o ambas cosas al mismo tiempo. Eso permite explorar millones de combinaciones a la vez, en lugar de una por una. Es lo que se conoce como “superposición”, y cuando se combina con otras propiedades como el entrelazamiento y la interferencia, surge un nuevo paradigma: uno que no se trata solo de hacer las cosas más rápido, sino de hacer cosas que hoy, sencillamente, son imposibles.

    Desde la perspectiva ciudadana, los beneficios pueden parecer invisibles, pero serán profundos. En medicina, por ejemplo, se podrían simular moléculas para crear fármacos personalizados con menos efectos adversos. En ciudades congestionadas, ayudaría a planificar rutas escolares, redes de transporte y turnos hospitalarios con una eficiencia inédita. Y en nuestras casas, nos permitirá acceder a servicios digitales más inteligentes, seguros y adaptados a nuestras necesidades, sin instalar una computadora cuántica en el escritorio.

    El riesgo, por supuesto, también está presente. Hoy protegemos nuestras cuentas bancarias, historiales médicos y documentos oficiales con sistemas de seguridad digital basados en problemas matemáticos complejos. Pero si una computadora cuántica suficientemente potente cayera en malas manos, podría romper esos sistemas en cuestión de minutos. Es por eso que países como Estados Unidos ya han iniciado la migración hacia algoritmos de “criptografía post-cuántica”, una carrera silenciosa por blindar los datos antes de que sea demasiado tarde.

    Mientras tanto, otras naciones van más allá. China ha construido redes de comunicación cuántica a nivel nacional. Alemania y Canadá invierten en centros de simulación para sus industrias. Y Estados Unidos, además de su músculo empresarial, ha abierto el acceso a procesadores cuánticos en la nube y ha estandarizado normativas de ciberseguridad. El mensaje es claro: esta tecnología no se quedará en los laboratorios. Quien la domine, definirá las reglas del juego económico, militar y diplomático en las próximas décadas.

    En este momento de la historia, se estaría configurando un nuevo mapa de poder global, donde ya no bastaría con tener petróleo, oro o influencia militar: el control del conocimiento cuántico marcaría el rumbo de las decisiones estratégicas. Esta tecnología permitiría definir políticas de defensa, sistemas de comunicación inviolables y modelos económicos con capacidad predictiva sin precedentes. Por esa razón, países como China, Canadá y Alemania no habrían escatimado en inversiones públicas millonarias, alianzas académicas y centros de simulación de vanguardia. Desde nuestra óptica, si México decidiera mantenerse al margen de estas transformaciones, su soberanía digital quedaría subordinada a las decisiones de quienes sí se anticiparon al cambio. Por tanto, participar activamente en esta carrera no sería una cuestión de ambición científica, sino de supervivencia estratégica.

    En este panorama, la pregunta no es si la computación cuántica llegará a nuestras vidas, sino cómo llegará y quién decidirá su uso. La capacidad de simular con precisión nuevos materiales permitirá productos más sostenibles y baratos. Algoritmos cuánticos como el de Grover o el de Shor transformarán la inteligencia artificial, la logística, el aprendizaje automático y el análisis de datos. Incluso tareas cotidianas como detectar fraudes financieros o traducir conversaciones en tiempo real se verán profundamente modificadas.

    Pero no todo es futurismo. En 2024, la Universidad de Oxford demostró que una persona podía acceder a un procesador cuántico remoto sin comprometer su privacidad, gracias a la llamada “computación cuántica ciega”. El Instituto Nacional de Estándares y Tecnología (NIST), por su parte, ya lanzó CURBy, un generador cuántico de números aleatorios certificados. ¿Por qué importa? Porque detrás de un sorteo justo, una elección digital o un contrato seguro, hay números que no deben seguir patrones predecibles. Y solo la física cuántica puede garantizarlo de forma verificable.

    En términos de estrategia nacional, la situación de México es delicada. El país no cuenta aún con una política pública robusta en materia cuántica ni con un marco legal actualizado en criptografía de nueva generación. Mientras tanto, universidades, centros de investigación y jóvenes talentos desarrollan proyectos con presupuestos limitados, sin una hoja de ruta nacional. Las consecuencias de no actuar hoy serían la dependencia tecnológica, la vulnerabilidad digital y la pérdida de competitividad en sectores clave como salud, energía y defensa.

    Sin embargo, también hay señales de esperanza. En los últimos años, instituciones académicas mexicanas han colaborado con redes internacionales de investigación, y existen iniciativas locales de divulgación, formación y emprendimiento tecnológico que podrían multiplicarse si se les dotara de visión política, presupuesto sostenido y marcos regulatorios inteligentes. No se trata de inventar desde cero, sino de coordinar lo existente y construir sobre lo que ya hemos sembrado.

    La computación cuántica no es un lujo futurista. Es una necesidad presente. Como país, deberíamos garantizar que esta revolución tecnológica no sea decidida únicamente por quienes tienen el mayor presupuesto, sino también por quienes tienen el mayor compromiso social. Las decisiones que tomemos ahora definirán si tendremos voz en la gobernanza tecnológica global o si quedaremos relegados a ser consumidores pasivos de herramientas diseñadas por otros países, para resolver sus propios intereses.

    México no parte de cero: tiene talento, instituciones académicas reconocidas y vínculos internacionales. Pero si no se toma acción ahora, el país quedará fuera de las decisiones estratégicas que definirán el siglo XXI. Este es el momento para sembrar capacidades, formar liderazgos y asegurar que la revolución cuántica también hable español, tenga rostro latinoamericano y se rija por principios de inclusión, soberanía y justicia tecnológica.

  • Cuidar el entorno, prevenir la violencia: la educación ambiental como política comunitaria de paz

    Cuidar el entorno, prevenir la violencia: la educación ambiental como política comunitaria de paz

    En un contexto nacional marcado por crisis ambientales, violencia estructural y fragmentación del tejido social, repensar las estrategias de prevención del delito no solo desde el aparato judicial o policiaco, sino desde la base comunitaria y cultural, se vuelve una necesidad urgente. La educación ambiental, entendida como un proceso interdisciplinario, situado y transformador, puede consolidarse como una herramienta poderosa para reconstruir entornos seguros, fortalecer la identidad colectiva, visibilizar la injusticia y prevenir expresiones de violencia. Esa posibilidad se vuelve tangible en el caso de La Conciencia de El Pinacate A.C., una organización que desde 2017 ha articulado arte, ciencia, educación y comunidad en Puerto Peñasco, Sonora, con resultados visibles y replicables.

    Si se reconociera que la crisis ecológica y la violencia son dos caras del mismo problema estructural, se abriría paso a nuevas políticas de seguridad que inviten a mexicanas y mexicanos a participar activamente en el cuidado de su territorio. Cuando se comprende que la educación ambiental no solo transmite conocimientos, sino que también empodera a las personas para transformar su realidad —como sostienen Pierre Sauvé y Enrique Leff, quienes conciben esta pedagogía como una práctica emancipadora, generadora de pensamiento crítico y acción colectiva—, se evidencia que prevenir la violencia desde la raíz exige educar con conciencia territorial.

    Si se analizara con detenimiento el contexto de Puerto Peñasco, se observaría una región afectada por la sobreexplotación pesquera, la urbanización sin planeación y un turismo desbordado que ha fragmentado el tejido comunitario. Frente a ello, La Conciencia de El Pinacate A.C. ha generado acciones como murales colectivos, coloquios ambientales y talleres de creación artística, involucrando a pescadores, docentes, estudiantes, niñas, niños y personas adultas mayores en procesos de recuperación de espacios públicos y de resignificación simbólica del territorio.

    Si se asumiera la educación ambiental como política de paz, se podrían vincular sus principios con el enfoque CPTED (Crime Prevention Through Environmental Design, o prevención del delito mediante el diseño ambiental), el cual propone que un espacio bien diseñado puede disuadir la delincuencia al fomentar vigilancia natural, sentido de pertenencia y apropiación ciudadana. En ese marco, las acciones comunitarias dejan de ser eventos aislados para convertirse en estrategias integrales de prevención social, al transformar los lugares abandonados en espacios de convivencia, arte y memoria colectiva.

    Si se aplicaran metodologías participativas como la investigación-acción, se permitiría establecer un diálogo horizontal entre academia, instituciones y comunidad. Al formar facilitadoras y facilitadores ambientales desde los propios barrios, impulsar huertos escolares, recorridos ecoeducativos en zonas protegidas y actividades artísticas que conectan ciencia y cultura, la educación ambiental se volvería una experiencia liberadora que fortalece la agencia ciudadana, especialmente en las juventudes, a menudo excluidas de los procesos de decisión sobre su entorno.

    Si se comprendiera el arte como una herramienta de denuncia y de esperanza, se podrían transformar las percepciones de inseguridad mediante prácticas estéticas que enraízan valores comunitarios. Un ejemplo de ello es el mural realizado en la calle Galeana, donde flora, fauna, rostros locales y símbolos de resistencia fueron pintados en colectivo. Esta pieza, más que una obra decorativa, actúa como un archivo visual que recupera la memoria social y también como un mecanismo informal de vigilancia, al generar mayor presencia y apropiación del espacio.

    Si se promovieran espacios públicos para la proyección de cine comunitario —como en el caso del documental La Otra Parte, que aborda de forma crítica la expansión del narcotráfico—, se abrirían foros para discutir las causas estructurales de la violencia, romper con el relato de inevitabilidad del crimen y alentar procesos de reflexión colectiva. En esos encuentros, las y los jóvenes dialogan sobre los impactos ambientales del crimen organizado, sobre las ausencias en sus comunidades y sobre la urgencia de imaginar futuros donde el cuidado prevalezca sobre la explotación.

    Si se incluyeran ferias de ciencia, jornadas ambientales y exposiciones de arte en el calendario cívico, se convertirían calles antes percibidas como inseguras en aulas abiertas de intercambio intercultural. La evidencia recopilada en estos eventos demuestra que la llamada “vigilancia afectiva”, basada en la presencia activa de la comunidad, tiene un impacto positivo comparable al de los dispositivos tecnológicos o coercitivos, pero con el valor añadido de fortalecer el tejido social.

    Si los gobiernos locales, alineados con los principios de la Cuarta Transformación —austeridad republicana, justicia social y participación ciudadana—, decidieran institucionalizar estas prácticas, podrían consolidarse programas públicos de prevención del delito con perspectiva ambiental. Para ello, sería necesario establecer fondos específicos que apoyen a organizaciones territoriales, promover la recuperación de espacios públicos y formar consejos comunitarios de cultura de paz, con representación real de quienes habitan y conocen el territorio.

    Si el sistema educativo integrara de forma transversal los contenidos de justicia ambiental, cultura de paz y prevención del delito, se formarían generaciones con mayor sentido de arraigo, empatía y corresponsabilidad. Las y los docentes actuarían como mediadores comunitarios, promoviendo proyectos escolares conectados con las problemáticas locales. Así, los impactos no se limitarían a los aprendizajes escolares, sino que se medirían también en términos de percepción de seguridad, apropiación del espacio y capacidad organizativa de las comunidades.

    Construir paz desde el entorno no es una utopía, es una tarea política, educativa y ecológica que ya está en marcha, con resultados visibles; el desafío ahora es replicarla, protegerla y reconocerla como parte de una política pública democrática y corresponsable, que escuche a la comunidad, cuide el territorio y prevenga la violencia desde su raíz.