Categoría: Aldo San Pedro

  • El Nobel que hizo visible lo invisible: la física cuántica a escala humana

    El Nobel que hizo visible lo invisible: la física cuántica a escala humana

    El Premio Nobel de Física 2025 marcó un punto de no retorno: por primera vez se demostró que los fenómenos cuánticos pueden diseñarse, controlarse y observarse a escala macroscópica. Los experimentos de John Clarke, Michel Devoret y John Martinis transformaron un circuito eléctrico en un “átomo artificial” capaz de mostrar cómo la energía se cuantiza y cómo las partículas atraviesan barreras imposibles según la física clásica. Lo que durante un siglo fue teoría se volvió experiencia tangible: la mecánica cuántica en acción.

    La hazaña detrás del Nobel consistió en ver lo invisible. En los laboratorios de Berkeley los laureados enfriaron un circuito superconductor hasta el límite del cero absoluto y observaron que la corriente eléctrica no fluía de manera continua, sino en saltos discretos de energía. Luego, comprobaron que ese mismo sistema podía “tunelizar” (atravesar una barrera de energía sin la fuerza necesaria), confirmando que las reglas que rigen el mundo subatómico pueden manifestarse en objetos visibles y reproducibles.

    De la teoría a la práctica, la cuántica entró a escala humana. Aquellas ecuaciones abstractas se convirtieron en ingeniería: sensores capaces de medir campos magnéticos mil veces más débiles que los actuales, computadoras cuánticas que resuelven en segundos lo que hoy tomaría siglos y redes de comunicación imposibles de espiar. Reuters lo sintetizó con precisión: los científicos “revelaron la física cuántica en acción”. Y esa acción redefine la relación entre conocimiento y poder.

    La revolución que anticipamos ya está en marcha. La Real Academia Sueca subrayó que los circuitos superconductores son hoy la base de los qubits que impulsan la computación cuántica. Estados Unidos, Europa y China los convierten en activos estratégicos, conscientes de que dominar la coherencia cuántica equivale a controlar la próxima infraestructura del siglo XXI: una red global de información, energía y materia gobernada por leyes de precisión atómica.

    Pero esta revolución no será solo científica. También es política. La capacidad de un país para generar y proteger conocimiento cuántico definirá su soberanía digital, su seguridad y su competitividad económica. Los descubrimientos reconocidos en 2025 demuestran que la ciencia no progresa por azar, sino por continuidad institucional, cooperación y visión de Estado. Los países que entendieron eso ya construyen su propio andamiaje del futuro.

    México posee talento, universidades y vínculos internacionales, pero necesita un rumbo. La década cuántica exige pasar de la vocación científica a la estrategia nacional: formar especialistas, invertir en laboratorios, legislar sobre criptografía post-cuántica y coordinar esfuerzos entre educación, industria y gobierno. La pregunta no es si la física cuántica llegará, sino si estaremos listos para usarla a favor del bienestar colectivo.

    El Nobel de Física 2025 no solo reconoció un hallazgo, sino el inicio de una era en que lo invisible se volvió tangible. La humanidad demostró que puede diseñar y controlar los secretos más profundos del universo, y con ello la física cuántica dejó de ser teoría para convertirse en motor de progreso. Si México asumiera este llamado con visión de Estado (invirtiendo en educación, innovación y soberanía científica) podría ser parte activa de la revolución que redefine la frontera entre lo posible y lo humano. Porque el futuro, desde hoy, se construye con la precisión de la cuántica y la voluntad de ver lo invisible.

  • Carlos Manzo: Del duelo al deber

    Carlos Manzo: Del duelo al deber

    El asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo Rodríguez, durante el Festival de Velas del Día de Muertos, no fue solo un crimen: fue una afrenta directa al país entero. Lo mataron frente a su familia, mientras sostenía a su hijo y saludaba a su gente. En ese instante, el miedo quiso volver a ocupar el espacio público, pero Michoacán, otra vez, se negó a arrodillarse.

    Carlos Manzo no gobernaba desde el escritorio. Caminaba, escuchaba, pedía apoyo y, sobre todo, se mantenía visible. Era un alcalde que sabía el riesgo que implicaba no esconderse. Lo había advertido semanas antes: “No quiero ser uno más de los ejecutados”. Aun así, no se fue. Creía que los municipios no se defienden con discursos, sino con presencia. Por eso, su muerte duele doble: porque arrebató la vida de una autoridad electa y porque exhibe la fragilidad de quienes enfrentan al crimen en los niveles más cercanos a la ciudadanía.

    El ataque que le quitó la vida fue un golpe no solo contra un gobierno local, sino contra la posibilidad de convivencia pacífica. Frente a esa violencia, la unión entre la ciudadanía y el Estado debe ser la respuesta. No se trata de esperar a que alguien más resuelva el problema, sino de asumir que el crimen organizado no se derrota con miedo ni con indiferencia, sino con coordinación, confianza y corresponsabilidad. La seguridad no empieza en los despachos, sino en las calles donde la gente decide no rendirse.

    Esa noche, la reacción institucional fue inmediata. Dos agresores fueron detenidos y uno abatido. Desde el Gobierno Federall, Omar García Harfuch encabezó las acciones junto al gabinete de seguridad. No hubo demora ni silencio. Y aunque nada devuelve la vida de Manzo, la respuesta oportuna envió un mensaje claro: la impunidad no puede seguir siendo costumbre. La ciudadanía no pide milagros, pide eficacia; no quiere promesas, exige resultados.

    En su breve gestión, Manzo impulsó acciones concretas: calles iluminadas, espacios recuperados, mercados rehabilitados y mayor presencia policial. Su sombrero, al que su esposa Grecia Quiroz llamó símbolo de esperanza y dignidad, se convirtió en emblema de un pueblo que no se resigna. Cuando ella dijo “su sombrero no cayó”, resumió el mensaje que México necesita: la dignidad no se mata a balazos.

    Hoy, la lección es clara. El crimen organizado no solo asesina personas: busca quebrar la idea misma de comunidad. Pero cada vez que una autoridad cae por servir, el Estado tiene la obligación moral y política de responder con hechos. Harfuch enfrenta esa prueba en Michoacán, no como reto personal, sino como responsabilidad de gobierno: demostrar que la estrategia de seguridad puede resistir la presión del miedo y que la ley, cuando actúa, aún tiene autoridad.

    La historia de Carlos Manzo no termina con su muerte, sino con el eco que deja en la conciencia de un país que busca reconciliar la valentía con la esperanza.

    Su caída, en pleno desfile del Día de Muertos, no simboliza derrota, sino la evidencia de que todavía existen servidoras y servidores públicos dispuestos a enfrentar el miedo para proteger a su gente. Hoy, el deber del Estado es convertir su ejemplo en acción, su ausencia en aprendizaje y su memoria en política pública. Si la respuesta institucional logra transformar el dolor en resultados, entonces Uruapan no será recordada como la ciudad donde cayó un alcalde, sino como el lugar donde México decidió no volver a rendirse.

  • Incel, la palabra que los padres deberían conocer antes de que sea tarde

    Incel, la palabra que los padres deberían conocer antes de que sea tarde

    Vivimos en una época en la que los jóvenes se comunican más que nunca, pero se escuchan menos que antes. Entre pantallas, algoritmos y foros anónimos, la soledad se ha convertido en una enfermedad silenciosa que ya no se combate con compañía, sino con conexión. En ese vacío digital ha surgido una palabra que parece ajena, pero que describe a miles de jóvenes en México y el mundo: incel, abreviatura de involuntary celibate o “célibe involuntario”. Lo que comenzó como un foro de apoyo emocional se transformó en una subcultura donde la frustración se vuelve identidad y la tristeza, bandera. Entenderlo no es un acto de miedo, sino de prevención.

    El término nació en 1997, creado por una joven canadiense que buscaba un espacio seguro para quienes se sentían rechazados o sin pareja. Sin embargo, con el tiempo, los foros abiertos en plataformas como Reddit o 4chan fueron apropiados por hombres jóvenes que encontraron en el anonimato un refugio ante la vergüenza, pero también una caja de resonancia para el enojo. La evolución fue clara: del acompañamiento al resentimiento. Las investigaciones de Current Psychiatry Reports y de la UNAM señalan que esta mutación coincide con el aumento de la depresión y la ansiedad entre varones jóvenes. La falta de educación emocional y de referentes masculinos positivos permitió que el dolor se convirtiera en ideología.

    En México, el fenómeno salió del anonimato tras casos trágicos como el ocurrido en el CCH Sur de la UNAM, donde un estudiante de 19 años asesinó a un compañero de 16. Las investigaciones periodísticas de El País y los estudios universitarios sobre el “fenómeno incel” coinciden en algo inquietante: el discurso del odio no nace de la maldad, sino del abandono. Muchos de estos jóvenes no odian a las mujeres; se odian a sí mismos por sentirse invisibles. Cuando la frustración no encuentra escucha, se convierte en comunidad; cuando la comunidad se valida en la tristeza, la tristeza se vuelve doctrina.

    Las plataformas digitales han sido el terreno fértil para esa transformación. Los algoritmos no juzgan: solo amplifican. Un video sobre consejos amorosos puede llevar, en cuestión de clics, a discursos misóginos o fatalistas. La black pill —la “píldora negra”— representa esa rendición simbólica ante el fracaso, la idea de que nada puede cambiar porque “el mundo está hecho para otros”. Ese determinismo emocional tiene efectos devastadores: el joven deja de intentar, y la sociedad deja de buscarlo. Por eso, la UNAM advierte que el fenómeno incel debe tratarse como un problema de salud pública, no de criminalidad.

    Hablar con los hijos sobre esto no es invadir su intimidad digital, sino acompañar su vida emocional. Los expertos coinciden en que el antídoto no está en la censura ni en la vigilancia, sino en la conversación. Preguntar qué sienten, qué ven y qué los motiva a pasar horas conectados es más útil que prohibirles un teléfono. La familia sigue siendo la primera red social, y su algoritmo es la empatía. Si los jóvenes encontraran en casa la validación que buscan en foros anónimos, muchos jamás llegarían a identificarse como incels.

  • Google y ChatGPT nunca olvidan: el desafío humano de desaparecer en la era digital

    Google y ChatGPT nunca olvidan: el desafío humano de desaparecer en la era digital

    Vivimos una era donde el pasado no se borra, sino que se archiva. Cada fotografía, comentario o búsqueda permanece en una nube que no se disipa. La memoria digital ha dejado de ser un registro voluntario para convertirse en un espejo perpetuo. Lo que alguna vez se desvanecía con el tiempo hoy se conserva con precisión algorítmica. Google fija los recuerdos y ChatGPT los interpreta, creando un universo donde las personas ya no controlan qué se recuerda ni cuándo se olvida. En este entorno, el derecho al olvido digital se erige como una defensa de la dignidad humana frente al poder de las máquinas.

    El mundo vive bajo un archivo infinito. Según estimaciones del MIT y del German Law Journal, más del noventa por ciento de los datos generados en la historia se produjeron en los últimos cinco años, y el ochenta por ciento de ellos está en manos privadas. Esa acumulación no sólo representa un avance técnico, sino un nuevo tipo de dependencia. La información personal —antiguamente un residuo íntimo— se ha transformado en materia prima para la economía de la atención. La memoria digital se ha vuelto un activo económico: cada búsqueda, conversación o reacción es monetizada, perfilada y revivida en los servidores de las grandes tecnológicas.

    Europa fue la primera en reconocer que esa acumulación sin límites amenazaba la libertad. El 13 de mayo de 2014, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea falló a favor de Mario Costeja González, sentando el precedente del “derecho al olvido”. El fallo, incorporado al Artículo 17 del Reglamento General de Protección de Datos, permitió solicitar la eliminación de datos personales inadecuados o irrelevantes. Desde entonces, el continente ha demostrado que la memoria también puede tener controles democráticos. España dio un paso más con la Ley Orgánica 3/2018, que incluyó la posibilidad de ejercer ese derecho incluso después de la muerte, inaugurando la noción del “testamento digital”.

    El desafío es técnico, pero sobre todo político. En un mundo donde los algoritmos deciden qué recordar, México necesita un sistema que permita también olvidar. La dependencia tecnológica exterior —más del noventa y cinco por ciento del tráfico digital se procesa fuera del país— obliga a construir mecanismos de cooperación internacional y a definir reglas claras para la supresión de datos. Convertir el derecho al olvido en un derecho humano efectivo implicaría pasar de la simple cancelación administrativa a la protección de la identidad como valor superior.

    El avance de la inteligencia artificial ha agudizado el problema. Los modelos de lenguaje como ChatGPT aprenden de millones de conversaciones y, aunque puedan eliminar datos específicos, conservan patrones y asociaciones. Según el informe Right to be Forgotten in the Era of Large Language Models (CSIRO, 2024), la IA no olvida del todo: puede borrar un registro, pero no desaprender su huella. Este fenómeno plantea un dilema jurídico inédito. ¿Cómo se ejerce el derecho al olvido en sistemas que no pueden olvidar? Las soluciones emergentes —desde el “machine unlearning” hasta la privacidad diferencial— aún están lejos de garantizar el derecho a desaparecer de los algoritmos.

    Detrás del debate técnico hay un dilema ético profundo. Olvidar ya no es una consecuencia del tiempo, sino un acto de voluntad que requiere infraestructura. El estudio Could You Ever Forget Me? (Springer, 2022) mostró que tres de cada cuatro personas experimentan ansiedad al saber que su información persiste en línea incluso después de eliminarla. El olvido se ha vuelto un privilegio. En esta paradoja, las máquinas conservan lo que las personas querrían dejar ir, y lo que la humanidad siempre consideró natural —la posibilidad de cerrar capítulo— se ha vuelto un trámite incierto.

  • Política industrial en el siglo XXI: leer para entender el examen del T-MEC 2026

    Política industrial en el siglo XXI: leer para entender el examen del T-MEC 2026

    En la antesala de 2026, se observa en México un reloj económico que avanza sin pausa: la revisión del T-MEC. El tratado, que moviliza más del 86% de nuestras exportaciones y define la estabilidad de millones de empleos, será evaluado no por diplomacia, sino por resultados. Las advertencias de Washington son claras: no habrá negociación ni prórroga si el país no acredita cumplimiento verificable en energía, competencia, telecomunicaciones y biotecnología. La revisión se convertirá así en un examen de gobernanza industrial, donde se medirá la coherencia entre lo que producimos y lo que decimos ser.

    A diferencia de las negociaciones del viejo TLCAN, el reto actual no se limita a abrir mercados, sino a demostrar que México ha construido capacidades propias. El libro Política industrial en el siglo XXI, publicado por la UNAM, ofrece la brújula para entender este momento. Su lectura describe un país profundamente integrado al comercio internacional, pero débilmente articulado en su desarrollo interno. Las mexicanas y los mexicanos participan en cadenas globales, aunque con bajo control sobre su valor agregado y con un modelo productivo que depende más de la geografía que de la innovación. El texto advierte que, si no se corrige esa fragmentación, la revisión de 2026 podría convertir nuestras carencias en concesiones.

    Desde la mirada de sus autores, la política industrial no debería ser un conjunto de incentivos dispersos, sino un sistema de coordinación entre Estado, academia y sector productivo. Una política que diagnostique, mida y corrija. La obra revela tres debilidades persistentes: la desconexión entre innovación y política pública, la dependencia tecnológica externa y la ausencia de instituciones que integren desarrollo industrial con transición energética. Estas fallas, visibles en la baja inversión en investigación —apenas 0.3% del PIB— y en la concentración regional de la industria, explican por qué el país llega a la revisión con avances macroeconómicos, pero sin una base tecnológica sólida.

    Cumplir con el tratado será indispensable, pero insuficiente. El verdadero dilema de México es decidir si la revisión servirá solo para conservar el acceso al mercado o para construir un nuevo modelo de desarrollo. Cumplir garantiza estabilidad; construir ofrece soberanía. De acuerdo con el análisis Cumplir para competir, la presión de Estados Unidos responde a su propio fortalecimiento interno: una política industrial robusta, una transición energética avanzada y una economía digital en expansión. Frente a ello, México tendría que acreditar que su política no se basa únicamente en ventajas de costo, sino en innovación con propósito.

    La presidenta Claudia Sheinbaum ha optado por una ruta de prudencia y coordinación institucional. Su administración atraviesa consultas públicas que buscan transformar el cumplimiento en oportunidad, fortaleciendo el vínculo entre productividad, innovación y soberanía. Este enfoque técnico y estratégico es coherente con la visión que propone Política industrial en el siglo XXI. Si el país logra convertir el conocimiento en política pública, podrá negociar desde la evidencia y no desde la debilidad.

  • Es tiempo de mujeres: Capítulo ONU

    Es tiempo de mujeres: Capítulo ONU

    En el histórico marco de la 80ª Asamblea General de las Naciones Unidas, la diplomacia global dejó de ser un ejercicio de discursos para transformarse en un espejo de urgencias. Entre el reconocimiento acelerado de Palestina, la fragmentación del orden internacional y la presión por renovar el liderazgo en 2026, una idea se impuso con fuerza moral y política: es tiempo de mujeres. Por primera vez en ocho décadas, el consenso tácito dentro y fuera del pleno apunta a que el próximo capítulo de la ONU debe escribirse con una mujer al frente, como símbolo de revitalización, equilibrio y legitimidad institucional.

    El “momento ONU” fue una paradoja: un organismo al borde del descrédito, pero aún indispensable. En una semana que combinó tensiones políticas, discursos encendidos y gestos simbólicos, el Secretario General António Guterres pidió elegir entre cooperación o caos, advirtiendo que la gobernanza global no puede seguir siendo rehén de la ley del más fuerte. Las ausencias, las protestas y hasta las anécdotas callejeras —como la del presidente Emmanuel Macron detenido momentáneamente por la policía de Nueva York— mostraron que el multilateralismo ya no se juega sólo en los salones de debate, sino también en la percepción pública. La ciudadanía global observa, exige y califica. Y el mensaje fue claro: la ONU debe renovarse o arriesgarse a la irrelevancia.

    La cuestión palestina se convirtió en el núcleo ético de la Asamblea. Francia encabezó una ola de reconocimientos acompañada por países europeos y latinoamericanos, en una reacción que combinó hartazgo y esperanza. Andorra, Australia, Canadá, Luxemburgo, Malta, Mónaco, Portugal y el Reino Unido se sumaron al reconocimiento de Palestina, llevando a 157 el número de países que respaldan su estatalidad. El gesto trascendió lo simbólico: trasladó la diplomacia del Consejo de Seguridad —donde el veto estadounidense bloquea toda iniciativa— al terreno moral de la Asamblea General, donde la legitimidad política comienza a desafiar la parálisis institucional. Cada voto fue una declaración de autonomía frente al miedo, y cada discurso una denuncia contra un sistema que otorga privilegios a los poderosos mientras posterga la justicia de los débiles.

    La escena reflejó un cambio profundo. Por primera vez en décadas, Europa y América Latina coincidieron en un frente común para exigir que las palabras se transformen en acción: reconstrucción de Gaza, protección civil y rendición de cuentas internacional. Detrás de esa convergencia se reveló algo más: el agotamiento del modelo multilateral subordinado a los vetos. El reconocimiento de Palestina no fue un acto de romanticismo, sino un desafío práctico al statu quo. En él se condensó la pregunta que recorre los pasillos de Naciones Unidas: ¿de qué sirve una institución global que no puede garantizar la igualdad soberana de sus propios miembros?

    Esa pregunta conecta con otro debate de fondo: la revitalización de la Asamblea General, impulsada desde la Resolución 69/321. A diez años de su adopción, los Estados miembros coincidieron en que ha llegado el momento de hacerla cumplir. La ONU no puede seguir siendo un archivo de buenas intenciones. La resolución plantea mecanismos de transparencia en la elección del Secretario General, rendición de cuentas y fortalecimiento de la presidencia rotativa. Pero en esta edición, las discusiones fueron más allá del procedimiento: se habló de un cambio de cultura, de liderazgo, de una nueva manera de ejercer la autoridad moral. Por eso, el llamado a que la próxima Secretaría General sea encabezada por una mujer no es una concesión simbólica, sino una exigencia estructural.

  • ¿Alienígena? No tan rápido: qué dicen hoy los datos de 3I/ATLAS

    ¿Alienígena? No tan rápido: qué dicen hoy los datos de 3I/ATLAS

    En estos días en que la política nacional se debate entre la urgencia de resolver lo inmediato y la necesidad de mirar más allá del sexenio, convendría detenernos en una historia que nos llega desde las estrellas y que, paradójicamente, nos habla de realismo. La aparición de 3I/ATLAS, un objeto que viene de otra estrella, desató titulares que iban de lo fascinante a lo fantasioso: ¿podría ser tecnología extraterrestre? Sin embargo, lo que hoy dicen los datos es más sobrio y al mismo tiempo más revelador. “Un forastero que se parece a los de casa”, así podría resumirse la primicia. Porque, aunque su origen sea interestelar, las observaciones confirman que se comporta como un cometa “normal”: tiene agua, produce polvo y refleja la luz solar con un espectro rojo sin líneas. Lo extraordinario de su procedencia convive con la normalidad de sus rasgos, y ese equilibrio debería ser una lección para mexicanas y mexicanos sobre cómo distinguir entre lo espectacular y lo comprobable.

    A diferencia de ʻOumuamua, cuya trayectoria levantó sospechas por su falta de cola visible, o de Borisov, que mostró actividad cometaria convencional, 3I/ATLAS combina rareza y familiaridad. Es un visitante fugaz, pero con huellas muy similares a las de los cometas de nuestro propio vecindario. Su núcleo libera vapor de agua, expulsa partículas y genera un fenómeno curioso: una anti-cola, que vista desde la Tierra parece apuntar hacia el Sol. Este detalle podría prestarse a lecturas misteriosas, pero la explicación es geométrica y física: las partículas, al alinearse con nuestra perspectiva, crean la ilusión de lo insólito cuando en realidad siguen patrones ya entendidos. Aquí la ciencia confirma que los asombros se explican con paciencia, no con atajos.

    El seguimiento de su órbita ha sido otra prueba de rigor. Los cálculos descartan aceleraciones no gravitacionales, como aquellas que alimentaron teorías sobre ʻOumuamua. En el caso de 3I/ATLAS, la trayectoria responde a la gravedad de manera precisa, lo que implica que su núcleo es masivo y estable. Las estimaciones sugieren un diámetro de varios kilómetros, suficiente para sostener la actividad cometaria sin alterar de forma drástica su movimiento. Además, su origen puede rastrearse al disco delgado de nuestra galaxia, donde nacen sistemas planetarios jóvenes. Es decir, lo que tenemos enfrente no es un artefacto oculto ni un emisario tecnológico, sino un fragmento natural de otros mundos expulsado hacia nuestro cielo.

    Con todo, no sorprende que surgieran hipótesis extraordinarias. Algunas voces conectaron su paso con la famosa señal de radio “Wow!” o incluso con la posibilidad de inteligencia alienígena. Estas ideas generaron interés mediático y movilizaron recursos, pero al contrastarlas con la evidencia quedan reducidas a especulaciones sin respaldo. Eso no las hace inútiles: cumplen la función de despertar curiosidad, de recordarnos que debemos estar preparados para lo inesperado y de invitar a la ciudadanía a participar en el debate científico. Sin embargo, lo que construye certezas no son las conjeturas, sino los datos que se repiten y los límites que se calculan con disciplina.

  • Seguridad en definición: Avances que requieren trascender el sexenio

    Seguridad en definición: Avances que requieren trascender el sexenio

    México se encuentra en un punto de inflexión en materia de seguridad. Durante años, la narrativa estuvo dominada por cifras crecientes de violencia y una percepción ciudadana que parecía condenada a la desconfianza. Hoy, sin embargo, las encuestas de victimización y los reportes oficiales dibujan un escenario distinto: delitos de alto impacto como el homicidio doloso muestran señales de contención, el feminicidio se estabiliza y el secuestro deja de crecer con la fuerza que antes lo caracterizaba. En paralelo, mexicanas y mexicanos reconocen mejoras en lo más cercano a su vida diaria: calles mejor iluminadas, patrullajes más frecuentes y parques o canchas que vuelven a ser espacios de encuentro. Estos avances, aunque frágiles, confirman que la estrategia actual ha logrado mover la aguja y colocarnos en una coyuntura decisiva.

    Los datos de los últimos dos años muestran que la prevalencia delictiva alcanzó uno de sus niveles más bajos en una década, con poco más de 24 mil víctimas por cada 100 mil habitantes. La incidencia, que mide la cantidad total de delitos, se mantiene estable, en contraste con los picos que solían desbordar cualquier intento de control. Más aún, el promedio diario de homicidios descendió más de 30% en 2025 respecto al año previo, logrando el agosto menos violento en este rubro desde 2015. Son hechos que no pueden explicarse solo como coyunturas, sino como resultado de una estrategia que empieza a rendir frutos.

    No obstante, la seguridad no se define únicamente por los números de carpetas abiertas o las estadísticas nacionales. Se construye, sobre todo, en la vida cotidiana. La ciudadanía percibe con claridad cuando hay más vigilancia en su colonia, cuando el alumbrado funciona o cuando se recupera un espacio que antes estaba abandonado. Estos elementos, aparentemente simples, generan confianza y devuelven un sentido de pertenencia. La seguridad se vuelve real cuando la gente puede caminar de noche sin el mismo temor de antes, cuando las familias usan de nuevo los parques o cuando el patrullaje cercano manda la señal de que el Estado acompaña.

    El gran reto, sin embargo, sigue siendo la cifra negra. Más del 90% de los delitos cometidos en el país no se denuncian o no se investigan. Esta omisión erosiona la confianza ciudadana y limita la capacidad institucional para responder de manera efectiva. Denunciar sigue percibiéndose como una pérdida de tiempo, con trámites largos, resultados inciertos y un retorno casi nulo para la víctima. La consecuencia es evidente: mientras la mayoría de los delitos quede en la sombra, la percepción de inseguridad difícilmente cambiará, por más que algunos indicadores muestren mejoría. La cifra negra es, por tanto, no solo un problema estadístico, sino un desafío político y social que requiere atención prioritaria.

  • Alicia y Canelo: dos espejos de lo que somos como país

    Alicia y Canelo: dos espejos de lo que somos como país

    Entre la tragedia que nos recuerda la fragilidad de la vida y la derrota que exhibe la vulnerabilidad del triunfo, México vuelve a demostrar que necesita heroínas y héroes, villanas y villanos para reconocerse a sí mismo. Alicia, que entregó su vida para salvar a su nieta, y Canelo, que perdió los cinturones que lo sostuvieron como campeón, nos colocan frente al espejo de lo que somos: un país que busca esperanza en los sacrificios anónimos y que mide sus frustraciones en las figuras que caen. La verdadera pregunta no es quién gana o pierde, sino cómo convertimos esas historias en la brújula de una sociedad que necesita menos división y más sentido de comunidad.

    En nuestra narrativa nacional siempre se ha construido un guion que oscila entre quienes encarnan el heroísmo y quienes cargan con la etiqueta de la derrota. Es un reflejo de nuestra forma de interpretar la vida pública: nos identificamos con personajes que nos permiten comprender un presente lleno de incertidumbre. Lo ocurrido con Alicia Matías y con Saúl “Canelo” Álvarez no son hechos aislados; son relatos que, puestos lado a lado, exponen la tensión entre lo que aspiramos a ser y lo que tememos perder.

    Alicia Matías se convirtió en heroína al abrazar a su nieta en medio del fuego y las explosiones en Iztapalapa. No fue una figura pública, no buscó reconocimiento, ni imaginó que su nombre terminaría inscrito en los periódicos del país. Su acción fue instintiva, un reflejo del amor que trasciende la lógica y que se convierte en ejemplo para mexicanas y mexicanos que, frente a la adversidad, suelen encontrar en la solidaridad el recurso más inmediato. Alicia representa la grandeza de lo ordinario, la posibilidad de que el sacrificio personal se transforme en símbolo colectivo.

    En contraste, Canelo Álvarez representa otra cara de nuestra identidad social. Durante años fue exaltado como ejemplo de disciplina, orgullo nacional y superación personal. Pero en el momento de su derrota frente a Terence Crawford, las voces que antes aplaudían se tornaron críticas, incluso burlonas. Su caída nos recordó que México tiende a exigir a sus ídolos perfección imposible, como si de ellos dependiera la medida de nuestra autoestima nacional. El triunfo de ayer se convierte en la decepción de hoy, y lo que queda en el fondo es la dificultad de reconocer que la vulnerabilidad también forma parte de la grandeza.

    Estas dos historias nos revelan que seguimos buscando en figuras concretas —una abuela en un barrio popular y un boxeador en la cima del espectáculo deportivo— las claves para entendernos como nación. Necesitamos heroínas y héroes que nos devuelvan esperanza y villanas y villanos a quienes atribuir culpas. Pero esa mirada simplificada impide ver que las lecciones más profundas están en cómo respondemos, colectivamente, a esos acontecimientos. Alicia inspira a construir redes de apoyo, Canelo debería inspirar a comprender que la derrota no disminuye la valía de una persona ni de un país.

  • Cuando el primer empleo también se automatiza: la trampa laboral de la inteligencia artificial

    Cuando el primer empleo también se automatiza: la trampa laboral de la inteligencia artificial

    El futuro ya no se anuncia con despidos masivos ni con huelgas a las puertas de las fábricas. Se presenta de manera silenciosa, en los rincones menos visibles del mercado laboral, justo donde las y los jóvenes deberían dar su primer paso. La inteligencia artificial generativa, con su capacidad de redactar, programar, atender clientes y producir reportes en segundos, está ocupando el espacio que tradicionalmente pertenecía al primer empleo. Y lo hace sin ruido, sin resistencia, sin estadísticas que lo documenten. El problema ya no es imaginar qué trabajos se perderán en veinte años, sino reconocer que el reemplazo comenzó hace tiempo y ocurre en la etapa más frágil: la entrada al mundo laboral.

    El estudio de Stanford publicado en agosto de 2025 marca un parteaguas. Basado en millones de registros de nómina procesados con rigor metodológico, confirma que entre 2016 y 2023 hubo una caída del 13% en la contratación de personas de 22 a 25 años en sectores expuestos a la IA generativa. No se trata de ciencia ficción ni de modelos teóricos: es un dato duro que desnuda la paradoja de nuestra era. Mientras las cifras agregadas de empleo en Estados Unidos siguen creciendo, hay un agujero invisible en el inicio de las trayectorias. Ese vacío es estructural, porque lo que no se contrata no se despide, y lo que no se mide no se atiende.

    Este fenómeno obliga a replantear los supuestos tradicionales de la política laboral. Durante décadas se repitió que las y los jóvenes no encontraban empleo porque les faltaba experiencia. Los gobiernos diseñaron programas de prácticas, becas y esquemas de vinculación productiva bajo esa premisa. Hoy sabemos que no es falta de experiencia, es exceso de automatización. Las tareas de entrada —programación básica, soporte administrativo, creación de contenido inicial, atención al cliente digital— ya no requieren a un recién egresado: las hace un algoritmo más rápido, más barato y sin prestaciones. En ese sentido, el problema no es el talento juvenil, sino la lógica de mercado que lo vuelve prescindible.

    En México, el rezago institucional agrava la situación. Las encuestas oficiales, como la ENOE, no clasifican ocupaciones por grado de exposición tecnológica. La política laboral actúa con indicadores ciegos, incapaces de detectar exclusiones focalizadas. Los programas de apoyo al primer empleo, construidos con paradigmas del siglo pasado, siguen pensando que el desafío es la “transición escuela-trabajo”. Pero el obstáculo real es que ese tránsito ya no existe en ciertas áreas: la puerta de entrada fue cerrada por sistemas que sustituyen la rampa de aprendizaje con simulaciones automáticas. Si no se reconoce a tiempo, lo que está en riesgo no es una generación de egresados, sino la continuidad del pacto social que vinculaba educación con movilidad.

    El sistema educativo se encuentra atrapado en esta contradicción. Miles de mexicanas y mexicanos que estudiaron con esfuerzo descubren que lo aprendido en las aulas ya fue imitado por máquinas. La universidad, diseñada como garante de empleabilidad, produce títulos que pierden valor en el mercado digital. Se enseña lo que la IA ya sabe hacer, mientras las habilidades no automatizables —pensamiento crítico, negociación, liderazgo en contextos ambiguos— siguen relegadas a programas de élite. Así, en lugar de corregir desigualdades, la educación corre el riesgo de reproducirlas: quienes egresan de instituciones con planes tradicionales cargan con competencias codificables, mientras una minoría privilegiada accede a saberes que aún no puede replicar un algoritmo.

    La injusticia generacional se instala como un hecho consumado. Las y los jóvenes no cuentan con sindicatos que defiendan su derecho al primer empleo, ni con marcos normativos que reconozcan el fenómeno como una forma de exclusión estructural. La IA generativa produce un reemplazo sin conflicto, sin huelgas, sin titulares en la prensa. Simplemente, las vacantes no se abren. El canario en la mina ya no canta, pero tampoco se percibe su silencio. Y si las instituciones no reaccionan, lo que se perderá no es un salario inicial, sino la posibilidad de construir ciudadanía plena a partir de la autonomía económica.

    No se trata de demonizar la tecnología. La inteligencia artificial puede ser aliada en múltiples campos: investigación, innovación, eficiencia administrativa. El dilema está en cómo regular y acompañar su impacto para que no erosione la cohesión social. Las empresas que sustituyen personal joven por sistemas automatizados hoy no enfrentan obligaciones de reporte ni contribuyen a fondos de compensación. El costo social de la automatización temprana lo absorben las familias y el Estado, mientras los beneficios de productividad se concentran en los balances privados. Esta asimetría exige un rediseño de políticas fiscales, industriales y educativas que revaloricen la función estratégica del primer empleo.

    El riesgo de no actuar es repetir errores históricos. La mecanización agrícola dejó comunidades enteras sin alternativas productivas; la robotización automotriz excluyó a miles de obreros sin políticas de reconversión; la digitalización bancaria marginó a quienes no tuvieron acceso a nuevas competencias. En cada caso, la falta de reacción oportuna amplificó desigualdades. Hoy, con la inteligencia artificial, el desafío es aún más profundo: no es el reemplazo de tareas consolidadas, sino la eliminación de trayectorias antes de comenzar. No hablamos de reconversión laboral, sino de una omisión que convierte la meritocracia en promesa rota.

    La inteligencia artificial no está reemplazando el trabajo como lo imaginamos: está impidiendo que comience. El primer empleo —ese peldaño inicial hacia la autonomía, la experiencia y la vida adulta— está siendo absorbido silenciosamente por algoritmos que imitan, con precisión creciente, las tareas para las que los jóvenes se preparan. No es falta de talento, es exceso de automatización. Y mientras las políticas públicas miran hacia otro lado, se instala una exclusión estructural sin protesta visible, sin sindicato que la denuncie y sin estadísticas que la documenten. Proteger el primer empleo ya no es un acto simbólico, es una decisión estratégica para que el futuro no llegue dejando atrás a quienes más lo necesitan.