Para Daniel Casados.
No es un fantasma el que recorre México, bendito sea el Señor, se trata de un muerto viviente, tan vivo como muerto, el muerto viviente del aspiracionismo. Todas las potencias potenciales del chairismo se han confabulado en populista jauría contra este muerto viviente. Es hora ya de que los aspiracionistas den a conocer al mundo, abiertamente, su modo de pensar enajenado, sus fines consumistas enfocados en abrazar un estilo de vida que no pueden pagar, y sus tendencias a seguir instrucciones que se disfrazan de libertad de elección; que se oponga a la fábula del muerto viviente del aspiracionismo, un manifiesto del libre consumo.
La historia de toda sociedad hasta nuestros días, es la historia del consumo. Dónde no hay consumo, no hay sociedad ¿Cómo podría haberla? Si consumimos y luego somos, si lo que consumimos nos define, no existen seres humanos libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos, en una palabra, opresores y oprimidos; existen quienes pueden consumir y quienes no pueden, quienes tienen el poder económico de no preocuparse por el precio de la existencia, quienes pueden pagarlo a meses sin intereses y viven toda su vida pagando, y quienes ni siquiera tienen una línea de crédito.
Convertirse en un simple apéndice de la máquina, en su aparato digestivo que trabaja para poder consumir y consume para seguir trabajando, lejos de entenderse como una condena que aliena y degrada al sujeto, debe asumirse como el privilegio de poder participar del proceso digestivo mientras se es digerido. En otras palabras, el privilegio de no ser solo digerido y desechado, sino de poder digerir y desechar mientras se es digerido y desechado, aspirar a ser la maquinaria cuando se es un mero apéndice que será desechado como cualquier otro.
En un mundo donde todo el aire se condensa en lo sólido, donde la verdadera libertad no existe, los sujetos deben conformarse con que la libertad signifique libertad de comercio, libertad de comprar y vender, nada más. Aspirar a una verdadera libertad es caer en el totalitarismo de la libertad, en la condena y angustia de la libertad existencialista donde el sujeto no encuentra el consuelo que le brinda consumir un McTrío mediano de McPollo con helado por $99.99. El sujeto aspiracionista, debe ser un sujeto que aspire a consumir cada vez más, pero no a contar con una personalidad —que no sea aquella que dictan los escaparates y anuncios— ni a tener iniciativa que no sea la iniciativa de obedecer, alinearse y mantenerse formado en esa fila sin principio ni fin que promete una vida llena de lujos y placeres para quienes recorran toda la fila, la cual —como se ha dicho— más que infinita, resulta eterna.
En el neoliberalismo, como fase superior de la fase superior del capitalismo, lo que el obrero aspiracionista adquiere y/o consume no es sólo lo que estrictamente necesita para seguir viviendo y trabajando, sino todo aquello que estrictamente le resulta innecesario para seguir viviendo y trabajando, pero que lo mantiene encerrado en una rueda de hámster que no le permite más que seguir consumiendo mientras vive y trabaja. Arrastrando —libremente— su existencia a una esclavitud que creen voluntaria que los haga sentir culpables de sentirse frustrados y frustrados por sentirse culpables.
El trabajo acumulado de la masa obrera aspiracionista no debe ser más que un medio para ampliar, enriquecer y privilegiar más a las clases privilegiadas, para que sus vidas resulten más fáciles y cómodas, no debe ser más que un medio para profundizar las diferencias en nuestra ya profundamente desigual sociedad. Lo que caracteriza al aspiracionismo no es la defensa de la propiedad y el consumo en general, sino la defensa del régimen de propiedad y consumo del capitalismo neoliberal. Frente a la perspectiva de una revolución aspiracionista, las clases privilegiadas no tienen nada que perder, por el contrario, reafirman sus privilegios y conjuran la amenaza de la igualdad social, se consolidan en su consolidada posición de dueños del mundo.
Entrados en gastos
Los aspiracionistas son pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre endeudado de todos los partidos liberales del mundo. El capital es un producto colectivo y no puede ponerse en marcha más que por la cooperación de muchos individuos, y aún cabría decir que, en rigor, esta cooperación abarca la actividad común de todos los individuos de la sociedad. El aspiracionismo es ese catalizador que permite que el capital se mantenga perpetua e incuestionadamente funcionando, que la maquinaria, el algoritmo contemporáneo, no se detenga en el proceso de digerir a los individuos que la mantienen en operación.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
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