El Mundial de Fútbol Qatar 2022 ha sido duramente cuestionado -de manera abierta o soterrada- desde los gobiernos de algunos países y ciudades, y, sobre todo, por parte de medios de comunicación que usualmente son divergentes del mundo islámico, quienes remarcan en su crítica la ausencia de libertades para la comunidad LGBT+, las violaciones a los derechos humanos y la sobreexplotación de los trabajadores que participaron en la construcción de estadios e infraestructura de las sedes de la máxima justa futbolística.
No obstante, flota en el ambiente, la pregunta si las críticas al Mundial de Qatar están bien fundamentadas, o se trata de una campaña de linchamiento mediático emanada de las posiciones políticas e ideológicas de los tradicionales adversarios comerciales del mundo árabe.
No es la primera vez que un evento de tal magnitud se realiza en un país sin libertades elementales. En México no habría autoridad moral de algunos medios convencionales que en su tiempo guardaron silencio ante los abusos de autoridad y la falta de libertades democráticas que caracterizaron a nuestro país en el preámbulo de los Juegos Olímpicos de México 68 y del Mundial de futbol de México 70, cuando el régimen del sistema PRI- gobierno desató la represión contra el movimiento estudiantil que terminó con los trágicos sucesos del 2 de octubre de 1968; y cuyas secuelas implicaron la persecución de la disidencia en toda la década de los setenta.
Tampoco habría mucha autoridad ética para cuestionar las formas de gobierno en Qatar, por ejemplo, desde un sector de la prensa argentina, que minimizó la represión de la Dictadura de Jorge Rafael Videla contra sectores de la sociedad argentina, a tal grado que en pleno Mundial de Argentina 78, a menos de un kilómetro del Estadio Monumental de Núñez, mientras se llevaba a cabo la final del torneo, se torturaba a jóvenes militantes de organizaciones de izquierda en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), una condenable situación que pasó a un lejano plano porque Argentina fue Campeón.
Si bien, el autoritarismo gubernamental que marcó el contexto de otros mundiales precedentes, y donde el fenómeno del fútbol fue utilizado como fuente de legitimización social del sistema político, no exculpa, ni justifica los excesos de un régimen totalitario como el de Qatar, hay variados ejemplos que implican que la crítica de hoy más que estar ocupada genuinamente por las libertades sexuales, el respeto a los derechos humanos, o la defensa de los derechos de los migrantes y los trabajadores, tiene otras motivaciones de tipo ideológico, religioso y principalmente geopolítico.
La decisión el 2 de diciembre de 2010 de otorgar la organización del Mundial de Futbol de 2022 a Qatar desde el origen fue objeto de dudas y polémicas; a tal grado que Qatar ha sido la punta de la madeja que evidenció la corrupción que prevalecía en el seno de la FIFA, pues de entrada para varios actores del mundo de los negocios deportivos fue inexplicable que la competencia se celebrara en un país sin tradición futbolera, sin infraestructura, con un clima agreste y extremo, y husos horarios que complicaban la proyección comercial de un evento de la categoría del Mundial, desde entonces se levantó la sospecha de compra de votos para ganar la sede por parte de los multi millonarios jeques árabes hacia federativos y representantes con derecho a voto de varios países.
El rival de Qatar en la búsqueda de organizar el Mundial de 2022 fue Estados Unidos, país que presentó una ambiciosa candidatura y no fue favorecido; tras este hecho una hipótesis es que cuando la FIFA optó por Qatar -uno de los antagonistas ideológicos de la super potencia y representante del mundo árabe-, en un contexto geopolítico donde tras el fin de la “Guerra Fría”, es el islamismo el villano favorito de los norteamericanos; la respuesta del sistema estadounidense fue ir a fondo en 2015 contra la corrupción de FIFA; deslegitimando la definición de la federación por dar la sede de 2018 a Rusia y de 2022 a Qatar.
Además de la disputa política- ideológica de Estados Unidos con el mundo árabe, en el trasfondo del rechazo de algunos sectores sociales -específicamente de los países europeos- al Mundial en Qatar, subyace el tema migratorio, que durante todo el siglo XXI se ha acentuado con la expulsión creciente de miles personas del medio oriente por las guerras de baja intensidad y la violencia entre las propias facciones del islam; la migración ha generado xenofobia y acendrado el racismo en los recovecos marginales de las ciudades europeas, donde los desplazados han entrado en choque frontal, cultural y religioso con capas de las sociedades europeas que rechazan todo lo que venga del mundo árabe, lo consideran una intromisión, y han comprado la narrativa difundida desde los trágicos sucesos del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, en el sentido de que los musulmanes son “terroristas” en potencia, por el simple hecho de provenir de la región.
En un reporte sobre Qatar la organización defensora de derechos humanos a nivel global Amnistía Internacional ha señalado las inhumanas condiciones laborales que padecieron todos los que trabajaron en las obras para la infraestructura del Mundial, principalmente los migrantes de Nepal, Bangladesh, India y Pakistán, que se ofertaron como mano de obra, y que se desempeñaron bajo el “sistema kafala”, que se caracterizó por una especie de padrinos intermediarios quienes con la promesa de empleo los llevaron desde su país de origen hasta Qatar y los tuvieron trabajando en terribles condiciones de vida, engañados sobre el salario, sin poder salir del campamento de construcción, sin poder regresar a su país y con trabajos forzosos además de su jornada laboral; algo muy similar al esquema empleado por los “polleros” que llevan a los migrantes de México y el resto de América Latina a EU.
Por su parte el diario británico The Guardian ha sido un medio especialmente incisivo sobre los cuestionamientos a Qatar, llegó a señalar que en las obras del mundial fallecieron por las condiciones inhumanas de trabajo 6500 personas en 12 años, y en su sitio alberga una sección especial denominada: “Catar, más allá del fútbol”, donde agrupa reportajes e investigaciones que desde 2010 en que se definió la sede, han puesto en entredicho todas las dimensiones del Mundial, poniendo el acento en las deficiencias, anomalías y abusos. Si bien, el trabajo del medio ha sido la principal vitrina de una realidad social muy adversa a los valores del mundo occidental, también se observa cierto amarillismo y sensacionalismo con la idea de sacar raja de la “línea editorial” que se convirtió en crítica por excelencia de este evento en particular.
El derecho civil islámico permite penas como la flagelación, la muerte capital, la lapidación, los castigos corporales, y no reconoce la diversidad sexual, incluso la castiga así como la blasfemia o el consumo de alcohol; es una expresión de una serie de Estados teocráticos y totalitarios que subsisten desde hace siglos en esas condiciones en el oriente y medio oriente; pero Nasser Al Khater el CEO del Mundial, ha minimizado los muertos en las obras contabilizando solo tres, y afirmando que lo que The Guardian y otros medios aluden son las muertes de todo tipo en una década en ese país; además ha afirmado que lo que busca Qatar es tender puentes entre el mundo árabe y el mundo occidental con esta Copa, que la policía lejos de reprimir alguna de las libertades de los visitantes extranjeros está para alertar del conservadurismo a ultranza de grandes sectores de la población sede, por la propia seguridad de aficionados; asimismo se han establecido zonas de tolerancia para la seguridad en el consumo de los fans foráneos, para quienes no estará vedada la cerveza.
Qatar defiende el mundial como un extraordinario motor de su economía a partir de la creación de una gran infraestructura no solo de estadios de futbol, donde 20 mil millones de dólares se han invertido en carreteras, aeropuertos y trenes o metros; y en sistemas de ventilación para las temperaturas de 50 grados que caracterizan la región, mismos que después de la justa serán usadas para bienestar de la población de acuerdo a los voceros oficiales.
Los medios de comunicación dirán que es muy difícil comprobar las muertes por las condiciones laborales que señaló The Guardian precisamente por lo cerrado y hermético del mundo árabe y sus controles sociales que rayan en la opresión; por su parte los organizadores de Qatar dirán que esto es parte de campañas de países del mundo occidental que miran con recelo como el oriente medio aún con sus atavismos se despliega como potencia económica.
Mientras la Selección de Dinamarca usó camisetas “atenuadas” para la Copa del Mundo para protestar contra el negativo historial de derechos humanos en Qatar y su trato a los trabajadores migrantes; y Paris, Lille, Marsella, Burdeos, Estrasburgo y Reims boicotearan en sus ciudades cualquier presentación oficial o difusión del Mundial; lo cierto es que quizá solo los propios árabes sabrán las consecuencias culturales, sociales y económicas de “ser civilizados” por formar parte de la gran familia del negocio del futbol, y por organizar la más grande fiesta de este deporte.
Al final de la historia, los jóvenes que se levantaron y rebelaron en diversos países en la llamada Primavera Árabe de 2010 a 2013, en gran medida tuvieron los mismos anhelos de construir otros mundos mejores y posibles, que sus pares de generaciones anteriores soñaron en México 68 y Argentina 78, y que fueron aplastados por sistemas políticos occidentales. Pero dicen que la pelota no se mancha…
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