Apuestas: ruina, obsesión y una adicción sin vuelta atrás

Por Nathael Pérez

“El jugador” narra la historia de Alexéi Ivánovich, un joven con una fascinación por el juego de ruleta, la cual se torna progresivamente en una obsesión por las apuestas. La novela retrata con una intensidad psicológica el vértigo de la ludopatía y la autodestrucción emocional. Dostoievski escribió la obra bajo su propia desesperación económica y su experiencia como un jugador compulsivo, por lo que nos ofrece un crudo testimonio de primera mano sobre la dependencia y la ruina moral.

La ludopatía difiere de cualquier otra adicción, pues provoca lo que las demás sin necesidad de “sustancia” alguna. A diferencia del tabaco, alcohol o cualquier droga que necesita de algún químico, es el mismo cerebro el que genera la dopamina y la sensación de éxtasis. El riesgo de estar en la cuerda floja de ganarlo todo o perderlo es lo único necesario para generar la emoción. “No se trata de dinero, sino de la emoción de desafiar al destino.” Cada apuesta agita el corazón, detiene la propia cordura y pone a prueba hasta dónde puede llegar el deseo por ganar.

El deseo y la emoción por ganar lleva al apostador a entregarse al vértigo, al desafío, a un abismo de perdición. Cada apuesta es un desafío al límite del yo, una negociación con la razón que lleva siempre las de perder. No es fortuna lo que busca, sino el riesgo presente en ese instante previo el que se decide si todo se desmorona o no. “El juego no es sólo dinero, es el deseo de arriesgarlo todo, incluso la propia alma.”

La sensación de saber que la ruina está cerca y que cada carta, cada giro, cada apuesta lo acerca al vacío. Y sin embargo, a pesar de tener casi todas las probabilidades en contra, continúa. “El jugador es un hombre que no puede detenerse incluso cuando el cielo se derrumba sobre él.” La necesidad de jugar no conoce límites; es un un vacío que solo se calma jugando, aunque el mundo entero se esté desplomando a su alrededor. 

La ilusión de tener el control es la más cruel de las cadenas, pues cada victoria refuerza la necesidad de continuar y cada derrota fortalece los lazos de la propia prisión. “Cada apuesta es una promesa de libertad que me encadena más profundamente”, afirma Dostoievski,  pues el jugador se cree libre y, sin embargo, está atado al giro de la ruleta, al azar de las cartas o a la palanca del tragamonedas.

La ocasional victoria es un destello, un instante de euforia que dura apenas un suspiro. La derrota, en cambio, es un espejo que no miente: revela obsesiones, miedos y debilidades. El jugador se reconoce en la pérdida, y, para evadirse, sigue apostando. “Ganar me da alegría momentánea; perder me muestra quién soy en verdad.” Porque la verdadera apuesta no es por dinero, sino por seducir al riesgo, a sostenerse frente al abismo que él mismo eligió y le recuerda su condición.

Cada apuesta es un enfrentamiento con lo imprevisible y un diálogo con la muerte, con el vacío. La adicción no reside en el dinero, sino en la emoción de desafiar lo inevitable, en la fascinación de lanzarse al vértigo y sentir, aunque sea por un instante, que uno puede desafiar al destino, aun cuando todo se derrumba. “No se trata de dinero, sino de la emoción de desafiar al destino.”

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