Apología del manifestante conservador o Loa al manifestante facho

Opinión de Germán Castro

Lo más fácil es dejarse llevar por la justa indignación y mandarlos a todas y todos al cuerno… o más lejos, mucho más lejos. No digo que no se tengan bien ganado ese remoto destino. Tan es así, que de alguna manera allá andan ya y desde hace tiempo. Deportarlos a chiflar a Sumatra, en este sentido, es inútil. Enseguida, por sencillez, quizá convenga optar por la burla: mofarse de la oposición es parte de la vida pública cotidiana de este país. Con todo y que material sobra y reírse es muy sano, ya hemos alertado aquí sobre los riesgos dejarse llevar por la chacota. Así que, frente a los hombres y las mujeres que tienen decidido salir a marchar de rosita el próximo día 13, ¿qué postura conviene tomar? Opto yo por un camino casi kierkegaadiano. 

Søren Kierkegaard escribió un libro (Works of love, 1847) en el que sostiene que el amor no tiene nada que ver ni con el amor romántico ni con el amor erótico (elskov), esto es, una pasión positiva dirigida a alguien especial, único. Por el contrario, el filósofo sostenía que el amor (kaerlighed), para ser verdadero, debe ser dirigido hacia todos…, bueno, hacia todos y todas y todes y todus y todis. No se refería a que uno tenga que andar de pizpireto, de ojoalegre o de chupamirto de flor en flor, no. Aseguraba que en asuntos de amor se tiene que agarrar parejo.

Es más, pensaba que en principio el amor tiene que dirigirse hacia aquellos que no lo merecen: la gente fea, insoportable, irritante, equivocada, venal, desatinada, malintencionada, perversa o ridícula. Defendía la idea de que aprender a amar a la gente despreciable es lo más alto a lo que puede aspirar un humano. El verdadero humanismo, pensaba Kierkegaard, consiste en extender la compasión más allá de los límites de la atracción física, la simpatía, el acuerdo, y superar la repugnancia que imponen la arrogancia, la deshonestidad, el egoísmo, la envidia, la codicia, la crueldad, la furia, el odio, la violencia… Por supuesto, usted me dirá que esto es injusto. Lo es. De hecho, el existencialista danés lo acepta y argumenta que un mundo totalmente justo, en el que todos y cada uno recibiera exactamente lo que merece, sería un infierno. Por eso, en lugar del ideal de justicia, Kierkegaard propone el de la benevolencia: no demos a cada persona lo que merece, sino lo que necesita: bondad. Amar a quienes nos aman es fácil; amar a quienes no nos aman ya no lo es tanto, pero amar a quienes nos detestan es la prueba de fuego. Según él, pues, habría que amar sin discriminación: ambiciosos, pancistas —ojo, escribí pancistas, eh, no panistas—, derechosos, clasistas, racistas, fachos incluidos.

Lamentablemente yo no puedo llegar a tanto, soy un ser demasiado imperfecto para aspirar al amor kierkegaadiano. En eso de amar a quienes nos caen mal, con los fachos nacionales no paso de que me caen muy mal. Eso sí, puedo intentar una apología, así que escribo esta oda al manifestante reaccionario, en la que ensalzo los arrestos que se necesitan para salir a marchar el día 13. Porque no cualquiera, eh.

Para salir a marchar el próximo domingo es necesario haber pasado por un arduo proceso mental, al final del cual la realidad concreta te tenga sin el menor cuidado, de tal suerte que puedas moverte a tus anchas en un mundo alterno, una especie de Matrix, en donde tengas la certeza de que los consejeros electorales no son gente de carne y hueso sino el inmaculado INE, y de que el INE es la democracia. En ese universo paralelo no vas a marchar en contra de la reforma electoral que el presidente de la República —un señor electo electo democráticamente y con el respaldo actual de siete de cada diez ciudadanos— presentó al Poder Legislativo —integrado también democráticamente— para que la debata y en su caso promulgue, sino que vas a salir a la calle a defender al INE —es decir, en tu cabeza, a la democracia— del autoritarismo de López. En suma, quienes salgan a manifestarse el domingo lo harán seguros de que están defendiendo la democracia atacando a la democracia.

Ayer Reporte Indigo presentó en su portada un resumen harto ilustrativo de cómo es que tienes que entender las cosas para poder superar todo sentido del ridículo y salir muy ufano y de rosita el domingo: “Mientras el gobierno federal aumenta el presupuesto para la entrega de apoyos sociales, por el otro lado aplica recortes a los recursos e impulsa reformas que buscan transformar la esencia de los órganos autónomos como el Instituto Nacional Electoral, aumentando la tensión política rumbo a los comicios tanto de 2023 como de 2024”.

La claridad respecto a lo que vendrá en el futuro es indiscutible, claro: primero el 2023 y luego el 2024. Eso sí, vaya usted a saber qué diablos es eso de la esencia de los órganos autónomos y cómo es que eso se trastoca vía presupuestal… No importa, lo que importa es la conclusión que se presenta en mayúsculas, primero, en rosa y más chiquitas, “ELECCIONES AUSTERAS”, y en el siguiente renglón, con letrotas blancas: “Y POLITIZADAS”. ¡Horror! ¡Así no AMLO! ¡Cómo se atreve a querer instaurar en el país elecciones politizadas! 

¿Vieron? No cualquiera…

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