Vivimos días para contar, son combates por la historia. Resignificar y dignificar la política exterior mexicana, con el llano cumplimento de nuestra Constitución, en la perspectiva del respeto a nuestra soberanía nacional y la libre autodeterminación de los pueblos, ha sido una tarea que de manera magistral y precisa ha realizado nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador.
Todas las campañas de odio y mentiras del conservadurismo -con tufo racista- han fracasado como quien escupe hacia el cielo en cada una de las visitas del presidente de México a Estados Unidos; porque en los encuentros bilaterales prevalece el respeto mutuo, la mirada entre iguales, y el dialogo por encima de las naturales diferencias.
AMLO sí representa al pueblo de México y habla de frente a la Nación más poderosa del mundo. Muy distante de lo que ocurría en tiempos de neoliberalismo, cuando los presidentes de la larga noche negra del PRIAN acudían sometidos, cortesanos, y claramente subordinados al país del norte, cargando en su interior el lastre de la corrupción que no les permitía alzar la mirada propia, ni aventurar ideas pues se sabían agarrados de toda la paja que llevaban por detrás, del lastre que signica llevar consigo una cola de expedientes de anomalías, narcotráfico y crímenes.
Después de este martes 12 de julio, con un presidente mexicano recibido con alegría, respeto y aliento por los paisanos -que han corrido diversas suertes para establecerse en el país, que en su mayoría fueron expulsados de nuestras tierras por la pauperización neoliberal-, y que hoy se emocionan con el orgullo de recibir a un personaje que los remite a Benito Juárez y Lázaro Cárdenas del Río, que les ha motivado a recuperar la confianza en las instituciones mexicanas, para enviar e invertir la mayor cantidad de remesas de la historia; es entonces oportuno retomar las palabras de Ernesto Sabato:
“Si cambia la mentalidad del hombre, el peligro que vivimos paradójicamente es una esperanza. Podremos recuperar esta casa que nos fue míticamente entregada. La historia siempre es novedosa. Por eso, a pesar de las desilusiones y frustraciones acumuladas, no hay motivo para descreer del valor de las gestas cotidianas. Aunque simples y modestas, son las que están generando una nueva narración de la historia, abriendo así un nuevo curso al torrente de la vida”. (Sabato, 2000)
Por ello, la historia estuvo presente en el improvisado pero auténtico discurso compartido por el presidente de México posterior a que depositó una ofrenda floral frente a la célebre estatua de Martin Luther King Jr., acompañado por Martin Luther King III, Andrea King y Yolanda King, y otros familiares del líder del movimiento contra la segregación racial, quien también luchó siempre por la vía pacífica.
Ahí, como en una de las tantas reuniones que encabezó a lo largo y ancho del México profundo, en las plazas públicas, sin templetes ni grandes faramallas, y ante los gritos de júbilo de los paisanos, AMLO arengó a ras de piso: “Es muy importante conocer la historia, que es como la maestra de la vida. No todo lo que tiene que ver con Estados Unidos ha sido agravio. Hay, desde luego, momentos que no se olvidan, porque fueron como un gran zarpazo a nuestro país, pero también ha habido momento de ayuda mutua entre los pueblos y entre los gobiernos de México y de Estados Unidos”.
Son justamente esos caminos de la historia y de la búsqueda de justicia, donde se cruzan los caminos de Vicente Guerrero, nuestro presidente afromexicano quien asumió el cargo tras luchar por nuestra Independencia, y de Martin Luther King Jr. quien, a mediados de la década de 1950, lideró el movimiento para acabar con la segregación racial y contrarrestar los prejuicios en Estados Unidos por medio de la protesta pacífica; quien aseveró: “La esperanza de un mundo seguro y habitable recae en disciplinados inconformistas que se dedican a la justicia, la paz y la fraternidad”.
No es menor la potencia del mensaje de AMLO al pie del memorial a Luther King, pues el racismo -que en México todavía en el siglo XXI obnubila a un sector de los conservadores para no reconocer la presencia histórica y los tamaños de Vicente Guerrero-, es uno de los odios que tenemos que extirpar de nuestras sociedades, pues el rechazo o exclusión de una persona por su raza, color de piel, origen étnico o su lengua, es originado por un absurdo sentimiento irracional de superioridad de una persona sobre otra. Desterrando el racismo avanzaremos en la solución de los problemas comunes de nuestra región. Abatir el sentimiento de superioridad de una persona sobre otra es desmontar la ideología de los reaccionarios.
En el camino de reivindicar a nuestro presidente afromexicano, como en sus mejores tiempos de la resistencia, López Obrador contó: “Vicente Guerrero, tiene una anécdota: cuando los insurgentes estaban en contra de los colonizadores, de los que defendían a Europa y no estaban a favor de la independencia de México, llegó su papá al campamento independentista, un hombre mayor, y le dijo que el virrey de España le ofrecía dinero para que se rindiera, y él dijo: ‘no’; no lo podía hacer. Y ya cuando se fue su padre, dijo: ‘Ese hombre que se acaba de ir, ese hombre mayor, que lo quiero tanto, es mi padre, me vino a decir que yo me rindiera y que lo hacía por mi familia, por mi bien; le tuve que contestar que la patria es primero’.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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