“Compañero Salvador /Allende el niño/
Allende el hombre / Tú regresaras en cada nombre…”
Disculpen que hable a título personal pero evoco una canción interpretada por algún irreverente trovador de los años ochenta en el Jardín Borda de Cuernavaca, cuya letra fue afamada por Oscar Chávez en 1975; letra que sintetizaba los sentimientos de nuestra generación participe de los movimientos sociales del cambio de siglo, y que en los años más tardíos del milenio padecía la desolación de estar “tan lejos de Dios y tan cerca del Imperio”.
Descubrir que en un país del sur de la Patria más grande latinoamericana, existió en Nuestra América un presidente socialista al pie de la cordillera de los Andes, que había llegado al poder por la vía electoral y pacífica, significó una luz infinita ante la pesadumbre de estar condenados a la vecindad con el gobierno más capitalista, intervencionista e imperialista del mundo, más cuando la caída del Muro de Berlín supuso falsamente “el fin de la historia”, y la preponderancia de un mundo unipolar en plena década de los noventas.
Pero ahí estaban las gafas rotas de Salvador Allende, tiradas y quebradizas tras el asalto militar solapado por la CIA al Palacio de la Moneda, donde el 11 de septiembre de 1974 perdió la vida el legítimo Presidente del pueblo hermano chileno. Esas gafas que son los lentes de otra mirada del mundo, de otras posibilidades para acabar con la terrible explotación del hombre por el hombre, esas gafas y el rostro de ternura y a su vez de firmeza que presidían potentes discursos para llamar a la liberación de los pueblos, la emancipación de los trabajadores por ellos mismos y el compromiso de los estudiantes con los menos favorecidos.
Entonces con su muerte en manos de la mezquindad de los oligarcas locales, y la ruindad de los invasores norteamericanos, por la congruencia de ideales y acciones en su existir hasta el final, Salvador Allende se ha convertido en un símbolo para todo el continente, un verdadero faro de esperanza, trascendiendo la muerte desde todos los actos de su vida como médico cirujano, diputado, senador, ministro y militante de la izquierda socialista chilena.
Las banderas rojinegras con el rostro de Allende y sus características gafas, el nombre de decenas, quizá cientos de colectivos estudiantiles, comunidades de base, organizaciones sociales, frentes de trabajadores y otros espacios de lucha popular y colectiva, condujeron a convertir la figura de este Salvador chileno en un sinónimo de resistencia y sed de justicia para las mejores causas de la izquierda en América Latina.
La vía democrática al socialismo fue la utopía inaugurada por ese gigante llamado Allende. Su caminar político le implicó militar desde que era estudiante universitario en contra de la dictadura del militar Carlos Ibáñez del Campo. Más tarde, como joven trabajador de la salud que superaba la pérdida de su padre, participó fundando el Partido Socialista de Chile en 1933.
La política de alianzas entre las organizaciones de izquierda lo lleva a presidir el Frente Popular, al que se integran los socialistas; llegando a desempeñar su primer cargo de elección popular como diputado en 1937, escaño que dejó en 1939 para integrarse como ministro de salud en la presidencia de Pedro Aguirre Cerda. Pero los conflictos al interior del Frente Popular y luego dentro de su propio partido, lo llevaron a convencerse de la necesidad de una política de alianza con el Partido Comunista.
Siendo senador desde 1945, emprende su primera campaña por la presidencia de Chile en 1952 en la que consigue un magro 5.45% de la votación. Pero su constante participación en la vida pública lo llevaron a repetir esa candidatura en 1958 y 1964, avanzando en porcentajes y convenciéndose más de la necesidad de aglutinar a las fuerzas de izquierda bajo un proyecto común, que no negara sus particularidades.
En 1969 los partidos Socialista y Comunista convocan a conformar la Unión Popular (UP) sumando a 4 partidos más de todas las tendencias de izquierda. Sorteando dificultades dentro de su propia organización logra ser nominado a su cuarta elección donde tampoco figuraba como el favorito, pero lograba superar por menos de 2 puntos porcentuales al candidato de la derecha. Siendo un resultado tan apretado, su designación es votada por el pleno de Congreso quien lo elige por mayoría de votos.
Este intricado camino para alcanzar la presidencia en noviembre de 1970 no puede perderse de vista, cuando en nuestro presente presenciamos que las nuevas fuerzas de derecha de todo el continente siguen apelando al miedo de las clases más despolitizadas para descalificar cualquier alternativa al orden dominante impuesto para beneficio de las minorías económicas y sus sequitos que les lavan la cara.
Y es urgente volver a afirmar que Allende nunca rompió la institucionalidad democrática en los 1000 días que ejerció legítimamente la Presidencia de Chile, siendo ratificado su proyecto por el pueblo en las elecciones intermedias de marzo de 1973 cuando alcanzó el 43.5% de los votos en la cámara, que lo brindaron de los intentos de la derecha por destituirlo.
La opción que tomaron sus detractores fue echar a andar el golpe militar bajo auspicio de la CIA que se concretó con el bombardeo a la sede de gobierno el 11 de septiembre de 1973. La fecha que quedó marcada con sangre en la memoria del pueblo chileno dio la pauta a una dictadura militar de 17 años que fue justificada por las fuerzas tradicionales de derecha, las oligarquías económicas y los medios de comunicación quienes ayer como ahora, justifican los crímenes perpetrados en una supuesta intransigencia de Allende.
Hoy la felonía se repite cuando se pretende culpar a las víctimas de las dictaduras. La vieja y nueva derecha latinoamericana acude al negacionismo para evitar que se castiguen a los torturadores y ejecutores de una política de exterminio contra los opositores políticos; o pretende relativizar sus crímenes en una supuesta polarización de la sociedad que ellos mismos administran.
Nuestro deber no solo es mantener la esperanza en tiempos oscuros, sino más aún difícil, mantener la brújula de la memoria y el sacrificio de los caídos que no presenciaron el futuro que seguimos construyendo.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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