Pocas ocasiones recuerdo que tuve la oportunidad de portar un disfraz, siempre he sido muy seria. En los festivales escolares con frecuencia hacíamos un bailable regional, el vestuario era una representación de las mujeres y hombres de algún lugar del país que vestían esos trajes y bailaban esos ritmos, al puro estilo de la Guelaguetza. Me parecía que esos vestuarios, la música y la coreografía eran una representación de algo que sucede en la realidad cultural del país.
Disfrutaba vestirme de china poblana, creo que hasta recuerdo la coreografía; bailé algún son veracruzano, el Son de la negra, la Danza de los machetes, aunque mi sueño siempre fue bailar la danza de la pluma. Los vestidos coloridos, reflejan una alegría que contagia la fiesta, jamás los vi como un disfraz. Quizá los bailables de preescolar tenían más esa intensión, se representaban las canciones de Gabilondo Soler, nos tocaba vestirnos de perritos o tortugas para bailar Caminito de la escuela, de patitos o un cowboy con bigote y sombrero o cualquier personaje distintivo. Las calles de la ciudad se llenaban tempranito de niños y niñas con disfraces y uno adivinaba la canción que correspondía al disfraz. Esas canciones son representaciones de la realidad, al crecer comprendimos que no eran mentiras.
La única época en la que podemos ver disfraces es en noviembre, los desfiles en diversas plazas públicas se llenan de personajes de toda índole. He llegado a ver un bebé en traje de barrendero empujando su carrito de basura o una niña que representa un poste del C5 de la Ciudad de México. El ingenio y la creatividad toma un aire distinto al ver a chicos y grandes que gustan de sacarse fotos con la gente que pasa a su lado. En esa época se vive la combinación de elementos imaginarios y tenebrosos, a veces sin existencia en el plano real, pero tampoco se vive como una mentira, tiende más a una fantasía o fantasmagoría, quizá.
Lo que encarna mejor la combinación de disfraz y mentira es una persona que cae en contradicciones entre discursos y acciones. Voy a hablar de dos personas con las que he convivido y que no tiene que ver con las preferencias políticas que tengan, sino con la forma en que ejemplifican el punto. La primera es una chica que se decía feminista y cada que nos veíamos trataba con especial esmero que yo me enfilara a su lucha. Mi respuesta siempre fue que no me parecían las contradicciones que veía en las feministas, en sus acciones y que prefería adherirme a la pugna por una equidad de oportunidades y condiciones de la población en general. Eso implicaba tener una posición de equidad ante cualquier minoría o grupo en desventaja, incluidas las mujeres.
Esa persona y yo dejamos de frecuentarnos por diferencias y al tiempo me enteré que estaba echando a andar una acusación en contra de su jefe, con quien ella había tenido encuentros sexuales. Me había contado en varias ocasiones que además de gustarle mucho el hombre, éste no le era indiferente, incluso me contó de sus aventuras y sobre cómo no le interesaba que él tuviera una familia, tampoco le importaba que en la oficina todos supieran que ella acosaba al jefe, pero como en la institución de educación superior se toma muy enserio el acoso, tomó la iniciativa de adherirse a una serie de chicas que de forma anónima lo tacharon de acosador. Otra de ellas estaba enojada porque él no le había hecho caso para tener una aventura con ella. Éste sí me parece un gran disfraz que sustenta una serie de mentiras que van ligadas a usar una bandera política a su favor.
Por otro lado, un miembro de la comunidad LGBTTTIQ+, se abandera de izquierda y propugna valores como la solidaridad o la cooperación a través de su negocio. En sus acciones se puede oler el neoliberalismo que despide la ley del que chinga primero, chinga dos veces. Contrató a una asistente porque le da una imagen de que es importante el negocio, con la promesa de que le va a enseñar a desempeñarse en el oficio. Bajo esa premisa la asistente trabaja de 12 a 14 horas, incluso más, al día porque se puede ir si gusta, pero si se queda aprenderá más. Un abierto esquema de explotación con condiciones de desventaja ya que a sus trabajadores no les brinda seguridad social. De nuevo, un excelente disfraz con una mentira rapaz que sólo puede estar a la altura de los huipiles usados en la oposición.
Lo que ellos no saben es que los disfraces saltan a la vista y que las mentiras son insostenibles por completo. Con el tiempo y la experiencia que hemos tenido durante largos años de disfraces televisivos, de vivir personajes tan grotescos, ya saltan a la menor provocación. Es menester estar atentos para encontrar cada vez más rápido los personajes que pululan a nuestro alrededor y aprender a ser más comprometidos con nuestras convicciones, porque ya no es tiempo de disfraces y las mentiras tienen que ser destruidas para cuidarnos de las actitudes políticas nefastas que algunos han comprado de la politiquería barata.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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