En el Artículo 27, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, se establece que toda persona tiene derecho a participar en el progreso científico y en los beneficios que de este se deriven. Esta visión que data de muchos años atrás pero que se establece en la reunión de París el 10 de diciembre del año 1948, es en sentido estricto, una visión social del conocimiento. Con esta proclamación se buscó establecer las bases para el progreso del conocimiento a nivel mundial con fines sociales e inclusivos. A lo largo de los años algo paso que quedó sin efecto en gran parte del mundo la materialización de este derecho.
El neoliberalismo se instaló en todas las esferas, no sólo a nivel económico y político, sino también a nivel académico y científico, se apoderó de las instituciones e impulso la creación de organizaciones y de organismos a favor de la separación entre la ciencia y la sociedad. El mismo desprecio que el neoliberalismo le ha realizado desde siempre a garantizar los derechos fundamentales, lo realiza con el derecho que la sociedad tiene del acceso al conocimiento y a gozar de los frutos del progreso científico. Con el pretexto de que era la empresa la fuente del conocimiento y que esta, y únicamente esta sería la que podría materializar el nuevo conocimiento en innovación, sometió al gobierno y subordinó a las universidades.
Bajo este enfoque el gobierno se redujo a un simple mediador de los recursos destinados a la investigación y al supuesto desarrollo de las actividades científicas, mientras que la universidad, se enfocó específicamente en formar “obreros del conocimiento” que pusieran a disposición del mercado y de las revistas científicas de “renombre”, en su mayoría privadas, todo el conocimiento generado con presupuesto público pero que podría serle de utilidad a la industria y al sector privado para su explotación.
Es de esta manera que distintas universidades y centros de investigación del país se dieron a la tarea de enfocar sus esfuerzos en formar parte de la ciencia neoliberal. El neoliberalismo violó los principios de autonomía y sutilmente utilizó a las universidades desde adentro para poner su conocimiento, sus recursos humanos, sus instalaciones, su infraestructura, su talento, etc., todo al servicio de los intereses del gremio empresarial, muchas veces ni siquiera nacional sino extranjero.
Estas prácticas se hicieron habituales, se le llamaba “vinculación”, sin entender que lo que se hacía era impulsar la privatización del conocimiento financiado con fondos públicos. Al día de hoy los propios científicos e investigadores, esos que se encuentran inmersos en su laboratorio o en su cubículo de cuatro paredes, muchas veces son a esos a los que se les complica ver las relaciones políticas, económicas y sociales de lo que ello implica.
Por ejemplo, es difícil hacerle ver a un científico neoliberal que sus actividades científicas pueden estar realizadas con seriedad y en apego al método científico, pero que sin embargo sus resultados de investigación no tienen mayor impacto social como sí lo tienen en las ganancias de una empresa. Claro, ellos suelen decir que “si gana la empresa, gana la sociedad porque se genera empleo”, pero eso es muy fácil de desmentir, dado que en estas empresas que se aprovechan de la ciencia pública, son las mismas con falta de principios empresariales éticos que incurren en brindarle a sus trabajadores condiciones laborales paupérrimas o de explotación.
Son estas empresas farsantes, muchas veces multinacionales, las que dirigen su investigación supuestamente científica para ver la forma “más eficiente” para extraer minerales, para talar árboles y despojar indígenas de sus tierras, para explotar mantos acuíferos y dejar sociedades enteras en crisis hídrica, o para contaminar playas y océanos, para desarrollos inmobiliarios bajo el amparo de la corrupción, etc. Es precisamente la vinculación de estas empresas con los demás agentes (Gobierno y Universidad) los que constituyen lo que llamamos una economía de muerte, es decir, un sistema económico que emplea el conocimiento para dañar a las personas y destruir su medio ambiente.
Bajo el velo del impulso a la innovación, bajo la idea de la supuesta generación de “nuevo conocimiento” por parte de las empresas, se encerraba la promesa de que a mayor innovación mayor crecimiento económico, claro, eso es posible, la innovación y la inversión en investigación y desarrollo (I+D) favorece el crecimiento de la empresa o incluso del país, pero no implica que favorezca su desarrollo. El desarrollo salió de la agenda de discusión, incluso de la propia academia, esta absurda obsesión del crecimiento trajo consigo una ceguera permanente sobre el desarrollo social y el desarrollo humano.
Un ejemplo de esta locura de la ciencia neoliberal es la invención de lo que le han llamado Bioeconomía, que no es otra cosa que abrir el camino para que empresas transnacionales de los países desarrollados exploten los recursos naturales (flora y fauna) a favor de su progreso y en perjuicio de los países desarrollados, claro, nuevamente, con la mentira del supuesto progreso de la ciencia y de la tecnología (¿progreso para quién?). Frente a esto, toneladas de libros, de revistas científicas, departamentos de investigación, universidades de renombre en todo el mundo, y muchas horas y horas de grabación en videos y programas de televisión, se destinaron a difundir este nuevo paradigma (nuevamente, impulsado y financiado por la propia ONU).
Este como otros paradigmas anteriores está lleno de mentiras, como siempre, quisieron vender la idea de que el progreso de los ricos favorece a los pobres haciéndonos creer que “ellos tienen los conocimientos y la tecnología y nosotros los recursos naturales” y que de llegar a explotarse esas “grandes riquezas” se beneficiaría todo el mundo, sólo era cuestión de “acceder”, de “abrirse” de “no ser egoísta” frente al progreso, de no obstaculizar la nueva modernidad.
Puras patrañas, la ciencia neoliberal se presenta hoy en día como una nueva modalidad de colonialismo basado en el conocimiento, justificando las “nuevas ideas” desde el centro del poder para que estas sean empleadas, sin escrutinio por los países “atrasados”, de ahí que, entre otros objetivos, la ciencia neoliberal tenga el propósito de inhibir la generación de ideas propias de la periferia y fundamentalmente de adueñarse de las “mejores mentes”, aprovechándose, claro, de los recursos de inversión en educación local para que después este sea explotado por una empresa internacional.
Es fácil entender esta lógica de privatización del conocimiento dado que la naturaleza de la empresa es esa, el beneficio, sin embargo, se requiere más que empresas innovadoras para el progreso social, se requiere algo más que investigadores que tengan como prioridad suprema la publicación de artículos en revistas indexadas tipo SCOPUS o JCR, para el desarrollo de una nación no solo requerimos de investigadores que hagan que este conocimiento y esta ciencia se derramen en la sociedad, sino también que este conocimiento verdaderamente se difunda, se divulgue y se aplique.
Recuerdo que en conferencias con especialistas sobre el tema justificaban que a la innovación no le compete el desarrollo sino solo el crecimiento económico, dado que este se presenta como la antesala del progreso. Está limitada visión de la economía explica por qué todavía se privilegian indicadores como el Producto Interno Bruto (PIB) para poder medir la riqueza de una nación sin que se mire al interior de la misma para escudriñar sobre sus condiciones socioeconómicas reales y su verdadera calidad de vida.
Entonces, ¿a dónde va todo el conocimiento? De nada nos sirve científicos eruditos que solo hablen un lenguaje rimbombante y fluido entre pares, por el contrario, se requiere una visión vertical del conocimiento, bidireccional no solo entre investigadores sino entre el científico y la misma sociedad. Se entiende que esta petición sea una labor ardua para un científico neoliberal, sobre todo si se viene de una etapa de neoliberalismo recalcitrante o si se pertenece a una cúpula de poder y se ha visto beneficiado de ella, sin distinción de género, científicas y científicos neoliberales que han sacado provecho y que hoy se niegan a cambiar sus patrones de comportamiento y sus malas prácticas.
Es frente a esta cúpula del poder científico conservador que el CONACYT y su directiva realizan una ardua labor de hacer frente a la ciencia neoliberal, primero buscando remover estas estructuras fuertemente establecidas (como en el caso del CIDE) que no solo tienen fuerza política, sino que tienen también presencia en la esfera económica y en la esfera cultural y estudiantil. Además del CIDE, un caso especial es el del Foro Consultivo, Científico y Tecnológico (FCCyT), que agrupó a un número de investigadores que operaban bajo el velo de una “asociación civil” pero que en realidad traían como agenda impulsar el tema de la innovación aliándose con empresas transnacionales y desviando recursos del erario público a favor de la ciencia de empresas privadas, es decir, sirvieron de intermediarios para trasladar recursos públicos a intereses particulares (Ej. MONSANTO).
Sin duda, esta élite dorada de las aulas de clases, ya sea como docentes-investigadores, eméritos o decanos de las facultades, se hacen pasar por personas “respetables” aun cuando obedecen a intereses privados beneficiándose de un sueldo que le paga la misma sociedad, esa misma que rechazan y perjudican con su actuar. Esta elite obedece a interés incluso de empresas extranjeras o abiertamente de organismos internacionales que les dan línea para continuar con sus “proyectos de investigación”.
Es esta misma élite de la ciencia neoliberal la que hipócritamente defiende la supuesta “autonomía universitaria”, son los mismos que se sonrojan o se indignan cuando se habla de su inmoralidad, de ver a un pueblo lleno de injusticias y de que ellos se suman a una injusticia más, a una ciencia injusta. Son también los mismos seudocientíficos que controlan las plazas académicas, los proyectos editoriales, las revistas académicas, los fondos para congresos, las ayudantías, los cubículos u oficinas, las disponibilidades de horario, la disponibilidad de asignaturas en días y horas privilegiadas, los mejores auditorios, son también los que controlan los centros de investigación e institutos, son los que imponen las líneas de investigación y campos de conocimiento, todo en beneficio de sus intereses personales y/o corporativos.
Con todo lo anterior podemos decir con certeza que el neoliberalismo termino por desprestigiar a todas las disciplinas (véase la Economía, la Medicina, el Derecho, etc.), algunas con más descaro que otras. Las universidades, como en el caso de la UNAM al día de hoy, han servido como refugio de ladrones y corruptos. Después de salir a la vida pública como funcionarios y de corromper y enriquecerse abruptamente, se lavan la cara y regresan a su alma mater (Véase el caso de Lorenzo Córdova y de Ciro Murayama).
Por un momento se les olvida a estos “científicos” corruptos su protesta de juramento, se les olvida que como egresados de la “máxima casa de estudios”, se comprometieron a poner al servicio de la sociedad sus conocimientos y no fue así, por el contrario, toda su formación que le costó cada peso y centavo al pueblo de México ha ido en perjuicio de la misma sociedad y en favor de una cúpula de poder económico y político.
De una forma anti-nacionalista y sin vergüenza, estos científicos neoliberales han avalado fraudes electorales, han corrompido instituciones, han provocado crisis económicas, han justificado saqueos al erario y endeudamientos para el pueblo, entre otras muchas cosas. Sin ética, sin valores ni principios morales le han vendido su dignidad al dinero y al capital. Lamentablemente, de forma servil y olvidándose de sus orígenes, le han dado la espalda al pueblo de México, yo me pregunto ¿con qué calidad moral pueden regresar a la UNAM a darle clases a la comunidad universitaria?
Es muy probable que esta élite dorada crea que todavía hay alumnos que quieran tomar clases con ellos, yo sinceramente lo dudo. México no necesita más de esa ciencia neoliberal, también en las aulas de clase necesitamos que la gente que esté al frente de un grupo sean honestos, genuinos y con un mínimo de solvencia moral. Gran parte de estos científicos corruptos con falta de ética han contribuido a generar un conocimiento sin sentido social y es momento de romper con esa sinergia. La labor es ardua y constante, sobre todo de la comunidad universitaria que es mucho mayor en número a esta élite compacta. Hoy creo que la misma frase de Hidalgo aplica también a las universidades: “la universidad que quiera ser libre, lo será”.
En el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) se sigue haciendo una limpieza profunda, en esta administración de la 4T se está realizando un mejor uso de los recursos de forma transparente. Actualmente la administración de este organismo se encuentra de la mano de gente honesta y que tiene toda la confianza y el apoyo del gobierno federal. CONACYT ha emprendido una larga lucha por romper esta cadena de privilegios y porque haya una plataforma más horizontal en la ciencia, además de subrayar el papel fundamental que juega la ciencia en el bienestar social y la importancia de que el progreso del conocimiento se dirija en atender puntualmente los principales problemas de México.
Romper con una ciencia neoliberal es romper con un paradigma, para ello se requiere de una mayor humildad por parte de los científicos e investigadores, requiere que se bajen de esa montaña del conocimiento (de esos “hombros de gigantes”) para volver a ser “personas normales”, lo que antes fueron. Basta con que recuerden de donde vienen, de que reconozcan que la ciencia y el conocimiento los han llevado hasta donde están gracias al dinero del pueblo, que es la misma sociedad la que aporta los recursos para su labor científica, que es la sociedad el origen y el fin último de todo.
Sin duda, también se requiere de una transformación en el sector de la ciencia y eso no es tarea fácil, estamos hablando de la seria necesidad de re-educar al científico, de regresarle su verdadera vocación de servir a los demás y no de servirse de su papel o posición universitaria para dañar a México. Se necesita revivir su esencia y ese amor profundo por la búsqueda de la verdad que lo caracterizaba, de regresarle esa autentica intelectualidad crítica y no rastrera y servil al poder.
Cada vez necesitamos de más científicos con ética y de más ética en la ciencia. Sí, que haya vinculación con sectores empresariales o de gobierno, pero que se ponga por delante del interés privado el interés social. El científico puede ejercer su labor con dignidad, con verdadera y genuina vocación universitaria, puede bien liberarse de las cadenas del dinero mal habido. Un investigador y científico respetable no se mide por la riqueza que genera para sí o para su familia, por el apego a su plaza o por las malas prácticas de su nepotismo, no, la valía del científico-investigador radica en lo que le aporta a la humanidad de forma trascendente, no de forma vulgar y efímera. Un científico se valora por sus aportaciones para mejorar la vida del ser humano, por dejar un mundo mejor, una sociedad con menos penumbras y oscuridad.
Quisiera terminar diciendo que no es la absurda y obcecada producción de artículos científicos en SCOPUS o JCR lo que nos hará libres de esta ciencia neoliberal, por el contrario, son estos los derroteros que han marcado tanto el capital como fuente de financiamiento como el capitalismo como sistema de producción. Son estos los pilares de la ciencia neoliberal los que han colocado al científico en una caja de cristal explotando sus capacidades y ubicándolo como un obrero más del conocimiento. Es precisamente este modelo del que se nutre el capital intelectual global, generándole riqueza y dejando en segundo plano a la humanidad y al bienestar social.
Hoy, el investigador requiere replantear su labor científica, renunciar a su papel de científico neoliberal y terminar de una vez por todas con esta encrucijada de mentiras para darle paso a un nuevo científico, un científico humanista, todavía estamos a tiempo.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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