Desde sus inicios, el ser humano ha buscado adquirir conocimiento para poder preservar su especie. Originalmente, la observación y las experiencias de vida del día a día le permitían capturar conocimiento que guardaba en su memoria y que transmitía a sus descendientes para librarlos de algún peligro o para ayudarlos a superar alguna posible adversidad. Las ideas y el conocimiento surgen del ser humano, de su interacción con los demás y con todo lo que lo rodea.
El conocimiento es el motor de la vida y si hemos llegado hasta donde estamos como especie ha sido por el amor al conocimiento. El conocimiento tiene un origen social y humano, nace de la sociedad y le sirve a la sociedad. El conocimiento privilegia la vida, forma parte de la naturaleza del ser humano y de la naturaleza que lo envuelve y que le da sentido a su existencia.
En su andar por este mundo, el ser humano desarrolló la habilidad no solo de generar y de adquirir conocimiento, sino de poder transmitirlo a los demás. Esa misma necesidad de compartir que le viene de forma natural, es la misma que le impulsa en la generación de nuevas formas de hacer de ese conocimiento permanente, que trascienda incluso después de su partida. Por ejemplo, la pintura, la escritura, la escultura, etc., no son más que conocimiento que toma distintas formas, un conocimiento que se materializa, que toma color y textura, pero que encierra en sí las ideas, la creatividad y la imaginación que se desea compartir. Todos los lenguajes, en todas sus formas, han buscado incesantemente la comunicación de las ideas y del conocimiento de una generación a otra. Somos el cumulo de conocimiento de nuestra especie y eso es lo que nos mantiene con vida hasta ahora.
El conocimiento es social, le sirve a la sociedad y está a favor de su continuidad en este mundo. El conocimiento no destruye, construye. El conocimiento transforma, dado que surge de ideas, nuevas ideas o ideas antiguas que se engarzan y que dan origen a un nuevo pensamiento. A mayores ideas, mayor conocimiento. A mayor conocimiento, el ser humano interactúa más con la sociedad y con la naturaleza, dado que mejora su comprensión y su entendimiento de lo que lo rodea, comienza a valorar a los demás y a su entorno, dado que ambos forman parte de su conocimiento, el conocimiento que viene de “fuera” y que se suma al otro conocimiento, ese que surge desde “dentro”, el que nace de su propia conciencia y reflexión. El conocimiento une, no separa. Conocer nos permite entender al mundo y a la sociedad que nos rodea, su estructura, su dinámica y su evolución. El conocimiento nos permite sentir, nos abre los sentidos, nos une con los demás, nos hace ver donde antes éramos ciegos, o escuchar donde antes éramos sordos. Adquirir conocimiento es algo que se asemeja a encender la luz en un cuarto obscuro.
De la misma manera que la muerte es contraria a la vida, el conocimiento también tiene sus contrariedades y sus resistencias. El miedo, por ejemplo, inhibe al conocimiento, en ocasiones paraliza la generación de ideas y la transmisión de las mismas. El miedo puede destruir al conocimiento, hacerlo desaparecer, negarlo, incluso conquistarlo, dominarlo, manipularlo y ponerlo no al servicio de la sociedad, sino de objetivos anti-sociales, es decir, objetivos que vayan en contra de la vida y permanencia de la sociedad o en contra de la naturaleza que la envuelve, en ambos casos, lo que busca el miedo es provocar la extinción de la misma o de una parte de esta.
El miedo puede redirigir el cauce del conocimiento y en vez de que esté a favor de la sociedad y de su progreso, este mismo conocimiento puede emplearse para su destrucción y retroceso. En la historia de la humanidad se han registrado distintas etapas donde ha imperado el miedo. Las grandes tragedias de la humanidad tienen como marca la destrucción o negación del conocimiento y el imperio del miedo (Ej. La actual Guerra de Rusia contra Ucrania). El miedo oculta la verdad y sobrepone la mentira, el miedo se alía con la muerte por encima de la vida, el miedo privilegia el objeto por sobre el sujeto, el miedo expande la sombra y la obscuridad por sobre la luz.
¿Qué acaso la incursión de los europeos a los distintos países de América y de África y su intento fallido de “conquista” no ha sido un imperio del miedo? Miedo a reconocerse a sí mismos como insignificantes de cara a culturas milenarias, miedo a descubrirse pequeños frente a sociedades cultas y avanzadas de su tiempo, miedo a verse pobres frente a tanta riqueza natural y humana, miedo a conocer y reconocer que su conocimiento no es único y que era limitado para su época, de saber que antes de su llegada ya había conocimiento acumulado de miles de años. Fue precisamente ese miedo de los europeos lo que desató la ira y la perversidad en contra de los indígenas de una forma infame.
Los europeos fueron conquistados por el miedo a lo desconocido, el miedo a mirarse al espejo y ver su diminuto mundo. Cegados por el miedo, se negaron al conocimiento del mundo, de los otros mundos, renunciaron a entender lo que nunca entendieron, lo que hasta ahora evitan, ignoran y rechazan. Con el miedo en el corazón rechazaron a la humanidad y con ello a la vida y emprendieron una caminata de muerte, destrucción y despojo que dejaron a su paso. Lo mismo violaban a las mujeres que mataban a los hombres, a todos ellos los esclavizaban. Lo mismo quemaban escritos y esculturas que enterraban monumentos y pirámides. Lo mismo imponían su lengua que su religión, por la fuerza. Lo mismo inventaban infiernos y creaban paraísos, despreciaban todo lo que representara algo distinto a ellos, lo siguen haciendo, pero ahora de forma más sutil y maquillada.
Con el miedo llegan todos los males y todos los pecados. Los europeos se llevaron todo lo que pudieron a su paso, todo lo que les cabía en sus embarcaciones y en sus bolsillos, todos los metales que ahora adornan sus plazas y edificios, todo lo que ahora visten y decoran sus catedrales, la madera de las sillas donde se sientan sus ministros, todo el oro, la plata y las piedras preciosas, las joyas que presume la realeza infante y la realeza senil, todo lo que cubre la corona, las esculturas que llenan sus museos, la vajilla en la que comen y el mango del bastón que sostiene al rey, todas esas riquezas materiales que brillan en sus castillos, la madera que cubre sus casas de campo y las cabezas de bestias y plumajes que cuelgan de sus muros como trofeos, todo lo que los rodea y les viste en vida y lo que le da una falsa pulcritud y lujo a las tumbas de sus cementerio, todo eso y más tomaron.
Sin embargo, y a pesar de ello, en México no se llevaron lo que realmente valía, dejaron lo más importante, nuestra cultura. No es casualidad que ahora este floreciendo en todas partes todo aquello que enterraron, el miedo no les permitió ver que nos dejaron lo más valioso, nuestros valores. No se pudieron llevar el sentimiento del poeta, ni la creatividad del pintor o del escultor indígena, no se pudieron llevar el corazón de la gente, no mataron del todo su pensamiento, no lo lograron borrar, no se pudieron llevar el coraje, la entrega de nuestra nación, nuestro valor y empuje, nuestra pasión, el amor por nuestra madre y por nuestra patria, no pudieron meter en baldes el orgullo que sentimos por lo que somos y siempre hemos sido, una cultura maravillosa que brilla como tantas más y que tiene en sus genes y en sus sentimientos el amor por su tierra y por la vida.
México es grande por su pueblo y por su gente, ahora está en una etapa de prosperidad porque ahora su gobierno está en manos de gente honesta que trae esos valores y sentimientos milenarios. México atraviesa una etapa de esplendor económico, político, social y cultural, en distintas dimensiones. Sobre la base de un buen gobierno, el Presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) representa esa cultura genuina de nuestra gente, gente honesta, con principios y valores a favor de la vida. AMLO es el exponente seminal y precursor de esta nueva corriente de pensamiento, de esta nueva forma de gobernar y ser gobernados, de esta nueva economía moral, de esta nueva perspectiva de nuestra sociedad y de nuestra cultura, de esto que él llama el Humanismo Mexicano y que pone sus cimientos sobre la base de lo mejor de nuestros pensadores, de la esencia de nuestros libertadores, de cada uno de los principios rectores de los personajes que nos dieron partía.
Sin duda el miedo a bañado de sangre y lodo al mundo, y nos ha mostrado qué tan bajo se puede caer en la degradación humana siempre que se renuncia al conocimiento. La supuesta “conquista” de una persona sobre otra, o de una sociedad sobre otra no ha tenido buenos desenlaces. La historia le da la razón a quienes están a favor de la vida, lo mismo en el holocausto que en la conquista, lo mismo en la bomba atómica que en el derrame de petróleo en el océano, en cualquier caso, siempre la humanidad se inclina por la vida y repudia las acciones que atentan contra esta. Hemos acumulado conocimiento suficiente para poder evitar o prevenir muchas de las grandes tragedias que se viven en el mundo. Por ejemplo, hoy no es necesario preguntarnos qué pasará con la guerra entre Rusia y Ucrania, eso ya se sabe, se sabe que traerá muerte y sufrimiento. Resulta inaudito que muchas de las potencias económicas no se proclamen en contra de esta aberración que es la guerra, de la misma manera que no lo hacen por el golpe de estado que se vive en el Perú y por todos los decesos que ha traído consigo.
Cuando uno mira las noticias, parece que no hemos aprendido nada de nuestro paso por el mundo y por esta vida. Todavía vemos líderes que se siguen cuestionando qué es más importante, si la salud o la economía, tal como lo hicieron cuando inicio la pandemia del COVID-19. No hay duda, la vida es lo más importante. Me parece conveniente hacer notar en este punto que no hay que olvidar que las ideas derivan en el conocimiento y que el conocimiento deriva en la ciencia. Más ideas generan un mayor conocimiento y un mayor conocimiento deriva en el avance de la ciencia. La ciencia se alimenta del conocimiento, particularmente del conocimiento científico, sea este último conocimiento teórico o aplicado, en ambos casos, son resultado de la investigación científica que realizan los investigadores que tienen como propósito sumar a la ciencia sus humildes hallazgos.
Con el paso del tiempo la generación de conocimiento se empezó a institucionalizar, colocando a la escuela como el centro generador de conocimiento por excelencia. Actualmente, las personas van a la escuela a exponer sus ideas y a tomar y hacerse de ideas de los demás, de otros personajes contemporáneos e históricos que han pasado por este mundo y que resultan ser un referente para entenderlo. De esta manera, el conocimiento se encuentra encerrado en los libros de historia, ciencias naturales, biología, etc., son los libros los que nos permiten tener un acercamiento al conocimiento previo, al conocimiento de los demás, son estos los que nos acercan al aprendizaje de lo que otros han experimentado.
Los libros encierran ideas, conocimiento y ciencia. Los libros son la herramienta por excelencia de los que investigan, de los científicos que están constantemente en “busca de la verdad”. De la misma manera un científico social que un ingeniero o un físico, todos ellos concurren en las universidades o centros de investigación para sumar conocimiento a lo ya establecido, actualizarlo, cuestionarlo, refutarlo o fortalecerlo; si lo queremos ver de esta manera, son los científicos e investigadores las “hormiguitas” que van construyendo y le dan mantenimiento al edificio del conocimiento de la humanidad. Al institucionalizarse, el conocimiento y la ciencia se empezó a separar de la sociedad, y de pasar de ser el principio y fin de la generación del conocimiento, la sociedad terminó por ser un simple objeto de estudio, un medio de obtención de conocimiento, conocimiento que no necesariamente se le retribuye a la sociedad para mejorar su condición de vida, sino que se emplea para su control y manipulación.
Es en el periodo neoliberal en el que se separa la ciencia de la sociedad. En México, esta separación llegó un poco tardía, en el mundo esta expresión de emplear el conocimiento y poner la ciencia al servicio del poder y no de la sociedad en su conjunto ya se había expresado en otras latitudes y en otros momentos de la historia, quizás la máxima expresión de esta separación, dejando de lado las “conquistas”, habrían sido las dos guerras mundiales del siglo XX. Algunos científicos como Albert Einstein y Bertrand Russell ya habían expresado su inquietud y su inconformidad del derrotero que llevaría la ciencia al servicio del poder. Sin embargo, detrás de la imposición de este nuevo paradigma estaban gobiernos y corporaciones, pero también universidades, impulsando la idea de que la universidad debe de generar conocimiento a favor de la industria y no de la sociedad, es decir, de impulsar la idea de privatizar el conocimiento que es social para fines de lucro y a favor del capital.
Desde esta visión privatizadora del conocimiento, el conocimiento es útil si le es útil a la empresa. Es bajo este contexto en el que la empresa empezó a colocarse como el principal agente económico, todos los demás agentes (universidad, gobierno y sociedad, etc.), se supeditaron a los intereses de la empresa, el poder público y el poder político quedó subordinado al poder privado y al poder económico. No es casualidad que desde la academia (con Joseph Schumpeter a la cabeza) se haya colocado a la empresa como la reguladora de crisis, como la generadora de “nuevo conocimiento”, como la productora de innovaciones y responsable del progreso y del crecimiento económico de las naciones.
La empresa se adueñó de las ideas, del conocimiento y de la ciencia. Aquellas “hormiguitas” que se creían “autónomas” en la generación de conocimiento se dieron cuenta de que servían a intereses privados y aquellos que realizaban “importantes aportaciones” (al capital) eran ascendidos, premiados o mantenidos en puestos de privilegio de esa misma estructura organizacional, ya sea de su propia institución o de instituciones en el extranjero. Economistas, físicos, matemáticos, ingenieros, etc., todos deseaban tener un apoyo para “sus investigaciones” y qué mejor si venía del sector privado o de algún organismo internacional que estuviera financiado por el capital financiero, de esta manera el empresario se podría adueñar y aprovechar de todo el conocimiento del científico que se venía generando desde su infancia (con fondos públicos) y que podría llegar a sus manos (económicamente) en pro del “avance de la ciencia” y “a favor de la humanidad”.
Es en este modelo de privatización del conocimiento en el que se privilegia la ciencia sin sociedad. Es ahora que se entiende por qué de la mano del estancamiento y bajo porcentaje del PIB que se destinaba al Gasto en Investigación y Desarrollo (GIDE) en el periodo neoliberal, se impulsaba con gran ahínco la “fuga de cerebros” en México. De la misma manera que se creaba pobreza y violencia en un estado para impulsar la migración, de la misma forma este modelo privatizador de la ciencia destruyó las condiciones para el desarrollo de la ciencia en México e impulsó la “fuga de cerebros” para beneficio económico de las corporaciones y del capital privado. Es bajo este modelo en el que operó por muchos años el CONACYT, además de colocar fondos públicos para proyectos privados que tenían poco o nulo impacto en la sociedad, proyectos altamente lucrativos, sobre todo cuando se destinaban a la construcción de supuestos laboratorios o de centros de investigación que terminaban siendo al final del día elefantes blancos.
Actualmente pocos científicos reconocen este paradigma de privatización del conocimiento, de hecho, lo rechazan, considerando que son “libres pensadores” y que su conocimiento es público e “independiente”. No reconocen por ejemplo que con fondos públicos que vienen de las contribuciones de la gente (vía impuestos), es desde donde se les paga sus salarios, viáticos, años sabáticos, prestaciones, becas universitarias, jubilación, etc., no reconocen que es del dinero del pueblo de donde se alimenta su quehacer científico, quehacer científico que resulta en proyectos de investigación que en el mejor de los casos sus resultados terminan en “revistas de prestigio” (privadas) a las que solo se puede acceder siempre y cuando “pagues por ver”. Todavía el científico no se da cuenta que es utilizado por el capital privado o por grupos de poder que le dan línea editorial a sus supuestas “líneas de investigación”, todavía no se entera que después de publicar por treinta años sobre pobreza, con todos sus kilos de papel y tinta escritos, en términos reales no ha sacado a una sola persona de la pobreza (Véase al CIDE y al CONEVAL, en el periodo neoliberal).
Bajo este esquema, la ciencia sin sociedad se ha encargado de hacer del “científico” un ente contemplativo, que “analiza la realidad” y reflexiona los grandes problemas de la sociedad, pero que no actúa. Esta etapa que se vive de una ciencia neoliberal ha dejado inactivo al investigador, limitado únicamente a su capacidad de observar sin incidir en la realidad. Para el científico neoliberal, la sociedad es sólo un objeto de estudio y no un propósito de transformación. No le interesa erradicar la pobreza, le interesa estudiar la pobreza, no le interesa terminar con el hambre, le interesa analizar el problema del hambre. El científico neoliberal se regodea entre supuestos “problemas” ofreciendo así una “lotería” de posibles soluciones, un tanto “originales”, sin que se encuentre de por medio una acción real, y ese letargo contemplativo lo puede hacer muy bien desde su oficina, cubículo o salón de clases.
Finalmente, el mundo ya está cansado de tanta ciencia sin sociedad. Ya está harto de que por décadas haya organismos fracasados en su “propósito” de: erradicar la pobreza (Banco Mundial), terminar con el hambre (FAO), impulsar el crecimiento (OCDE), fomentar la competitividad (FEM) y el emprendimiento (BID), apoyar el financiamiento (FMI), etc., todo ello una mentira, pero es entendible, porque si algo caracteriza a la ciencia neoliberal y al científico neoliberal, es la simulación.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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