Fue poca la indignación que provocó entre nuestra intelectualidad, de izquierdas y derecha, el indudable mandato ─disfrazado de recomendación─ que la SEP hiciera a los maestros para leer, esos pasquines panfletarios que sacudieron al mundo, “El Capital” de Karl Heinrich Marx y “¿Qué hacer?” de Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin.
Afortunadamente, Reforma, y otros medios entregados a la defensa de lo derecho de nuestra clase privilegiada a preservar sus privilegios, no permitió que dicha atrocidad pasara inadvertida y pego el grito en el cielo al denunciar ─maroma cuántica de por medio─ que una recomendación de esa naturaleza es un mandato que se convierte en afrenta que deviene en cisma para nuestro modelo educativo nacional y la razón de ser del mismo. No solo porque invita a los maestros a leer ¿Para que necesita leer un maestro? Sino porque pone en sus manos material incendiario que pudiera traducirse en la formación de sujetos críticos y no en la mansa mano de obra que nuestra clase empresarial necesita para aumentar sus ganancias, preservar el orden social establecido y disfrutar de esos privilegios que ─por derecho divino─ les corresponden.
¿Cuál es el beneficio de leer estos textos que defienden una ideología clara? ¿Por qué leer a Marx o a Lenin es mejor que dejarse arrastrar por la lógica consumista y de sobre producción? De entrada, la sutil lógica de dominación del capital, que apela a los sentidos de los sujetos y busca seducirlos a través de ellos, seducirlos para controlarlos y que al mismo tiempo se sientan libres, es mucho mejor que formar gente crítica que sufra mientras lucha por defender y conquistar aquello en lo que cree, lucha que normalmente deviene en frustración ¿Queremos formar sujetos frustrados? Sé que no faltará quien piense que un sujeto critico es preferible a un obrero calificado, que la ciudadanía debe construirse a través de la formación de individuos que tengan la capacidad de entenderse a si mismos, entender su entorno y ─en consecuencia─ incidir en ese entorno para transformarlo.
A ellos, a quienes piensan así, les pido que reflexionen sobre lo problemático que resulta para un empresario, lidiar con un trabajador que no está interesado en aumentar las ganancias de la empresa para la que trabaja, un trabajador que está interesado en mejorar su realidad, pelear por sus derechos laborales, etc. ¿En verdad les parece justo para ese empresario tener que padecer eso mientras lucha contra la competencia por tener más y mejores ganancias? ¿No sería preferible que la escuela siga formando sujetos pasivos, conformes con un mínimo salario mínimo (tan mínimo como sea posible), acostumbrado a cumplir un horario de trabajo sin protestar y a dar la bienvenida a horas extra mal pagadas? ¿No es mejor un obrero al que desde la educación básica se le adiestre para no cuestionar?
Un maestro no necesita entender ─¡Qué digo no necesita, no debe entender!─ que “la clase dominante pretende mantener las relaciones productivas tal y como existen en la sociedad” ¿Para qué? Lo que el docente debe hacer es garantizar que la clase dominante pueda mantener las relaciones productivas tal y como existen en la sociedad, incluyendo a los docentes mismos. El maestro tiene la doble función de mantenerse dominado por la clase dominante y de posibilitar que los educandos sean dominados. Marx lo explica perfectamente, a la clase dominante “lo que le interesa es únicamente que el máximo de fuerza de trabajo se pueda movilizar en una jornada laboral”. Pero la fuerza de trabajo no tiene por qué saber esto, basta con que se movilicen, como se moviliza el ganado que va al matadero, sin cuestionar, sin protestar y ─sobre todo─ agradecidos por la oportunidad que el empresario les da para medianamente sobrevivir mientras se les permite morir ─libremente─ de hambre.
¿Para qué presentarles propuestas concretas sobre la organización y la estrategia que debe seguir un partido revolucionario? ¿Qué sentido tiene ahondar en la necesidad de librar batallas económicas, batallas por mejores salarios, mejores horarios? ¿A quien beneficia esto? ¿Al empresario? No. No. Y más no ¿Entonces? Si algo debe garantizar la educación es que cada sujeto entienda su lugar en la cadena de producción y entienda que la cadena de producción debe cuidarse como algo sagrado, inamovible e intocable, algo que no debe profanarse por manos no privilegiadas.
Entrados en gastos
Si vivimos bajo una dictadura del capital, que no tiene más objetivo que aumentar las ganancias de los capitalistas, sin importar que esto devenga en crisis ambiental, marginación social, problemas globales de salud y precarización de la vida de la clase obrera. Y si esa dictadura nos da la doble libertad de fantasear con que somos libres y elegir la forma en la que habremos de morir de hambre ¿Para que buscarle tres pies al gato generando una lucha de clases que imponga la dictadura del proletariado que vea por los intereses de la mayoría?
Mucho se ha trabajado para convencer a buena parte del proletariado de que no son obreros, muchos esfuerzos se han realizados para seducirlos y conseguir que se conformen con soñar con un estilo de vida que gamas alcanzarán, una educación que revierta estos esfuerzos y que siembre en los sujetos la idea de que “la forma del proceso social de vida, o lo que es lo mismo, del proceso material de producción, sólo se despojará de su halo místico cuando ese proceso sea obra de hombres libremente socializados y puestos bajo su mando consciente y racional”, será una educación que atente contra los principios fundamentales de toda sociedad que se respete, que aniquile las aspiraciones de nuestra noble clase aspiracionista y sobre todo, que atente contra los privilegios de nuestra clase privilegiada, que tanto ha hecho por todos nosotros y que amablemente nos permite ser espectadores de sus lujos y excesos.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
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