Si no la conociera mejor, pensaría que la oposición mexicana es terriblemente mezquina. Molestarse con Andrés Manuel López Obrador porque convocara a marchar el próximo 27 de noviembre, no muestra más que ingratitud y poca estatura política. No se trata, como lo puede pensar la oposición Mc PRIANista (más el PRD) de un berrinche político o del ego lastimado de AMLO. No.
No se trata de que desde presidencia sintieran que le habían arrebatado al obradorismo las calles que durante décadas fueron suyas para hacer sentir al gobierno el clamor popular y exigir que voltearan a ver a los de abajo. No ¿Quién podría creer eso? ¡Para nada! El que la arenga del 27 no tenga una bandera clara no significa que no tenga una bandera clara, simplemente, no está clara su bandera. La convocatoria presidencial responde a circunstancias y momentos claros y definidos de nuestra historia presente, a necesidades que nunca antes habían resultado tan evidentes, tanto, que resulta imposible nombrarlas.
Sin embargo, a pesar de que resulta obvio que no se va a marchar para mostrar músculo político, mostrando músculo político, la oposición ─demostrando que no hay peor ciego que le que no quiere ver─ insiste en esa mediocre actitud de condenar la marcha, condenarla porque se convoca desde el poder, como si el poder no tuviera derecho de movilizar a la ciudadanía; condenarla porque ─le resulta imposible a nuestros nobles conservadores no ser clasistas─ “los que marcharon de rosa sí pagan impuestos, mientras que los que marcharan el 27 de noviembre, viven de los impuestos”; condenarla porque sí. Sin entender que desde Palacio Nacional, la invitación a marchar se lanza más como una ofrenda de paz, como una tregua, como un bajar la guardia ante los opositores que, enfrascados en su odio a todo lo que huela a chairo, no pueden entenderlo. No pueden entender que marchando, la 4T se pone al nivel de la oposición, que, carente de propuestas, medianamente logró convocar a la ciudadanía para respaldar una causa poco clara.
En consecuencia, lejos de agradecer que López Obrador renuncie a debatir con ellos, renuncie a enriquecer la esfera pública, renuncie a transformar las conciencias en aras de consolidar su proyecto; y se lance a las calles para responder a la pírrica oposición en los propios términos que la pírrica oposición ha puesto sobre la mesa, sustituyendo la discusión por el marketing electoral, la educación por el arrastre masivo, las propuestas por el “somos más”; los opositores ─que ilusamente fantaseaban con la idea de que las calles son suyas, probablemente ilusionados con la iniciativa de privatizarlas─ toman como una afrenta el derecho que hace unas semanas defendían.
Entrados en gastos, la suerte está echada, no hacen falta programas de gobierno, ni de uno ni del otro lado, no hace falta argumentar y presentar propuestas que transformen la realidad de la nación. Lo único que importa es seducir a la ciudadanía. Convocarla, movilizarla sin fines específicos, de una lado al otro, de arriba abajo. Lo demás es lo de menos. Todo puede suceder. Es importante dejar claro que el problema no es la marcha ─ni la una, ni la otra─ el problema son quienes marchan, el problema es apostarle a la consigna por encima de la reflexión. Sin embargo, y sin duda alguna, el problema se resuelve dándole menos vueltas a todo esto y saliendo a las calles a marchar.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
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