La única libertad posible es la libertad de gastar, de consumir bienes y servicios y pagar por ellos en efectivo o a meses sin intereses. Nada que se oponga al libre ejercicio del despilfarro, contribuye al engrandecimiento humano, a la democracia, a los valores republicanos, ni a la dinámica del capital, cuyo interés debe velar por encima de todos los intereses.
Solo en la medida en la que los sujetos consumen pueden establecer una identidad, la cual es tan cambiante como lo son las tendencias del mercado, los escaparates o las necesidades de los dueños del capital que, si bien son pocos, representan a la humanidad en su máximo esplendor. En consecuencia, debemos garantizar su bienestar y buscar que sus ganancias sean siempre incrementales.
Recientemente, Andres Manuel López Obrador anunció que su gobierno pasaría de la “austeridad republicana” a la “pobreza franciscana”. ¡Horror de los horrores! ¡Afrenta, como no puede haber otra, al vientre mismo de nuestra madre monetizada! Pero no nos confundamos, nada tiene que ver esto con lo que los más ilustres voceros del conservadurismo y los perros guardianes del capital han repetido desde entonces sin tregua alguna. No.
La “pobreza franciscana” no tiene que ver con que el gobierno deje de invertir en proyectos estructurales estratégicos. Nada de eso. Se trata de algo mucho peor, se trata de reducir el despilfarro de funcionarios públicos y dependencias en bienes y servicios innecesarios, excesivos e indignantes. Se trata de que las oficinas públicas no firmen contratos millonarios con embotelladoras de agua para que los funcionarios puedan saciar su sed en cualquier momento y a costillas del erario, se trata de que gobernadores no utilicen dinero público para viajar a Nueva York a cortarse el pelo, se trata de que el seguro de gastos médicos mayores, la cuenta del teléfono celular o los servicios de un chef de un servidor público no corran a cargo de las arcas de la nación. Se trata de reducir la libre circulación del dinero público a los bolsillos privados. Eso es lo verdaderamente escandaloso.
¿Por qué las mentes más talentosas del conservadurismo nacional e internacional no están denunciando esto? ¿Por qué distraen la atención de la pauperización en la que nos está sumergiendo la CuatroTe en cuestiones con tan poca importancia como el costo del Tren Maya, Dos Bocas o el AIFA? ¿Acaso han perdido su lucidez?
No lo creo, me parece que es mucho más sencillo, no consiguen lidiar con lo que la “pobreza franciscana” significa en realidad. No pueden soportar la desaparición del “derroche legionario” que permitía a cualquiera ―al amparo del gobierno― servirse con la cuchara grande. Las consecuencias de esto, las consecuencias de desaparecer el delicado entramado de excesos y derroches, van mucho, pero mucho más allá de lo que esta administración pueda durar, de los años que le queden a AMLO en el poder, significa perder el crecimiento del capital privado, significa arruinar ese proceso de acumulación originaria que los grandes inversionistas bautizaron como México, esa fuente inagotable donde desde las fotocopias, hasta las toallas para la casa presidencial, podían cobrarse a sobrecostos estúpidamente elevados, sin que nadie dijera nada y permitiendo que familias con una honestidad a prueba de cualquier cuestionamiento y trabajadoras como las que más, sobrevivieran onerosamente robando, abrigados por concesiones, convenios y un sinfín de métodos de opacidad maquillada de transparencia.
Permitir que la “pobreza franciscana” se imponga, afectará directamente los bolsillos no sólo del 1% de la población mexicana, su impacto trascenderá nuestras fronteras e impactará en el bienestar ―sí, ese bienestar que tanto dice defender la CuatroTe― de personas que no saben lo que no es tener comida sobre la mesa, que no tienen idea de lo que significa tener que llegar a fin de mes, porque el tiempo corre de otra manera para ellos, que jamás se han preguntado si les alcanza para comprarse esto o aquello. La “pobreza franciscana” atenta directamente contra la lógica de beneficiar a unos cuantos a expensas del resto de la población. ¿En que cabeza cabe tal monstruosidad?
Entrados en gastos, quedarnos cruzados de brazos frente a este atropello significará renunciar definitivamente a los más elementales de nuestros derechos. Abrirá la puerta para que el día de mañana, nuestros hijos no quieran superarse, no busquen transformar sus condiciones de vida, no se esfuercen para subir pisando a los demás y ―quizá esto sea lo más grave― no aspiren a ser felices a costa del despojo.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
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