Javier Negre: el periodista sin ética que en 2016 inventó una entrevista tras acosar a la víctima

Por Nathael Pérez
La sentencia que condenó a Javier Negre por inventarse una entrevista en 2016 reveló un método de trabajo intrusivo, manipulador y contrario a cualquier estándar periodístico. El juez acreditó que mintió en el titular, fabricó declaraciones, obtuvo una foto sin permiso y presionó a la víctima incluso “rayando la coacción”. El fallo obliga a publicar la rectificación con la misma difusión que tuvo la pieza original.

La historia del reportaje que Javier Negre publicó en El Mundo, un diario de derecha, el 21 de febrero de 2016 titulado “Habla la primera mujer a la que torturó el asesino de Cuenca”  terminó convirtiéndose en uno de los escándalos más graves del periodismo español reciente. Lo que se presentó como una exclusiva pactada con una víctima del maltratador y asesino Sergio Morate resultó ser, de acuerdo con la justicia española, una construcción ficticia, una intromisión ilegítima y una maniobra que vulneró de forma directa los derechos fundamentales de la mujer involucrada.

La sentencia es contundente: “no se consintió en ningún momento entrevista alguna”. Lo que Negre narró como un encuentro acordado —“a condición, acordada, de que guardemos el secreto de su identidad… la joven accede” escribió en Crónicanunca ocurrió. El juez desmontó por completo ese punto: la mujer jamás aceptó hablar.

En realidad, Negre apareció sin previo aviso en el domicilio familiar de la víctima, una mujer a la que la policía había recomendado mantener el anonimato por seguridad tras el crimen de Cuenca. De acuerdo con el fallo, “apareció en el domicilio de los padres” y trató de forzar una conversación. El abogado relató además que, para que le abrieran la puerta, se hizo pasar por un amigo de la chica. Dentro del rellano hubo varias discusiones: el padre le pidió repetidas veces que se marchara y “los dejase en paz”, pero el periodista insistió antes de retirarse.

La presión continuó después: Negre “comenzó vía WhatsApp a forzar a la actora a mantener una reunión en privado con él”, escribe el juez, llegando incluso a sugerir que le enviara fotos de manos o pies para evitar usar la imagen que ya tenía. Esta conducta, afirma la sentencia, “casi está rayando con una coacción”. La foto, obtenida sin permiso del perfil de Facebook de la mujer, terminó siendo publicada. Aunque en la edición impresa se aplicó un filtro, en la web se podía revertir fácilmente, exponiendo su identidad durante días en redes sociales.

El juzgado también desmontó el titular del reportaje: era falso. La mujer nunca fue víctima de “torturas”, sino de “delito de amenazas continuado y detención ilegal”. Aun así, El Mundo presentó el texto como si la víctima hubiese sido localizada, entrevistada y dispuesta a reconstruir episodios que jamás relató. Peor aún: la pieza sugería que ella pudo evitar el doble crimen si hubiera alertado a las fallecidas, insinuación que el juez califica de “inveraz” al no existir constancia de que se conocieran.

Por todo ello, la justicia condenó a Javier Negre y a Unidad Editorial a pagar 30 mil euros por vulnerar la intimidad, el honor y la propia imagen de la mujer. También ordenó publicar la sentencia “con al menos la misma extensión y la misma difusión pública que tuvo la intromisión”. El Mundo cumplió parcialmente: insertó una rectificación, aunque en un formato menor.

Las repercusiones no terminaron ahí, pues programas como Todo es mentira, donde Negre colaboraba, anunciaron que “ya no es bienvenido” tras negarse a ofrecer explicaciones. Y desde una cuenta anónima atribuida a un periodista de El Mundo, surgieron denuncias internas sobre supuestas prácticas habituales: “somos muchos en la redacción que llevamos años obligados a borrar el rastro de los reportajes ficticios de Negre cuando llegan denuncias”, escribió. También pidió que asociaciones profesionales revisaran su trayectoria para detectar otras informaciones fabricadas.

El caso expuso un patrón: métodos intrusivos, manipulación de hechos, obtención ilegítima de datos personales y un relato que presentaba a la víctima como una mujer que buscaba notoriedad. En palabras del fallo, Negre ofreció “una imagen completamente opuesta a la real”.

Lo ocurrido en 2016 quedó como prueba de la falta de profesionalismo y un ejemplo de cómo la ambición personal y la carencia de ética pueden convertir el periodismo en una herramienta de daño, lejos de su función social. Y también como un recordatorio de que las redacciones —y el público— deben exigir cuentas cuando un profesional cruza deliberadamente todas las líneas.

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