Pésele a quien le pese, y le debería de pesar a todos los que puedan sentir el peso de lo pesado. Los clamores de las huestes progres buenondistas y de los más aspiracionistas de los aspiracionistas clasemedieros defensores de los conservas que son conservadores porque tienen privilegios que conservar, fueron escuchados por parte de la cúpula cuatrera cuatrotera morenista. Cuando menos por lo que los más desafortunados de los desafortunados, que no están perdidos porque no saben que están perdidos, podrían llamar el Komintern cuatrero del Estado de México, mejor conocido como el Grupo Texcoco, mismo que, en aras de “conciliar, conciliar nuestra historia pasada y conciliar la historia presente”, como bien dijo Horacio Duarte, secretario de Gobierno, del EdoMex, rindió homenaje al exgobernador Alfredo del Mazo González, hijo de Alfredo del Mazo Vélez y padre de Alfredo del Mazo Maza, todos gobernadores priistas de la entidad, por su sexto aniversario luctuoso. Homenaje a quien se opuso al neoliberalismo sin dejar de promover el neoliberalismo, beneficiarse del neoliberalismo y aplicar los principios del neoliberalismo. Homenaje que, según el mismo Duarte deja claro que “los paradigmas pueden cambiarse, sin ruptura, en una evolución que busque aprender de las lecciones de quienes nos precedieron”, y al que asistieron Delfina Gómez, y destacados miembros del nunca neoliberal, siempre inneoliberal, Grupo Atlacomulco: Arturo Montiel, Eruviel Ávila y César Camacho, demócratas de tal talante democrático que no lo parecieron. Homenaje que reconcilia lo peor de todo lo peor que puede tener la política nacional y que, bendición de bendiciones, pone fin a la polarización para inaugurar el transformador fin de la transformación.
El homenaje al más neoliberal anti neoliberal de los neoliberales, se dio a nombre de los tres poderes del Estado, sin rupturas, sin amagos del molesto y atacado Poder Judicial, sin malas caras de la inexistente oposición que ahora parece más inexistente por ser una oposición aliada a Morena que por no tener representación significativa, ensalzó el legado y la obra física y política de del Mazo González, en un esfuerzo por “no negar nuestra historia sino hilvanarla con el presente y proyectarla en el futuro”, como con sabia sabiduría sostuvo Duarte Olivares, quien participara en la formación del Partido Mexicano Socialista y fuera fundador del Partido de la Revolución Democrática, un político que sabe cómo sobrevivir en un partido que pasa de la izquierda al centro derecha sin hacer gestos, un político que no tiene problema en sostener que la transformación es posible al mismo tiempo que se reconoce a “un hombre [Alfredo del Mazo González]que dedicó su vida al servicio público y al progreso del pueblo del estado de México”, y destacar “su legado, que permanece en la memoria de quienes compartieron su visión de un estado moderno”. Signifique lo que signifique moderno, pero siempre significando algo ambiguamente positivo. Es decir, diciendo nada al apuñalar todo.
La clausura del esfuerzo transformador, cuando menos en el Estado de México, del cuatrerismo cuatrotero, no pudo encontrar mejor emblema que del Mazo González. Quien no fue candidato priista a la presidencia en 1988 porque —a de la Madrid— le pareció excesivo en sus acarreos y derrochador, en contraste con un Salinas que se conducía con austeridad neoliberal. Excesos neoliberales no neoliberales sino neoliberales de regeneración nacional que le permitieron a del Mazo Gonzáles contribuir como secretario de Energía, Minas e Industria Paraestatal a los esfuerzos privatizadores que afectaron al sector energético, y que contribuyeron a su labora como director de INFONAVIT durante el gobierno de Zedillo, el mismo Zedillo que está preocupado de estar preocupado por que México haya perdido “la categoría de ser un país democrático” ¿La recuperara haciendo homenajes a priistas distinguidos? ¿Ayudaría hacer un homenaje a Calderón por su humanismo antibelicista? El mismo Zedillo que no habla del Fobaproa, ni de los regalos a empresarios.
Entrados en gastos
Cuando un movimiento o parte importante de un movimiento, consigue ser infiltrado por sujetos, y un imaginario, ajenos al mismo, nada puede parar su proceso de transformación regresiva de conversión en aquello que nació para aniquilar, cuando el discurso y el quehacer rehúye a la radicalización y sede al pragmatismo electoral políticamente correcto que prioriza la supervivencia por la supervivencia y no la muerte como única alternativa, no hay necesidad de acabar con ese movimiento que acabará por acabarse a sí mismo. Lo único que quedará de él —de empeñarse no ser más que una marca—es una radicalidad desahuciada, donde la transformación se posterga hasta nuevo aviso, y no hay más que apóstatas dogmáticos, anacolutos sostiene que aquello en contra de lo que se luchaba, “no ha extinguido el eco de sus aportaciones. Permanece en el entramado de nuestra identidad [como] protagonista de la consolidación de un proyecto”. Permanece sin importar el color por el que vote la gente. Permanece porque lo único que importa es permanecer, como —con el descaro propio del descarado— sostuvo el socialista Duarte en el homenaje al neoliberal del Mazo.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
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