Durante muchos años gobierno y medios construyeron, para los mexicanos, una realidad paralela. Volvieron esquizofrénicos a hombres y mujeres del país, crearon un manicomio sin muros para preservar el poder. Se les obligó a pensar que esa realidad debería ser defendida con la propia vida.
Dos poderes: medios de información y gobierno, acordaron a principios del siglo pasado, en el camino hacia su hegemonía limitar la imaginación, castigar la verdad, reducir la razón, a cambio de su poderío. Mientras más tiempo pasaba, mayores eran las limitaciones que se imponían a la población.
Se les imponía espacios cada vez más reducidos, progresivamente cada día más similares a una prisión. Se pasaba de la falta de libertad de expresión a castigarla, incluso con la muerte. Toda libertad de acción social era reprimida porque afectaba sus intereses.
Poco a poco las conductas de los mexicanos se redujeron al mínimo a través del control, la imposición que coartaba sus libertades se fortalecían desde el poder. Lo racional y lo delictivo se fusionaban incluso en la conducta de los poderosos, quienes al mostrar impunidad de sus actos convocaban al resto de la población a perpetrar delitos, con muchas posibilidades de quedar impunes, como ahora podemos ver.
A los mexicanos se les creó un país de fantasía. La verdad se escondió para manipular, de tal manera que los medios narraban una historia basura, se vivía una realidad que carecía de reflejo en los medios y afectaba a los más vulnerables.
La verdad de los medios era indiscutible, definitiva, inamovible, a pesar de ser mentira, un dogma de fe convertido en cotidianeidad. Negarla era ir contra la lógica, aunque careciera de sentido común, pero se trataba de y una realidad que se había acordado presentar para ocultar la manipulación. Los medios eran hipnóticos y los gobiernos corruptos. Unos mostraban la irrealidad y los otros se repartían las ganancias.
En algunos grupos de la sociedad mexicana la convicción sobre la realidad manipulada sigue igual, con sus propios sacerdotes de la mentira y sus monaguillos de la corrupción. Se manipula al que se considera débil y desprotegido, la manipulación no está dirigida a los que tienen convicciones, porque las instancias que defienden este engaño estuvieron de parte de la mentira y el delito, por muchos años.
Se trataba de una sociedad que compraba libertades, inmunidades, mentiras, verdades, riquezas, todo. A los mexicanos se les manipuló hasta el grado de obligarlos a creer que vivían en un país inexistente, con líderes inexistentes, con intelectuales inventados, con críticos a modo, con historia tan tergiversada como la realidad. Hay quienes quieren seguir viviendo en ese mundo feliz, no se trata de solo de abrir los ojos sino de despertar, pero a veces ese proceso requiere de una terapia intensiva.
México es un país con graves desórdenes mentales inducidos por quienes trataron de obligar a la población a creer que vive en un país que no existe y en poderes que nadie escoge. México, más que otro país del mundo, mantiene una complicidad estrecha y, al parecer inseparable entre medios y poderes fácticos, combinación que crea su propio mundo y hace creer a los demás que esa es la realidad.
Los medios y los oligarcas prepararon a los mexicanos a tener miedo si salían del mundo inventado por ellos. Fuera de la realidad que ellos imponían, el terror se apoderaba y debían regresar a la cueva de donde salieron porque afuera, está el comunismo, el robo a la propiedad privada, el ateísmo, el crimen organizado, la delincuencia, la inseguridad.
Los poderes fácticos manipuladores crearon un mundo para los mexicanos con la advertencia que salir de esa esfera implicaba un peligro para México. Afuera de ese límite los titiriteros no se responsabilizaban de la suerte de los habitantes. Más allá de esas fronteras invisibles la protección del autoritarismo no garantizaba que hubiera mañana.
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