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Explotémonos los unos a los otros

diciembre 13, 2023
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Resulta envidiable el liderazgo con el que Milei arranca en Argentina. Envidiable tener un líder capaz de hacer enardecer a las masas, de hacerlas celebrar un ajuste que profundizará sus malestares y los potenciará a máximos históricos que rebasarán por mucho los máximos históricos que la Argentina ha conocido. Un líder de un liderazgo tal que voltea a ver al pasado, para meter en una misma bolsa todo lo que ha sucedido en Argentina durante los últimos 100 años, y afirma que se trata de una herencia maldita con la cual no se puede romper, una herencia maldita que no habrá de transformarse, una herencia maldita cuyos efectos perdurarán y seguirán afectando a los argentinos.

Un líder que se ha encumbrado bajo el discurso de terminar con una era con la cual no puede terminar y cuyo principal talento es el de conseguir que se le aplauda por ello. Escucharlos, a quienes escuchaban en vivo el discurso de Milei, corear “¡No hay plata! ¡No hay plata! ¡No hay plata!”, enchina la piel de quienes no entienden que no entienden y arranca sonrisas de los discípulos de Pavlov, amantes del condicionamiento social y la enajenación que consigue enajenar al sujeto del sujeto mismo y sus necesidades inmediatas.

Escuchar a esa cabellera con patas hacer un recuento de la herencia que han dejado los últimos 100 años en Argentina supera las emociones más emocionadas que puedan emocionar a cualquiera. Todo empezó cuando Argentina decidió dar la espalda al hiperindividualismo libertario y empezó a ser aquejada por ese terrible malestar que son las “ideas empobrecedoras del colectivismo”, por ayudar al otro, por intentar que todos vivieran dignamente y negar la libertad fundamental del capitalismo, la de dejar a cada uno morir de hambre como mejor le convenga. Ese malestar es tal que “ningún gobierno ha recibido una herencia peor” que la que está recibiendo el gobierno de Milei, una herencia de 100 años de fracaso y “100 años de fracaso no se deshacen en un día”, ni en dos, ni en tres, ni quien sabe cuándo.

Milei no solo comete la genialidad de hacer un recuento reduccionista de la historia argentina, también tiene la osada osadía de sostener osadamente que no hay remedio más que el de seguir “pagando el desmadre del gobierno saliente”, pagar la inflación, que podría ser del 15,000% anual, pagar el cepo cambiario —que es una pesadilla. Con un estoicismo heroico y propio de quienes no se verán afectados por la consecuencia de sus actos, afirmó que evitar la catástrofe llevaría la pobreza por encima del 90% y la indigencia por encima del 50%, sostiene que los planes contra la pobreza generan más pobreza, y que la única forma de salir de la pobreza es con más libertad ¡Genial! ¿Cómo nadie se había dado cuenta antes? Basta con abrazar el viejo y rancio adagio echaleganista: querer es poder, y Milei le dará la libertad a cualquiera que quiera de poder salir de la pobreza, si no sale es porque no quiere, si no sale es porque le gusta se pobre, si no sale que no culpe al entorno social, es culpa suya, culpa suya, culpa suya y de nadie más. Basta de responsabilizar a los demás por nuestra situación, miren el ejemplo del presidente argentino, ¿acaso él responsabiliza a los gobiernos anteriores de las dificultades que el suyo enfrentará? ¡Desde luego que sí!

Pero no termina ahí, el prócer de la libertad libertadora le pide a los argentinos que tengan el temple de dar un último mal trago, que se preparen para el ajuste —que ajustará a todos (caerá sobre el Estado) menos al sacrosanto sector privado que solo vela por aumentar su plusvalía para poder dejar caer más migas de su mesa al suelo donde pacientemente esperan las huestes hambrientas— que naturalmente “impactará de modo negativo sobre el nivel de actividad, el empleo, los salarios reales, la cantidad de pobres e indigentes”, el shock que generará “estanflación, es cierto, pero no es algo muy distinto de lo que ha pasado en los últimos 12 años”, en otras palabras, en su infinita sabiduría, el amo y señor de la extrema derecha extremadamente capitalista apela a la acostumbrada costumbre argentina de saber pasarla mal y les pide que no se quejen por ello. La situación empeorará, pronostica con un cinismo vulgar que avergonzaría a Salinas de Gortari y haría ver como un alma caritativa a Felipe Calderón, pero, “la verdadera fortaleza de un pueblo se mide en como enfrenta los desafíos cuando se presentan. Y cada vez que creemos que nuestra capacidad ha sido alcanzada, miramos al cielo y recordamos que esa capacidad bien podría ser ilimitada”, concluye Milei en una apelación sin parangón a que el pueblo argentino siga tragando mierda sin hacer gestos y sin afectar la libertaria libertad del enriquecimiento personal de quienes pueden enriquecerse ilimitadamente.

Entrados en gastos

Para concluir con esta celebración de la fiesta argentina que ha elevado la libertad de morir de hambre a única posibilidad para las mayorías, vale la pena recordar las palabras de Gabriel Quadri, ese ideólogo del vaciamiento ideológico, quien, embriagado por la alegría de ver a Milei en su toma de protesta, deseo en un tuit “suerte a Milei” y declaró que lo que sigue es una “tarea tiránica [la de] reconstruir un gran país”. Que diferencia poder festejar el triunfo de un líder que recurre a la memoria histórica no para justificar su esfuerzo transformador y amenazar con ello el status quo de quienes disfrutan del status quo, sino que lo hace para explicar porque todo habrá de mantenerse exactamente igual, salvo la injusta injusticia de esperar que los que más tienen y mayor provecho sacan de la inversión del Estado y la mano de obra del pueblo, retribuyan de alguna manera al Estado y al pueblo. ¡Viva la libertad de seguir explotando a los seres humanos, carajo!

  • Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
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Tags: Carlos BortonicolumnaJavier Mileiopinión
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